Otra vez el fuego, otra vez el dolor, otra vez la muerte atraviesa,golpea y enluta el corazón del Taragüi. La falta de lluvias y las altas temperaturas trajeron nuevos incendios que volvieron como un déjà vu de ese feroz verano del 2022 que nadie quería recordar al interior de la provincia de Corrientes.

En el pueblo de Mariano I. Loza, conocido por los lugareños por Solari (el nombre de la vieja estación de tren), todos lloran y despiden con mucha tristeza a Cindia Mendoza, maestra y directora de la escuela rural 919 del paraje Alem Cué, que murió quemada luego de tratar de ayudar a su padre a apagar el fuego que bordeaba la estancia San Rafael en la que trabaja como capataz.

“Fácticamente imposible”: el Gobierno oficializó la postergación del inicio obligatorio de la caravana electrónica vacuna

El lunes pasado, cerca del mediodía, cuando el calor acechaba más intenso que nunca, su padre, desesperado, la llamó y le contó que las llamas ya estaban cerca del campo y que buscara ayuda para combatir el fuego. La maestra, de 30 años y que se encontraba aun de vacaciones, no dudó en ir en su moto para auxiliarlo. Antes de partir hacia allí, llamó a su primo y colega Luis Mendoza para avisarle de la situación.

“Una desgracia, es muy doloroso todo lo que ha pasado. Con Cindia nos criamos y nos formamos juntos y los dos trabajábamos en diferentes escuelas rurales. Era una gran soñadora y contagiaba a todos con su alegría; siempre con proyectos nuevos”, cuenta su primo a LA NACION

Según pudo saber LA NACION, cuando llegó, luego de recorrer unos 15 kilómetros, ya había mucha gente que ayudaba a combatir las llamas que alcanzaban varios metros de altura y se incorporó a la lucha cuerpo a cuerpo. Al rato, en su moto, también llegó Luis para colaborar. Sin embargo, en ese instante, el viento arremolinó las llamas y el fuego le jugó una mala pasada a la maestra rural: quedó inmersa dentro de un foco del que no pudo salir.

“Se repitió la historia”: se quemaron más de 25.000 hectáreas en una zona de Corrientes y acecha el recuerdo de un terrible año

Solo un tiempo después, encontraron a la joven desvanecida por inhalación de humo y con graves quemaduras en su cuerpo. Si bien inmediatamente la llevaron al hospital de la vecina localidad de Mercedes, no hubo mucho por hacer. Allí, los médicos confirmaron que su cuerpo tenía más del 80% quemado y falleció cerca de medianoche.

En su escuela rural en el paraje Uguay, cerca de los Esteros del Iberá, el dolor y la congoja de Luis, de 34, es inconmensurable. Sin embargo, deja por un momento de cortar el pasto del patio para dejarlo presto para el inicio de clases, y se toma unos minutos para recordar a su prima.

“Una desgracia, es muy doloroso todo lo que ha pasado. Con Cindia nos criamos y nos formamos juntos y los dos trabajábamos en diferentes escuelas rurales. Era una gran soñadora y contagiaba a todos con su alegría; siempre con proyectos nuevos”, cuenta a LA NACION.

Tiempo atrás, la maestra rural Cindia Mendoza, bordeadora en mano, cortaba el pasto y emprolijaba el patio de la escuela rural donde trabajaba

No era la primera vez que los jóvenes participaban como voluntarios tratando de aplacar los feroces incendios; ya a principios de 2022 habían estado en el frente de los focos, combatiendo sin cesar. La vocación por ayudar al prójimo, por enseñar y por darles una oportunidad a los “niños más olvidados del campo”, por revalorizar la escuela rural de la maestra era gigantesca. Desde chica, cuando ella misma acudía a una escuela en el campo, supo que ahí era donde quería estar cuando sea grande y así sucedió.

Luego de estudiar en el profesorado, su destino fue el paraje Alem Cué, a más de 140 kilómetros de su hogar. Allí pasaba sus días de la semana para regresar a su casa familiar los fines de semana, siempre y cuando consiguiera una “proporción” [hacer dedo] que la levante y la lleve hasta Solari.

Una vida para ayudar

Según describe Luis, había viernes que se pasaba hasta ocho horas en el camino rural hasta que una camioneta la alzaba; caso contrario caminaba varios kilómetros hasta otro punto, donde había más posibilidades de hacer dedo. “Tenía un gran don de enseñar y esa vida de maestro rural es la que eligió. Eso estuvo en su mente siempre. Solo los que tienen esa vocación como Cindia, son capaces de entregar su vida por sus alumnos, para eso se formó”, detalla.

“Éramos prácticamente como hermanos. Siempre estaba dispuesta a ayudar a sus padres, de festejarle el cumpleaños a sus sobrinos que por necesidades económicas no podían hacerlo. Siempre positiva, tratando de colaborar con su familia”, agrega.

Cuando llegó al paraje, Cindia vio las dificultades que tenía el establecimiento rural y, lejos de rendirse, se propuso provocar al destino y cambiar las adversidades del lugar por felicidad. Su vida en la escuela era desafiante todos los días.

“Era personal único y tenía 15 alumnos a su cargo de todas las edades. Con ellos compartía el desayuno, el almuerzo y la merienda, eran su familia. Creó lazos con toda la comunidad del paraje. El otro día, su supervisora decía que ella levantó la escuela, la comunidad, el paraje, con diálogo, con su alegría, con su sonrisa, con sus sueños”, recuerda.

Para esto realizó beneficios con toda la gente del paraje y para poder comprar cosas como una cortadora de pasto. Iba a las ferias y exposiciones de otras ciudades y ponía un puesto para vender yuyos medicinales para el mate como poleo, burrito y marcelina, conseguir plata y poder poner más linda a su escuela. “Hacía locro y empanadas que vendían para recaudar fondos y que a los chicos no les falte nada, ningún material. En fin, su afán era que sus alumnos tengan sueños como ella una vez los tuvo. Siempre soñó a lo grande”, finaliza.