Hijo de la exmodelo y piloto de autos Delfina Frers y del empresario agrícola Eduardo “Edu” Blaquier, eligió la escultura en madera y fuego como marca registrada para alcanzar reconocimiento propio. A los 41 años, Eduardo Blaquier, el escultor y artista que no teme confesarse autodidacta, espera a su hijo Monte (“llevará ese nombre como homenaje a las montañas”) junto a su pareja, Agustina Frías. Es, también, padre de Simón, de 17 años.
Con un aire bohemio y look descontracturado, Eduardo desplegó su deseo de crear obras de arte realizadas con elementos de la naturaleza a raíz de su amor por la Patagonia. Hoy, a través de su marca, Primitiva, ha logrado desarrollar objetos sustentables en los que los árboles, dice, tienen una segunda oportunidad.
–¿Qué querías ser de chico?
–Siempre decía que iba ser inventor, me encanta inventar nuevas cosas, pienso mucho en el futuro y admiro mucho la naturaleza. Tenía una pulsión muy fuerte por las máquinas y por saber cómo funcionaban las cosas. Me la pasaba desarmando juguetes y armando otros. Mi madre me decía “el desmecánico”, porque no llegaba a armarlos todos y quedaban sueltos por ahí. Pero hoy cuando necesita arreglar algo, me llama enseguida.
–En tu familia abundan los empresarios y hombres de campo. ¿Pudiste salir del mandato familiar?
–Nunca me importaron los mandatos ni las obligaciones familiares. Hay mucho prejuicio con mi familia y pareciera que el apellido es sinónimo de plata. Pero mi familia se caracteriza por ser de mente abierta, creativa y libre. Para mí, se puede ser un artista de muchas formas y conozco a muchos así. Soy hijo de padres separados de toda la vida y desde siempre tuve dos historias. Por un lado mi padre, un tipo de campo, más sencillo pero cero creativo, así que con él no tengo diálogo del arte, aunque hablo de muchas otras cosas. Él me dio la libertad para hacer lo que quisiera y eso se lo agradezco siempre. Mi lado artístico sin dudas viene del lado de mi madre. Su padre, Germán Frers, era diseñador de barcos y sobre todas las cosas un artista, porque mi abuelo empezó pintando. Se la pasaba entre sus dibujos y su astillero. De él heredé, sin conocerlo, el saber dibujar y la arquitectura en madera. Afortunadamente, en mi carpintería conservo algunas de sus máquinas. Siempre me da felicidad pensar que yo amo tanto como él ese olor a madera recién trabajada que hay en las carpinterías.
–¿Cómo se pasa de ese deseo de ser inventor al mundo del arte?
–Durante muchos años hice esculturas y no me consideraba un artista. Ni siquiera sabía lo que era el arte, solo me gustaba crear formas nuevas. Luego de haber cursado tres años de Diseño Industrial me di cuenta de lo fácil y natural que me resultaba el diseño en 3D. Mi encuentro con la escultura fue a los 22 años, cuando en un viaje a Brasil vi a un escultor tallar un tronco en la calle y me atrapó. Logré convencer al dueño de la posada para que me dejase tallar una cara en una columna con lo que tenía en su caja de herramientas. Cuando terminé, mi satisfacción fue plena y me dije: “Este es el camino que elijo para mi vida”.
–Tu madre, Delfina Frers, contó que fue muy permisiva con vos y que de chico eras bastante rebelde. ¿Era así?
–Sí, es cierto, mi madre cuenta que siempre fue permisiva conmigo y que era bastante rebelde. Pero to creo que era más bien curioso, que me gustaba experimentar nuevas sensaciones. Era bastante justiciero, así que cada tanto me veía envuelto en alguna pelea, pero también era chistoso y disfrutaba de hacer reír a la gente. Mi madre me enseñó a tener personalidad y me hizo conocer la adrenalina. Mi padre era más inseguro, pero me dejo estirar un poco más los “límites”. Del combo de estas dos bestias salió un “pequeño monstruito” al que siempre le gustó ir al frente y abrirse camino. Aprendí a los golpes.
–¿Siempre te dejaron ser?
–No sé si me dejaban ser o era que no podían controlarme. Pero siento que la libertad y confianza que me dieron de chico fue lo que hizo que hoy sea una persona muy feliz, y eso lo valoro constantemente.
–¿Alguna vez te dio pudor confesarte autodidacta?
–Que siempre haya sido autodidacta, más que vergüenza, me da seguridad. Sé muy bien el camino que vengo recorriendo y lo mucho que me costó lograr tener buenos resultados. El no haber aprendido a leer muy bien de chico hizo que no fuera muy culto, pero también, el lado bueno de eso, fue que fui haciendo sin mirar hacia el costado o lo que los libros decían. Hoy me gusta mucho investigar y ver videos de ciencia sobre el origen de la tierra y la prehistoria, me inspiran el arte primitivo y la naturaleza.
–¿A quién le vendiste tus primeras obras? ¿Fue un camino fácil o hubo tropiezos?
–Las primeras obras de arte que vendí fueron a mi familia, amigos y conocidos. Pero vendí toda la muestra de tallas y esculturas hechas con pedazos de maderas que encontraba en los lagos de la Patagonia y fue por ese reconocimiento de la gente que empecé a pensar que podía vivir de esto. Lo que te traba cuando vos elegís el camino del artista, es que al principio no tenés reconocimiento. Ni siquiera sabés quién sos. Yo nunca pensé que me costaría tanto llegar a donde estoy. Uno siempre cree que va a llegar antes y que todo es más fácil, pero hoy miro dibujos de hace 20 años y veo que pensaba en cosas que todavía hoy no llegué a concretar.
–Tu madre fue modelo; tu hermana Delfina, casada con el polista Nacho Figueras, es fotógrafa y parte del jet- set internacional. ¿Cuánto te importa a vos la fama?
–Siempre me crié con la fama de mi madre y de mi hermana, fue normal para mí. Pero creo que es algo relativo, no siempre la gente se hace famosa por hacer algo bueno. Me molesta que nuestra sociedad sea una gran máquina de generar y consumir famosos. Realmente no es una palabra que use mucho ni a la cual le preste demasiada atención.
–¿Tu apellido te ayuda?
–En mi rubro, mi apellido no me juega a favor. En todo lo que es fábrica e industrias, cada vez que pedía un presupuesto y decía mi apellido, se les iluminaban los ojitos y los presupuestos eran siempre más caros. Así que desde hace mucho en ciertos rubros me conocen como Eduardo Blanco. ¡Y los presupuestos son más baratos! A favor, a veces entraba a ciertos lugares y me trataban como si fuese alguien importante. Pero para mí no importa de dónde venís o cómo te llamas, sino tus valores, tu gente y lo que hacés.
–¿Quién te gustaría que tenga tu obra?
–Los que valoran mi trabajo. Me gustaría que Javier Milei tenga una obra mía Me identifico con él en ser un apasionado hasta la locura, un transgresor que no tiene miedo a equivocarse. Una persona a la que le deslumbra el futuro y quiere solucionar problemas. Me encantaría poder mostrarle lo que hago y hablar de ideas y proyectos con él.