De un tiempo a esta parte he observado que la apertura de nuevas cafeterías repite un patrón que, hasta el presente, en mi conocimiento, no registraba antecedentes. No me refiero a la sobreabundancia de los autocalificados “cafés de especialidad” o la repetición de franquicias. Sí a las propuestas que esquivan esas casillas para salir a competir en el difícil campo cafetero porteño con proyectos autónomos, desafiantes y corajudos. En particular, son cafeterías establecidas en uno de los barrios con pasado más longevo de la ciudad, San Telmo, donde el contraste, sin embargo, no desentona. ¿Qué quiero decir? Que entre otras características que ya expresaré, son comercios abiertos por mujeres. Y todas muy jóvenes.
La reseña de hoy, por caso, es sobre un café que abrió en julio de 2018 en la esquina de Carlos Calvo y Bolívar: Casa Telma.
Con Camila Sachella, su propietaria, compartimos el grupo de entrenamiento “Bienestar en red” en el Parque Lezama. Y el amor por los cafés, claro. O sea, vengo a contar la “Casa” de una amiga. El primer gran acierto del local es el nombre. El nombre que se le pone a un café es una declaración de principios y es el inicio de una articulación narrativa que puede conversar con el entorno y generar pertenencia. O, por el contrario, ser el deseo de sus dueños, sin importar su emplazamiento, que termina chocando con una realidad ajena. Casa Telma charla con el barrio. No es una denominación carente de raíces. Camila tiene 35 años. Saquen cuentas. Cuando asumió la responsabilidad de abrir un café en esa icónica esquina, frente al Mercado de San Telmo, tenía solo 28. Sin embargo, se sentía en un ambiente conocido. Su casa. Los Sachella llevan años en el vecindario.
Casa Telma comenzó siendo un local más pequeño con frente a Carlos Calvo. En 2022, cuando la pandemia se llevó puesto el local vecino que daba la vuelta hacia Bolívar Camila fue por él. Hoy Casa Telma es un generoso espacio que cubre toda la esquina y recibe el mejor sol de San Telmo. ¿Cuál otra característica destaco como parte de una nueva tradición cafetera? Pues que, además de mujeres, las propietarias están formadas profesionalmente en gastronomía. Muchas nuevas cafeterías de Buenos Aires están en manos de personas que no entraron al negocio por casualidad o por herencia familiar. Se pensaron en la gestión y estudiaron. El resultado es la notable mejora en la oferta pastelera y en los platos. En Casa Telma, luego de duplicar el tamaño, se ganó espacio en favor de la cocina. Todo lo que se come en el local es producción genuina. Y la realización está a la vista.
La tercera particularidad que sumo al género de sus dueñas y la formación académica, es la puesta en escena. Los nuevos emprendimientos incluyen estudios de arquitectura, interioristas y diseño gráfico. Para el diseño de marca de Casa Telma, por caso, trabajó Cucha Estudio, el estudio de una argentina hoy radicada en Barcelona. ¿Puede afirmarse que esto significa una mejora en la prestación del servicio cafetero en Buenos Aires? Sin lugar a dudas.
Camila antes de estudiar en el Instituto Argentino de Gastronomía (IAG) se recibió de antropóloga en la Universidad de Buenos Aires. Su pareja es Fernando Koch, biólogo, investigador del Conicet, que también estudia carpintería en un taller. Todo el mobiliario del lugar es trabajo suyo. Las tapas de las mesas, la escalera que da al entrepiso y la inmensa biblioteca de doble altura. Los libros son una donación del padre de Camila. ¿Díganme si no es una auténtica casa familiar? Y para resaltar la calidad de la construcción original, cuando pudieron ampliar el primitivo local, retiraron el durlock que cubría las molduras que hoy se lucen otorgando clima de hogar.
Cuando Casa Telma abrió tenía nueve empleadas. Todas mujeres. “Durante la cuarentena nos salvó el barrio”, confiesa Camila con alivio. Señal inequívoca de cómo prendió la propuesta entre los vecinos. Hoy abren de martes a domingo de 8 a 20. Los lunes cierran para producir.
El tema de la feminidad es otro de los puntos de mi observación. En anteriores reseñas narré otros dos cafés abiertos y manejados por mujeres. Fueron el Citadino, de Parque Patricios, en manos de Analía, la formoseña. E Ifigenia, de la venezolana Isabela, que se mudó a fines de agosto de Villa General Mitre a San Telmo para situarse sobre Bolívar a 50 metros de Casa Telma. En los tres casos, se acentúa la mano de una mujer en la puesta. Otra señal perceptible del paso del tiempo. Los viejos cafés, duros, masculinos, hoy conviven con narrativas más cuidadas y de reconocible impronta femenina. Por ejemplo, en Casa Telma resalta el color aplicado en las carpinterías de hierro originales de la propiedad. “Se llama Joya de neptuno” contesta Camila, que también aclara que no fue su deseo esa tonalidad sino que, como siempre pasa, nunca coincide la elección de una carta de colores en la pinturería con el resultado final. Hoy, el color de la esquina es su sello y jamás se le ocurriría modificarlo.
¿Acaso todos estos señalamientos destacados de Casa Telma vienen a impulsar el concepto de gentrificación que está ocurriendo en San Telmo? En absoluto. La gentrificación sostiene que, a partir de inversiones, zonas urbanas deprimidas aumentan el valor de los alquileres atrayendo a nuevos vecinos de alto poder adquisitivo que terminan desplazando a los primitivos. Este proceso se concentra con claridad dentro del Mercado de San Telmo, frente a Casa Telma, donde los antiguos puestos atendidos por gente local fueron reemplazados por marcas franquiciadas y locales de gastronomía foránea convirtiendo un espacio popular, con una orgullosa historia barrial para contar, en un gran patio de comidas desterritorializado para consumo de turistas. Que quedó bonito no se pone en discusión, pero la identidad del casco viejo de Buenos Aires ahora hay que salir a buscarla por las calles aledañas.
Mi paso por Casa Telma coincide con alumnos de sala de 5 de la escuela del barrio, entre estos, Amanda, la hija de Camila. Es una visita protocolar donde los chicos salen a caminar por los alrededores, visitan un café y toman chocolatada con una medialuna. También se llama Amanda la muy recomendable marquise de chocolate de Casa Telma.
Hoy cierro de esta manera porque como dijo Enrique Santos Discépolo en su bonita página que hace honor a estos relatos: el café es una escuela de todas las cosas. Y en el Día de la Madre, en una reseña que incluyó a Camila, su hija Amanda, más otras mujeres, que también son madres, es bueno recordar que el cafetín de Buenos Aires “es lo único en la vida que se pareció a mi vieja”.
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