La fachada del

El Café San Bernardo es un emblema de Villa Crespo. ¿Por qué me aventuro a iniciar el relato con esa afirmación? Los motivos son varios. Voy con tres. El primero es su ubicación, donde el barrio parece latir: Corrientes 5436, entre Acevedo y Gurruchaga. En segundo lugar porque tomó su nombre de la parroquia vecina San Bernardo. Y, por último, el Sanber —como lo llama la feligresía— abrió en 1912. Dato: ese mismo año se inauguró la Confitería Ideal de Suipacha 444. Menciono el sincronismo solo para poner en contexto la Buenos Aires de principios del siglo XX. La Ideal era el salón pituco de un Centro que dejaba atrás el perfil aldeano para presumir de capital imperial. Mientras que el arrabal seguía manteniendo su ecosistema de descampado, en este caso en particular, atravesado por el arroyo Maldonado. Lo explico un poco más.

El 3 de junio de 1888 se colocó la piedra fundamental para la construcción de la Fábrica Nacional de Calzado (FNC) en la manzana delimitada por las actuales calles Padilla, Gurruchaga, Murillo y Acevedo. Tan trascendente resultó el hito para la posterior barriada que esa misma fecha se la tomó como Día de Villa Crespo. Fue Leopoldo Marechal en su novela Adán Buenosayres quien estableció la Fundación Mítica del barrio en las mismas calles. Y para acentuar el carácter novelesco, hay quienes aseveran que Villa Crespo no existe de manera oficial, que ningún decreto le dio origen. En definitiva, que es un mito. Tampoco se puede confirmar el origen de su nombre. El consenso general dice que con motivo de la construcción de la FNC comenzó el interés por la zona y que todos la llamaban Villa Crespo por Antonio Crespo quien fuera intendente de Buenos Aires en 1887. Es cierto que Crespo favoreció el loteo y destinó el espacio necesario para el diseño de una villa con una plaza, la comisaría y la escuela. Sin más.

No tengo información fehaciente sobre los socios fundadores del Café San Bernardo. Pero sí del ingreso como lavacopas de Jesús Fernández en los años 60. Prometo listar todos los cafés y bares de Buenos Aires manejados por españoles llamados Jesús. Refuerza el concepto de que para los porteños el café es religión. Como también el de la misión evangelizadora de los “gallegos” arribados a mediados del siglo pasado. Jesús Fernández fue escalando posiciones —e incorporando activos a su economía— a través de la compra de “puntitos” de una sociedad que, al momento de su ingreso, estaba integrada por diez miembros. Hasta que quedaron solo tres. Tuvo que cambiar el siglo para que, en 2006, el 100% quedara en manos de los hijos de Jesús Fernández, fallecido en 1993.

El mayor anclaje con el barrio está en las canchas de metegol: los equipos rivales son Atlanta y Chacarita cuyos estadios supieron estar uno frente a otro hasta 1945. En el San Bernardo el superclásico de Villa Crespo se juega todos los días

Está claro que a lo largo de su centenaria historia el Café San Bernardo tuvo que ir acomodándose a los usos y costumbres de una sociedad y barriada que fue mutando de composición e intereses. Por ejemplo, en 1992, con el auge de los cibercafés, los tres propietarios gallegos compraron un sinnúmero de computadoras. En la superficie del Sanber se podría haber creado un nuevo Silicon Valley. El local tiene 800 m2. Años más tarde, entre el 2006 y 2009, el café estuvo a punto de quebrar. Para entonces el negocio ya estaba en manos de Carlos Fernández, el hijo varón de Jesús, y de su esposa, Laura Ávila. La recurrente charla matrimonial giraba en torno a entender por qué la gente había dejado de elegirlos. Ante la falta de un motivo palpable la pareja se sumergió en un profundo análisis de situación. Tarea que incluyó al todopoderoso F.O.D.A. La debilidad más evidente no solo era la edad de su clientela. Lo insolucionable era la finitud de esta. La fortaleza estaba representada por las mesas de billar y ping pong, los metegoles y la cantidad de jugadores de dominó, ajedrez, dados y cartas.

Hasta que llegó la oportunidad. En 2010, un muchacho, Lautaro Núñez de Arco, les propuso organizar Noches de Ping Pong. Las redes sociales hicieron el resto. En poco tiempo el promedio de edad de quienes visitaban el café se redujo en varias décadas. A partir de la nueva tribu que pobló sus mesas se sucedieron otro tipo de eventos como filmaciones de películas, publicidades y videos. Pero antes, pasaron cosas.

Mi mejor fuente cafetera, el historiador y museólogo Diego Ruiz —lo cité cuando relaté el Café Margot de Boedo— escribió sobre Villa Crespo y el Sanber para el periódico barrial Desde Boedo: “En Corrientes 5375, casi Acevedo, se alzaba el Conservatorio Musical Odeón, de un maestro D’Agostino. Allí hizo sus primeros estudios Osvaldo Pugliese, al que su padre había enviado a estudiar violín, y allí descubrió el piano que ya no iba a abandonar. En la siguiente cuadra, hacia el Oeste, entre Acevedo y Gurruchaga, existían dos baluartes del tango barrial. Por un lado el café San Bernardo, en el 5434,que llevaba el nombre de la parroquia pero al que muchos le decían ‘El Nacional de Villa Crespo’. Contaba con un amplio salón, rincón para billares y un palco en la mitad de la sala. Allí hizo sus primeras armas la bandoneonista Paquita Bernardo y actuó con distintos conjuntos José Servidio, quien le puso música a los versos El bulín de la calle Ayacucho de Celedonio Flores, los tres nacidos o vecinos de Villa Crespo. Por su parte, en el número 5456, se alzaba otro lugar mítico, el café de Peracca —también llamado Salón Peracca— citado por Cadícamo en Viento que lleva y trae”.

Por su parte, cuenta Federico Goldchluck en Historias de Barrio (GCBA, 2010) que “como la cantidad de operarios de la Fábrica Nacional de Calzado era muy importante y el transporte tenía precios altos, el gerente de la empresa, Salvador Benedit, impulsó la construcción de viviendas para los empleados y sus familias. El conventillo fue bautizado “El Nacional” por su relación con la fábrica, pero con el paso del tiempo sería llamado “Conventillo de la Paloma” debido a una hermosa inquilina. Con ingreso por las paralelas Serrano y Thames al 100, la construcción contaba con un patio lateral y 112 habitaciones dispuestas en dos plantas”.

Con más de cien años de historia el café San Bernardo tuvo que adaptarse a los usos y costumbres de la sociedad que fue cambiando. Fue cibercafé en los '90, estuvo al borde de la quiebra entre 2006 y 2009 y, en 2010, organizó

El conventillo de la Paloma fue un sainete escrito por Alberto Vacarezza y estrenado en 1929. La obra superó las mil representaciones. Para muchos se trata de la pieza más exitosa de este género. Vacarezza incluyó entre sus protagonistas a miembros de las comunidades italianas, españolas, judíos asquenazis y sefaradíes. Tal cual a los distintos grupos que conviven en Villa Crespo. Del mismo modo al origen de los parroquianos del San Bernardo.

¿Y qué tal es este famoso café villa crespense?

El reducido ingreso al café esconde el espacio que se abre a poco de entrar. Las paredes de ladrillo a la vista le aportan antigüedad, pero, sobre todo, calidez. El piso tiene forma de damero aunque, en este caso, de colores negro y rojo. Todas las canalizaciones eléctricas están a la vista. Es decir, luce como un gran gimnasio de un club social. La iluminación es por medio de tubos fluorescentes como era costumbre en los viejos bares con billares. La barra es muy extensa y tiene tapa de madera. A lo largo se exhiben trofeos, copas y banderines del Club Atlético Atlanta. En las paredes hay tacos de billar, paletas de ping pong y fotografías, muchas son de Grandes Maestros que han pasado por los billares del Sanber como, por ejemplo, los hermanos Navarra.

Sin embargo, más allá de su vasto repertorio patrimonial, el hecho más valioso del lugar son sus clientes de rutina. En el primero de los salones, el más próximo a Corrientes, se juntan los veteranos a jugar al dominó. A continuación se pasa a otro espacio donde proliferan los juegos de cartas. Luego vienen las mesas de billar y de ping pong. En ese último lugar el salón homenajea a Oscar Master, un jugador de ping pong de 80 años que falleció en pleno partido.

Cuadro en homenaje a Oscar Master

Cuenta Laura Ávila que la convivencia etaria es lo más destacable del café. Que el factor nostalgia sumó a la convocatoria de jóvenes que iban al boliche para experimentar lo que habían vivido sus padres y abuelos. El testimonio de la dueña del Sanber viene a refrendar mi afirmación inicial.

El Sanber tiene más de 20 mesas de billar. Y el mayor anclaje barrial está en sus canchas de metegol. Los equipos rivales son Atlanta y Chacarita cuyas canchas supieron estar una frente a la otra hasta que los funebreros se mudaron a San Martín en 1945. La rivalidad se mantiene en el San Bernardo.

Con tanta oferta lúdica el café se mantiene abierto hasta bien entrada la noche. Por las mañanas abre al público a las 10, pero vamos, los parroquianos habituales saben que unas horas antes, a medida que van llegando los empleados para hacer la limpieza, son bienvenidos y bien servidos.

Lo más valioso del San Bernardo es la lealtad de sus clientes y la convivencia de las diferentes generaciones que se dan cita ahí

Me interesó saber un poco más sobre el edificio y le trasladé la inquietud a Laura que es arquitecta. Hasta donde ella sabe por la documentación que pasó por sus manos, el edificio es de finales de 1800. La fecha coincide con las apreciaciones hechas antes sobre el barrio. Según unos planos de 1912, para cuando abrió como café, se incorporó el sótano. El constructor fue Luis Comastri, hijo de Rafael, el autor del Mirador Comastri que, como cuenta Diego del Pino en el portal Buenos Aires historia: “Es el úl­ti­mo “mi­ra­dor” de nues­tra ciu­dad y fue par­te de la re­si­den­cia de un ita­lia­no pro­gre­sis­ta, don Agus­tín Ra­fael Co­mas­tri, que man­da­ra cons­truir el edi­fi­cio en­tre los años 1870 y 1875, co­mo cas­co de sus ex­ten­sas po­se­sio­nes en esa re­gión, y lu­gar de vi­vien­da de su nu­me­ro­sa fa­mi­lia”. La dirección del Mirador es Loyola al 1500.

Los años dorados del San Bernardo fueron los 50 y 60 del siglo pasado. Por entonces, la gente hacía cola en la vereda para poder pasar y ver a los grandes billaristas argentinos o para disfrutar de las funciones del varieté familiar que se representaba en el escenario del salón.

En 1935 funcionaba en el edificio el Club Social San Bernardo. Y el 19 de diciembre de ese año se fundó en el primer piso la República de Villa Crespo. Estas historias sobrevuelan cada metro cuadrado del café club.

La barra es extensa y tiene tapa de madera. A lo largo se exhiben trofeos, copas y banderines del Club Atlético Atlanta

En 2012 la Legislatura de la Ciudad lo declaró sitio de interés cultural. Dos años más tarde alcanzó la categoría de Bar Notable.

Carlos Fernández y Laura Ávila hoy están abocados a un nuevo proyecto próximo a estrenar. Están interviniendo las plantas altas del edificio, respetando sus características y antigüedad, para abrir un gran centro cultural. El matrimonio Fernández Ávila se propone crear cultura para devolver a la gente tantos años de compañía. En otros términos, el objetivo no es otro que construir comunidad. “El juego es un punto de unión” dice Laura. Y es tal cual, sobre todo en tiempos de juegos electrónicos en red donde no se comparte un mismo espacio. Se viene un nuevo Gran Conventillo Nacional. Digo, para los ciudadanos de la República de Villa Crespo.

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