Para tener gente valiosa siempre alrededor a lo largo de una vida profesional exitosa y dedicada hay que ser generoso. Mucho más en el terreno de la ciencia. Que es árido, de pocos y donde la generosidad no abunda. Y por eso el médico pediatra e infectólogo argentino Daniel Stamboulian anda siempre acompañado.
Irradia saber, afecto y respeto por donde camine: desde su amada tierra Armenia, que nunca dejó de visitar ni de añorar, hasta el frenesí de Buenos Aires, las principales capitales del mundo, y también en pueblitos perdidos del interior del país; siempre buscando estar actualizado y detrás de los últimos avances científicos e innovaciones que mejorarán la vida de los pacientes, su principal y gran obsesión.
Ayer fue una noche entrañable alrededor del doctor Stamboulian con un reconocimiento especial a su trayectoria eterna, fascinante y llena de hitos alrededor de la medicina que impactaron en la vida de los argentinos y de los pacientes del mundo donde él fue con su conocimiento a cuestas.
Ocurrió donde debía, en UGAB, el exquisito restaurante de la Unión General Armenia de Beneficencia; y en el en el marco de la cena benéfica anual de las dos Fundaciones que el científico argentino preside e impulsa con mucho compromiso y convicción: por un lado, FUNCEI -Fundación del Centro de Estudios Infectológicos- en Argentina y por el otro, FAIDEC en Estados Unidos y Armenia.
Ambas instituciones hace años contribuyen con el desarrollo de programas para el cuidado de la salud. En FUNCEI, la meta es alcanzar a más comunidades de Argentina con la campaña “Las vacunas salvan vidas” que promueve la vacunación en todas las edades (”a lo largo de la vida”, como pregona el doctor hace décadas). Y en FAIDEC Armenia, el propósito es mejorar el acceso a la salud de 250 personas desplazadas a través del programa de atención médica para refugiados y comunidades rurales afectadas por el conflicto en ARTSÁJ.
No es casual que Stamboulian haya elegido como su primera disciplina médica la pediatría, que requiere tanto temple como nobleza. Posteriormente, se especializó en infectología, casi fundándola en el caso argentino, tras formarse en los Estados Unidos en una década clave: los años 70. “Todo tiene que ver con las infecciones”, siempre explicó el doctor.
Pero además fue pionero de un fenómeno que hoy domina la agenda de los medios masivos de comunicación en el mundo -y que la pandemia de COVID puso en el centro del debate-; audiencias muy interesadas en temas de ciencia, salud y bienestar, lo que hoy se denomina la comunicación en salud.
El doctor Stamboulian creyó siempre en un paciente bien informado y empoderado para tomar mejores decisiones sobre su salud. Él supo desde sus inicios que esa iba a ser una de sus batallas públicas, porque para él la información veraz y disponible en ciencia y salud son los mejores aliados del paciente.
El peregrino de la ciencia que transformó la salud en Argentina
Educar y concientizar a la población en temas de salud es también una manera de curar. Esta idea, tan potente y sencilla a la vez, se convierte en una realidad cotidiana para los grandes hombres de ciencia. Aquello que para muchos sería una misión extraordinaria, para el doctor Daniel Stamboulian fue apenas el inicio de una vida dedicada a cambiar el curso de la investigación y divulgación de la infectología.
De origen armenio y criado en una familia de inmigrantes, Stamboulian es un trabajador incansable que podría definirse como lo hizo Infobae en una nota del 2020 en plena pandemia: un peregrino de la ciencia. Su decidida búsqueda de conocimiento y su pasión por enseñar no sólo lo convirtieron en el referente indiscutido de la infectología en Argentina, sino también en una eminencia que ha formado a los grandes profesionales que son referentes en el país y la región.
Stamboulian realizó sus estudios secundarios en la época de oro del Colegio Nacional de Buenos Aires y obtuvo su título de médico con Diploma de Honor en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1962. Tres años más tarde, finalizó su residencia en el Hospital de Clínicas José de San Martín de la Facultad de Medicina de la UBA. Gracias a una beca, profundizó su formación en infectología en la Universidad del Sur de California. En 1971, con una sólida preparación académica, volvió a Argentina con la determinación de implementar el modelo avanzado de infectología que había aprendido en Estados Unidos.
La persona detrás de la eminencia médica
En sus primeros años como pediatra, mientras trabajaba en el Hospital de Clínicas José de San Martín de la Universidad de Buenos Aires, el doctor Sammy Bosch lo convocó con un desafío urgente: ir a Ledesma, Jujuy, donde la mortalidad infantil era desgarradora. “Se morían muchos chicos por día, algo había que hacer, y viajé hasta allá,” recuerda.
Corría la década del 60 y lo que encontró fue desolador. “El principal problema era la desnutrición. En vez de tomar leche, los chicos sólo consumían mate cocido,” relata. Convencido de que algo debía hacerse, gestionó donaciones de leche con el ingenio local y transformó la dieta de las familias.
En seis meses, los resultados fueron sorprendentes: tras un arduo trabajo de atención médica en el territorio, en lugar de dos muertes infantiles por día, Stamboulian y su equipo lograron reducir los fallecimientos a dos por mes.
Pero los problemas iban más allá de la desnutrición. “Había muchas infecciones porque en ese momento no existía la vacuna contra el sarampión. Veíamos chicos con complicaciones graves, uno de cada mil desarrollaba encefalitis. Cuando llegó la vacuna, entendimos lo vital que era vacunar a los chicos”, explica.
Con la claridad que otorga que una intervención sanitaria salve cientos de vidas, como en aquel caso las vacunas contar el sarampión, Stamboulian supo que había mucho por hacer en infectología en argentina. Un llamado urgente que convirtió en vocación a lo largo de su extensa carrera científica.
En medio de esas carencias, Stamboulian también detectó una falla estructural en el sistema sanitario, vinculado a los recursos humanos para atender a los pacientes: no había suficientes enfermeras.
“Entonces creamos el concepto de lo que hoy se denomina agente sanitario. Preparamos a jóvenes para actuar como enfermeros y con ellos controlamos muchos problemas de la comunidad”, recuerda. Este modelo, revolucionario en su momento, marcó un antes y un después en la salud pública del norte argentino.
Una mente inquieta en busca de nuevos horizontes
Tras su experiencia en Jujuy, regresó a Buenos Aires con una idea clara: seguir aprendiendo. “Un día leí en el diario que la Universidad de Buenos Aires otorgaba una beca para estudiar infectología en Estados Unidos. Me presenté y gané”, cuenta con modestia.
La beca lo llevó al County General Hospital de Los Ángeles, uno de los hospitales más grandes del mundo en ese momento, con 3000 camas. El camino no fue fácil. “Me respondieron que no tenían recursos para ofrecerme. Les expliqué que tenía el apoyo de mi familia y que con los 450 dólares d e la beca y un departamento alquilado podía arreglarme”, relata.
En Los Ángeles, bajo la dirección del Dr. John Liedholm, Stamboulian perfeccionó su conocimiento en infectología. “Nunca vi un médico internista tan inteligente como él. Fue un mentor muy importante para mí”, rememora.
Su formación en Estados Unidos no solo le brindó herramientas avanzadas, sino también una visión global de la medicina que marcaría el resto de su carrera.
Modernizar la infectología en Argentina
Cargado de diplomas y experiencia, a principio de la década del 70 Stamboulian regresó al país con una misión clara: replicar y expandir el modelo moderno de infectología que había conocido.
Desde sus primeras campañas para fomentar la vacunación hasta sus charlas masivas, siempre buscó simplificar conceptos médicos complejos y hacerlos accesibles para todos. En paralelo, se dedicó a formar a nuevas generaciones de médicos. Es importante transmitir lo aprendido, porque la salud pública no depende de una persona, sino de equipos comprometidos, señala con convicción. No solo implementó protocolos avanzados en hospitales, sino que comenzó a trabajar en algo que lo desvelaba: la educación sanitaria.
Pero el camino no fue fácil, cuando volvió al país tras la especialización en EEUU, no tenía trabajo y cada semana se acercaba a sus profesores y expertos de la UBA, “pero me decían que volviera la semana siguiente. Pasaron tres meses y nada. Fue un momento muy difícil”, recuerda. Finalmente, encontró su lugar en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, donde pudo comenzar a aplicar lo aprendido.
Allí fundó un laboratorio de virología, una innovación en un país que carecía de infraestructura para el diagnóstico avanzado de enfermedades infecciosas.
Paralelamente, se sumó al equipo del Hospital Posadas, un centro de salud modelo de la provincia de Buenos Aires, donde lideró la creación de un servicio integral de pediatría con subespecialidades como infectología, neurología y neonatología. “En esa época, en el Posadas parecía que estábamos en Estados Unidos. Formamos un equipo interdisciplinario de primer nivel, y replicamos lo que habíamos aprendido en Los Ángeles,” explica con orgullo.
Stamboulian no solo transformó hospitales, sino que también revolucionó la formación médica en infectología en el Hospital Garrahan, en el Sanatorio Güemes y en otros destacados centros médicos. “Inventamos lo que se llama la residencia en infectología”, señala. Este modelo, pionero en Argentina, capacitó a cientos de especialistas provenientes de todo el país, desde Rosario y Corrientes hasta el sur argentino.
“La idea era que los residentes que se formaban conmigo no solo adquirieran conocimientos técnicos, sino que tuvieran oportunidades de trabajo al regresar a sus provincias. Eso cambió la manera de abordar las enfermedades infecciosas a nivel nacional,” destaca.
Además, Stamboulian implementó un sistema innovador para el control de infecciones hospitalarias. Su experiencia con el doctor René Favaloro fue clave en este sentido. “Favaloro me decía que sus pacientes se infectaban tras las cirugías, algo que nunca había visto en Estados Unidos. Entonces, creamos grupos de enfermeras especializadas en control de infecciones y logramos reducir esas complicaciones a casi cero,” detalla.
En el Hospital Garrahan Stamboulian también cambió los paradigmas. En lugar de establecer una sala de infectología separada, promovió un enfoque integrado. “La infectología está en todo el hospital, no solo en una sala. Nombramos a líderes en cada área, como Rosa Bologna y Roberto Debbag (ver si quedan los nombres o no), para garantizar que las infecciones se abordaran de manera transversal,” explica.
Extender el impacto: educación y divulgación
Además de su trabajo clínico, Stamboulian dedicó gran parte de su carrera a la educación y la divulgación. “Educar y concientizar es una forma de curar,” sostiene.
Lideró campañas para fomentar la vacunación y la prevención de enfermedades infecciosas, simplificando conceptos médicos complejos para que fueran accesibles a toda la población. Estas iniciativas fueron claves para disminuir la incidencia de enfermedades prevenibles y a generar mayor confianza en la medicina preventiva.
“Cuando regresé, sabía que tenía que replicar lo aprendido, pero también ser generoso y compartir ese conocimiento. La clave era formar equipos que pudieran seguir adelante, incluso después de que yo ya no estuviera,” reflexiona.
Un legado que trasciende fronteras
Con más de 80 años, Daniel Stamboulian sigue activo, inspirando con su lucidez y energía. Su historia no es solo la de un médico brillante, sino la de un humanista que transformó vidas desde las comunidades rurales más humildes hasta los hospitales más prestigiosos.
Escucharlo es ser testigo en quien en primera persona fue protagonista de los grandes hitos de la medicina. Su legado está presente en cada niño vacunado, en cada joven que eligió estudiar medicina gracias a su ejemplo, y en cada comunidad que entendió que la salud es, ante todo, un derecho colectivo.
Daniel Stamboulian no es solo un médico. Es un maestro, un visionario, y un verdadero andariego de la ciencia, siempre dispuesto a caminar un paso más por el bienestar de los demás.