Florencia dormía en una casa con amigos en Córdoba cuando, a eso de 2:30 de la mañana empezó a gritar desenfrenadamente. Fue un grito que duró por lo menos 10 segundos, sostenido e intenso, como si alguien la estuviera matando o queriendo matar. Al escucharla, su novio -que dormía al lado- la despertó. Tardó en reaccionar, pero cuando finalmente abrió los ojos se descompuso en un llanto desconsolado que duró toda la madrugada hasta que salió el sol. “Temblaba, el corazón me latía fuerte y tenía una sensación de asfixia. Nunca estuve tan angustiada ni tuve tanto miedo en mi vida. De nada en concreto y de todo al mismo tiempo. No entendía qué acababa de pasar y me daba miedo volver a dormirme”, relató. A los dos meses el episodio volvió a repetirse, esta vez, en su casa.
Lo que le pasó tiene un nombre en el campo médico: terror nocturno. Es un tipo de parasomnia que ocurre durante la fase tres del sueño, o sueño profundo.
Neurológicamente hablando, se debe a una activación incompleta del cerebro donde algunas estructuras relacionadas con el miedo (como la amígdala y el sistema nervioso simpático) se ponen en marcha de manera abrupta, mientras que la corteza prefrontal, encargada de la conciencia, la memoria y el control racional, permanece dormida, explica Alejandro Andersson, director del Instituto de Neurología Buenos Aires (INBA).
“Esto genera una respuesta de miedo intensa, acompañada de taquicardia, sudoración y respiración acelerada, sin que la persona pueda despertarse por completo ni recordar el episodio al día siguiente“, explica el neurofisiólogo.
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Características típicas de un terror nocturno
Los síntomas fisiológicos que una persona puede experimentar al sufrir un terror nocturno son los siguientes:
- Despertar súbito con gritos o llanto intenso.
- Apariencia de terror extremo, con ojos abiertos pero sin estar realmente consciente.
- Taquicardia, respiración agitada, sudoración, temblores.
- Confusión o desorientación al momento del episodio.
- Movimientos bruscos o agitación física (puede sentarse, patear, huir o empujar).
- Dificultad para consolar o despertar completamente a la persona durante el episodio.
- No recuerda, o recuerda muy poco, el episodio al despertar.
- Ocurre usualmente en la primera mitad de la noche, durante el sueño profundo (fase N3).
“Estas crisis pueden durar entre uno y 10 minutos, y pueden causar malestar en la vida de la persona que lo experimenta», comenta Yulieth Cuadrado, jefa de neuropsicología del INBA (M.N. 80468).
Causas y factores que inciden
Entre los factores que pueden desencadenar los terrores nocturnos están la privación de sueño, el estrés, la fiebre, el consumo de sustancias estimulantes como el alcohol y el padecimiento de otros trastornos del sueño como la apnea obstructiva, el síndrome de piernas inquietas, el insomnio o el sonambulismo, contempla Andersson. “Cuanto peor sea la calidad del sueño y cuantas más fragmentaciones haya en la etapa del sueño profundo, más probabilidades de sufrir y empeorar esta patología”, señala Pablo Ferrero, neurólogo director del Instituto Ferrero de Neurología y Sueño.
Andersson también menciona que existe un componente genético en el fenómeno, y que hay una mayor prevalencia en aquellos con antecedentes familiares de algún tipo de parasomnia.
Por otro lado, los neurólogos coinciden en que el terror nocturno es mucho más común en la infancia -especialmente entre los tres y siete años, afectando hasta al 6% de los niños- y que, en la mayoría de los casos, los episodios disminuyen con la edad, espontáneamente, con el desarrollo del sistema nervioso y la maduración de los ciclos del sueño.
Sin embargo, en casos en los que la patología se vincula con situaciones de estrés crónico, trastornos psicológicos o enfermedades neurológicas, los episodios pueden persistir incluso en la adultez.
“Existe alta comorbilidad con los trastornos depresivos, de ansiedad y especialmente el trastorno obsesivo-compulsivo”, observa Cuadrado. En la línea del psicoanálisis, Pilar María Vila, psicóloga (M.P. 1130), apunta que, en casos en los que no hubo una elaboración psíquica del trauma, los terrores nocturnos pueden entenderse como una formación en la que lo traumático retorna sin mediación. “La experiencia queda fijada y reaparece en el sueño bajo la forma de una irrupción angustiante”.
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Posibles efectos
Aunque los terrores nocturnos no dejan secuelas a largo plazo, en algunos casos -especialmente en los que los episodios son recurrentes- sí pueden tener un impacto negativo en la calidad de vida. “La activación frecuente del sistema nervioso simpático puede generar miedo a dormir (insomnio por anticipación), fatiga crónica, alteraciones en la memoria y la concentración, un aumento de la presión arterial y un mayor riesgo de enfermedades metabólicas”, advierte Andersson.
Cuadrado contempla, por su parte, que estos episodios pueden tener repercusiones en la forma de relacionarse del que los padece. “La sensación de poco control de la situación puede contribuir a un sentimiento de vergüenza y, potencialmente, a conductas de aislamiento social”, dilucida. “Estas limitaciones autoimpuestas, a su vez, pueden afectar la esfera emocional”, agrega Mercedes Conti Urabayen, neuropsicóloga (M.N. 62814),
Tratamiento y recomendaciones de expertos
Si los terrores nocturnos persisten en la adultez o afectan la calidad de vida, es recomendable una evaluación médica para descartar causas subyacentes y considerar estrategias de tratamiento, dice Andersson. En este contexto, hábitos para mejorar la higiene del sueño, técnicas de relajación y terapia se presentan como herramientas válidas y útiles.
Concretamente en el caso de la terapia, la idea es identificar los factores que desencadenan el terror nocturno y trabajar sobre estos. “Cada caso es particular. Con un análisis cognitivo-conductual, por ejemplo, se puede analizar qué sucedió antes del episodio, cómo fue este en sí mismo y qué sentimientos, pensamientos o conductas se generan luego de este”, cuenta Cuadrado.
Tanto si se sufre un terror nocturno en primera persona o si se duerme con alguien que atraviesa un episodio, estas son algunas de las recomendaciones de los expertos:
- No intentar despertarlos bruscamente. Esto generar más desorientación o reacciones con miedo o violencia.
- Preservar la seguridad. “Durante los episodios las personas pueden moverse mucho, incluso sentarse o pararse. Para evitar lesiones es importante que no hayan muebles cercanos con los que pueda lastimarse al moverse. También es bueno poner almohadas si la cama está contra la pared, para acolchonarla”, sugiere Conti Urabayen.
- Acompañar sin intervenir demasiado. Conviene quedarse cerca y hablar en voz suave de ser necesario, aunque lo más probable es que la persona no escuche ni entienda. “Las voces de las personas que forman parte del entorno seguro de la persona, siempre son preferibles”, comenta Ferrero.
- No sacudir ni forzar una reacción. El episodio suele pasar en pocos minutos. Es preferible esperar a que la persona se calme, ya que normalmente suele volver a dormirse sin acordarse de nada.
- Si es un adulto, informarle al día siguiente. Puede que no recuerde nada y es útil que concientice el episodio.
Cuadrado menciona los 10 mandamientos de la World Sleep Society, para promover un buen descanso, orientado especialmente a los adultos que experimentan problemas durante este.
- Establecer un horario regular para irse a dormir y despertarse.
- Limitar las siestas a los 45 minutos.
- Evitar la ingestión excesiva de alcohol por lo menos cuatro horas antes de acostarse, y no fumar.
- Evitar la cafeína (café, té y otras bebidas estimulantes) seis horas antes de acostarse.
- Evitar los alimentos pesados, picantes o azucarados cuatro horas antes de acostarse.
- Hacer ejercicio regularmente, pero no justo antes de acostarse.
- Usar ropa de cama cómoda y liviana.
- Encontrar una configuración de temperatura de sueño cómoda y mantener la habitación ventilada.
- Bloquear el ruido que distrae y eliminar la mayor cantidad de luz posible.
- Reservar la cama para dormir y evitar su uso para el trabajo o la recreación general.
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