River ganó en la Bombonera en 2024, en 2023, en 2018, en 2017, en 2014 y en otras tres oportunidades en la última década se marchó del templo de la Ribera sin perder en los 90 minutos. Boca sufre en el Monumental. Asume una función decorativa, secundaria, pasiva. Sucedió con Basile, con Alfaro, con Battaglia, con Almirón, con Diego Martínez… solo por recordar, como fogonazos, visitas desabridas. Ganó en marzo de 2022, con un gol de Villa después de un blooper entre González Pirez y Armani, y con el arquero Rossi como figura inexpugnable. Muy probablemente haya que retroceder hasta noviembre de 2017 para encontrar un Boca con coraje y autoridad, sólido. Sin mareos ni divanes. Un Boca de Guillermo Barros Schelotto que se impuso por 2 a 1 con tantos del colombiano Edwin Cardona, de tiro libre, y Nahitan Nández.
Nunca un superclásico es intrascendente, el ganador infla el pecho altivo. Se ilumina rincones que hasta entonces no habían visto el sol. River, que en la fecha anterior goleó a Gimnasia tras sufrir dos pelotas en los palos, y que por la Libertadores volvió del abismo de un 0-2 en Quito, con otros dos remates en los postes, está emocionalmente de pie. Definitivamente de pie tras tantos meses de carreteo, a veces, exasperante.
En Boca quedan astillas. Otra vez retrocedió para agitar el tembladeral de Fernando Gago. El mismo entrenador se autoimpuso salir campeón para vengar la afrenta de Alianza Lima y, se sabe, con temores no se construye nada. Nuevamente apuntado, eje de la bronca.Boca no fue intenso ni agresivo, un registro que sí había mostrado al menos por pasajes de las 10 fechas anteriores. Una postura que le había permitido recolectar nueve victorias. Con errores, sí, con distracciones, también, pero al menos con ímpetu. Abandonó el esquema en el Monumental, y eso resultó lo menos trascendente porque la táctica es apenas un papel. Pero se olvidó de la ambición, la grandeza incluso para fallar. Todo lo que enfrente expuso Enzo Pérez, a sus 39 años: orgullo, corazón, malicia, autoridad.
Sin mucha convicción, ni estilo, reaccionó Boca en el segundo tiempo. Obligado, claro, no le alcanzó ni para maquillar el duelo. El marcador final no respondió al juego ni a los méritos, la brecha fue mayor. Y los manotazos que tuvo que sacar Armani en el final no distorsionan la lectura. Espejismos. Boca había quedado condenado por su desprecio por el protagonismo un tiempo atrás. Boca no está convencido, juega a tientas e impulsos. River olfateó miedo y clavó los colmillos. Otra vez en el Monumental.