Adrián había nacido en el ‘72. Desde allí, su corazón latió por Racing. No fue fácil atravesar la primaria en el lustro inicial de la década del ‘80 siendo futbolero y de la Academia. Apenas algún destello en el equipo del ‘81. El pésimo ‘82, como la antesala del descenso tan temido que llegó un año más tarde. Pero el Vasco, como lo conocíamos todos, no aflojó nunca, siempre acompañado por su viejo. Le puso una sonrisa al paso por la B, pese a los dos años que parecieron siglos. Se ilusionó con un nuevo regreso de Basile a fines del ‘86 y más tarde con ese equipo de la temporada 1987/88 que arrancó para ganar el torneo local. No pudo ser, pero el destino le tenía preparado algo mejor: ser el primer campeón de la Supercopa, en una inolvidable final contra el Cruzeiro, en Belo Horizonte, el sábado 18 de junio de 1988.

Cuantos avatares había atravesado la Academia en poco tiempo… El descenso, y el posterior regreso, que por la reestructuración de los torneos lo tendría seis meses sin competir, y que lo llevó a la necesidad de generar ingresos. Que terminó siendo un paso en falso, porque alquiló su equipo a Argentino de Mendoza que disputaba el Regional. Pero en apenas dos años, Racing pudo recomponerse de todos los golpes, como ese boxeador que atravesó mil batallas y estaba más erguido que nunca, para pegar el grito de campeón.

La añeja filmación en blanco y negro, del gol del Chango Cárdenas al Celtic en Montevideo, parecía desteñirse en el recuerdo. La Academia fue el primer equipo argentino en consagrarse campeón del mundo, en la lejanía del ‘67. Desde allí, todo fue barranca abajo. Hasta la noche de Belo Horizonte, que tuvo un héroe. Quizás inesperado. Como en las buenas tramas. Y es que Racing parecía estar atravesando una vida de película.

El equipo la noche de la consagración: Carlos Olarán, Miguel Colombatti, Gustavo Costas, Miguel Ludueña, Néstro Fabbri y Ubaldo Fillo. Agachados: Carlos Vásquez, Walter Fernández, Jorge Acuña, Rubén Paz y Omar Catalán

Omar Catalán sabía de luchas. Se había formado en el ascenso, destacándose con las camisetas de Almagro y Quilmes, donde tuvo una temporada formidable, que le permitió saltar dos categorías, pasando de la B, sin escala en el Nacional, a la primera división. Se encontró con un mundo nuevo, como lo recordó en diálogo con Infobae: “Al principio me costó en la parte física, porque venía de una larga inactividad y el plantel estaba terminando la pretemporada. Lo más complicado fue en el juego, porque tuve que cambiar la manera en la que lo hacía en el ascenso. Allá eran continuamente piques de 30 o 40 metros y acá, de ese modo, no me pasaban la pelota. Dediqué un entrenamiento, actuando para los suplentes, a observar los movimientos de Medina Bello y Walter Fernández, aprendiendo a tirar las diagonales. Y unos meses después, de esa manera, iba a convertir el gol contra Cruzeiro”.

En 1987 la Conmebol anunció la creación de un torneo donde se reunirían, cada año, todos los campeones de la Copa Libertadores. La primera edición se pautó para la temporada 1988, a disputarse en el primer semestre, dejando para el segundo al tradicional certamen. Para la Academia era una buena ocasión, porque en caso de eliminar al Santos en su debut, por imperio del sorteo, tenía libre la segunda fase y recién reaparecería en semifinales.

El barrilete de la ilusión que los hinchas de Racing remontaron al comenzar la temporada, con el sueño de volver a ser campeones del torneo local, se cambió por una frustración, cuando el equipo decayó en la segunda rueda. El novel torneo continental abrió la puerta para renovar las esperanzas. Catalán aguardaba su oportunidad y Basile sabía que podía confiar en él. Lo fue llevando de a poco y le ratificó la confianza en la noche del Mineirao, para que entrase en la leyenda: “Unas semanas antes enfrentamos a Central en una de las últimas fechas del campeonato, donde el Coco armó un mix entre titulares y suplentes, porque se venía la semifinal de la Supercopa ante River. Tuve una tarde muy buena, donde marqué el gol del empate sobre la hora y allí el Coco se decidió por mí”.

El gol de Omar Catalán

La final de ida fue el lunes 13 de junio, feriado en Argentina, en horas de la tarde. El Cilindro desbordaba de público y ansiedad. Por eso el gol de Robson, cayó como una lluvia helada en la soleada y apacible tarde. Walter Fernández igualó de penal al concluir el primer tiempo y cuando el reloj ya marcaba los noventa minutos, una patriada de Gustavo Costas por la izquierda, desembocó en un preciso centro de Fernández, que Miguel Colombatti envió a la red, para el delirio celeste y blanco.

La ansiedad por estar a las puertas de un título internacional crecía con las horas. Racing estaba en el medio de una maratón de partidos increíbles, porque en paralelo, disputaba la liguilla para ganarse un lugar en la Copa Libertadores. El viaje a Belo Horizonte fue el viernes 17, como rememora Catalán: “Estábamos muy bien, hasta que empezamos a sentir la presión de los brasileños cuando fuimos a reconocer el estadio y nos decían de todo, aunque lo único que entendíamos eran las malas palabras (risas)”. En esa dirección también van los recuerdos de Eduardo Ramenzoni, quien tenía a su cargo la cobertura diaria de Racing, en Competencia, el programa líder de la audiencia deportiva radial, conducido por Víctor Hugo Morales: “La noche anterior a la final, los muchachos fueron a hacer un reconocimiento del estadio Mineirao. Apenas lo pisaron, de casi todos salió como una especie de exclamación, ya que era inmenso, con medidas mucho más grandes que cualquier campo de juego de nuestro país. Rubén Paz, que había jugado en el Internacional de Porto Alegre, les decía a sus compañeros: ‘Muchachos, no se preocupen por el largo de la cancha, pero si por el ancho. Parece que la pelota nunca se va a afuera (risas)’”.

Las figuras de la final con la Supercopa: Fillol y Catalán

Basile confió en los mismos once de la ida para ir por la Supercopa en Brasil: Fillol; Vásquez, Costas, Fabbri, Olarán; Acuña, Ludueña, Colombatti, Paz; Catalán, Walter Fernández. El estadio Mineirao estaba colmado como hacía muchos años no se veía. La Academia tenía la tranquilidad de la victoria en la ida y la claridad para saber cómo encarar la revancha. Se habían disputado 43 minutos de una gran paridad, hasta que llegó la maniobra que dejó por siempre en la historia a Omar Catalán: “Ya había tenido una chance parecida un rato antes, pero la pelota me quedó atrás, no me pude acomodar y le pegué sin recorrido. La jugada del gol se dio cuando Walter Fernández hizo un control orientado, giró y quedó de frente a la cancha. Me dijo que nunca me vio, pero escuchó mi grito y me puso el pase. Me pegó en el pecho y salió para adelante. Donde más confianza me tenía, era cuando entraba al área, gracias a un entrenador que tuve en el Almagro que me decía ‘cuando estás mano a mano, el arquero está muerto, porque no sabe qué va a hacer el delantero’ (risas). Levanté la cabeza, vi que el arquero venía corriendo y pensé ‘esto es fácil’. Sin dejarla picar, se la toco por arriba y es gol. Pero de pronto lo tenía muy encima y me acomodé para darle de zurda. Elegí la correcta, aunque no era la más fácil. Por suerte entró. Yo era un obsesivo del gol. Quería hacerlo hasta en los entrenamientos. En ese momento estaba cumpliendo el sueño de mi vida, que era hacer un gol en una final a cancha llena”.

Aunque ahora parezca una obviedad, en aquellos tiempos no era tan común ver partidos en vivo por televisión de equipos argentinos en el exterior. Aquella final se emitió en directo, con una innovación: fue en dúplex por Canal 13 y radio Continental. Los relatos fueron de Víctor Hugo Morales, que trabajaba en ambos medios. El Ruso Ramenzoni, quien también participó, nos recordó cómo fue esa tarea: “El hecho de haber salido en dúplex, marcaba la importancia que tenía el partido para nuestro país. Lo de la transmisión fue algo realmente inédito, porque uno no estaba acostumbrado aún a trabajar en televisión. Para mí fue la primera experiencia. Hice mis aportes desde el costado del campo de juego, al lado del Coco Basile, en una época distinta, donde no había inconvenientes para ubicarse allí, tan cerca de los protagonistas, como ocurre ahora”.

Adrián, como gran parte del pueblo racinguista, no pudo viajar a Brasil. Tampoco pudo dormir bien las noches anteriores. Era uno de los más divertidos del grupo de amigos, siempre dispuesto a armar una salida. Pero a nadie se le ocurrió mencionarle nada ni siquiera cercano a eso para ese sábado por la noche. A varios kilómetros de su casa del barrio de Congreso, el equipo tenía muy claro lo que tenía que hacer, como lo relata Omar Catalán: “Planteamos el partido tratando de estar lo más lejos posible de nuestro arco, porque si te retrasás un poquito, lo brasileños te cascotean el rancho (risas). Solo sufrimos en los últimos minutos, después del empate de ellos, donde la pasábamos mal. Había salido por estar acalambrado y desde el banco sufría como loco, porque parecía que se nos venía la noche”.

La llegada de Omar Catalán a Ezeiza

La noche se les vino, finalmente, a todos los de Racing. Se les vino encima, con esa felicidad única de sentirse campeones, dando la siempre anhelada vuelta olímpica en territorio brasileño. Atrás, como quien mira un andén cuando parte el tren, quedaban los dolores, las cargadas y las frustraciones de tantos años. Era el momento de mostrar el orgullo celeste y blanco. Pocas horas después, emprendieron el regreso a Buenos Aires, suceso inolvidable para Catalán: “Eso fue una locura. Llegamos como a las 6 de la mañana, con un frío tremendo y el aeropuerto estaba copado de hinchas de Racing. Cuando el micro salió hacia la Ricchieri, asomé la cabeza por la ventanilla y fue algo impactante: hasta donde se perdía la vista, y a lo ancho, estaba tapada de autos con gente gritando y festejando”.

En ese vuelo, pletórico de alegría, además del plantel, viajaron hinchas y periodistas. Allí se produjo una curiosa situación, cuando Víctor Hugo y Eduardo Ramenzoni emitieron notas con los protagonistas en vivo desde el aire, como lo recuerda el Ruso: “Al momento de regresar, lo hicimos pocas horas después, en un vuelo chárter. Enseguida nos acercamos a la cabina del avión y empezamos a gestionar con Víctor Hugo la posibilidad de salir en vivo desde allí. No era algo sencillo, pero se pidieron los permisos con la torre de control y finalmente lo logramos. Fue una innovación absoluta, y logramos hacerlo, entrevistando a un par de jugadores”.

En el camino a la gloria, hubo un partido clave, que fue la semifinal ante River. El determinismo histórico marcaba que los Millonarios debían ser los ganadores, por la paternidad futbolera. Pero la historia se escribió al revés. Racing ganó la ida 2-1. En la revancha en el Monumental perdía 1-0 y quedaba fuera porque los goles de visitante tenían doble valor. Hasta que llegó el momento sublime que nos evocó Omar Catalán: “Lo que lloramos cuando terminó ese partido fue increíble. En mi caso particular, sentía que se nos estaba yendo el esfuerzo de todo el año. A veces, cuando estás dentro de la cancha, hacés cosas de las que no tenés ni idea del por qué. Faltaba un minuto, perdíamos 1-0 y quedábamos afuera. Jorge Acuña tuvo la chance del empate y Pumpido la manoteó al córner por sobre el travesaño. Miguel Colombatti fue a ejecutarlo y me fui detrás de él para hacer una jugada corta, que jamás la habíamos practicado ni siquiera hablado. Sigo pensando qué fui a hacer ahí (risas), si lo que más me gustaba era estar dentro del área. Colombatti me la pasó y se la devolví un poco larga. Entonces él enganchó y tiró el centro que cayó en la cabeza de Fabbri, que le ganó en el salto nada menos que a Ruggeri para el gol que nos dio la clasificación. Fue una locura. Nunca vi nada igual, con la gente de Racing abrazada, que rodaba por la tribuna de la felicidad”.

El decisivo gol de Fabbri contra River en la semifinal

También configura un gran recuerdo para Ramenzoni: “Fue uno de los mejores partidos en la gran carrera del Pato Fillol, donde tuvo una actuación extraordinaria, salvando varios mano a mano, ante un River que dominaba casi a voluntad, generando permanentes situaciones de riesgo y Racing la pasaba muy mal. Faltaba muy poco, casi nada, cuando llegó ese centro y el gol de Fabbri. Fue un festejo interminable en los vestuarios, donde tuve la suerte de estar, haciendo la cobertura para la transmisión de Continental. Esa semifinal será recordada por siempre por ese cabezazo y las atajadas del Pato, que fueron memorables”.

Allí estuvieron el Vasco con Ernesto, su viejo, incondicionales de la Academia. Igual que todos los que los rodeaban, que habían bancado las malas y ahora disfrutaban en esa popular monumental. La misma que los había cobijado en diciembre del ‘85, la noche del fin de la pesadilla del paso por la B, con el golazo del recordado Néstor Sicher.

A la hora del balance, Catalán da una pauta de porque llegaron hasta lo más alto: “Además de las virtudes futbolísticas, ese equipo tenía un espíritu extraordinario y no se entregaba nunca. Creo que parte de ello era porque muchos veníamos del ascenso, con hambre de triunfos grandes. Más de medio equipo tenía ese origen. Al llegar a Racing me encontré con un grupo de jugadores extraordinarios, que, hasta la semana anterior, solo veía por televisión. Fue como entrar en una película”

Omar siente el afecto del hincha cada día, como si 1988 hubiese sido ayer. Y en cada muestra de gratitud, recuerda lo vivido: “El que está adentro, no tiene noción de lo que genera afuera. Tenés que cambiar el chip y pensar en las cosas que te pasaban cuando eras hincha, para tener una dimensión. Siempre pongo el mismo ejemplo con lo que me ocurrió el día que Argentina ganó la Copa Davis en Croacia o cuando la generación dorada logró la medalla en Atenas, después de vencer al Dream Team. Yo festejaba como loco y pensaba ‘estos chicos no tienen ni idea lo que hicieron, se van a dar cuenta con el paso del tiempo’”.

El domingo nos juntamos por la mañana para jugar un picado. Mientras se iba formando el grupo, la charla transcurría sobre la final, aún fresca, de un puñado de horas atrás. Cuando lo vimos llegar a Adrián, todos salimos corriendo a buscarlo, en forma instintiva. Nadie lo había organizado. En ese abrazo, estaba el adiós al sufrimiento futbolero de tantos años. Ahuyentando los fantasmas. Como lo había hecho Catalán, la noche anterior, con su remate certero y su eterna carrera a la gloria.