Es bien sabido que los comercios ubicados en lugares turísticos suelen inflar los precios de sus productos. Independientemente de dónde sea, existe una gran variedad de “trampas” para turistas, sean souvenirs cutres vendidos a precio de oro, tirar al suelo un cepillo de limpiar zapatos para acusar a quien lo recoja de robarlo, falsos guías turísticos, o precios exorbitantes en restaurantes cuando se ve al turista pinta de serlo.
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Este caso es de los últimos, aunque los precios figuraban en el menú que el protagonista utilizó para elegir su comida. Según ha informado el medio italiano Corriere della Sera, el hombre se habría sentado a comer en el Antico Caffè Greco, una histórica cafetería abierta en 1760 en el número 86 de la via Condotti, en Roma. Es considerado el café más antiguo de la ciudad y el segundo más antiguo de toda Italia, solo superado por el Caffè Florian, en Venecia, fundado en 1720.
Pagar 86 euros por comer en la silla de Gabriele D’Annunzio
El protagonista, un letrado del Colegio de Abogados de Roma, se sentó en la cafetería y pidió, sin prestar atención a los precios. Su almuerzo consistió en un bocadillo de bresaola, una pizza pequeña con mozzarella, un croissant salado, dos aguas de medio litro y dos cafés. Para su sorpresa, al recibir la cuenta la suma de todo ello alcanzaba los 86 euros, lo cual, en un principio, consternó al abogado.
“Por supuesto, me quejé un poco. Pero pagué. También para evitar dar una mala impresión a los clientes. Después de todo, es mi culpa. Me habría bastado con mirar primero el menú. Al menos hoy aprendí algo: siempre hay que mirar el menú antes de realizar el pedido. Por supuesto, la lección fue muy cara”, comentó al respecto el penalista. A pesar de que admite su responsabilidad, lo hace con un sabor amargo en la boca.
Realmente, es verdad que fue todo bastante caro: la pizza pequeña, 20 euros, lo mismo que el bocadillo; el croissant, 16 euros; las botellas de agua de medio litro, 8 euros; y los cafés, 7 euros cada uno. Al letrado no le quedó otra que pagar la cuenta y consolarse recordando la historia del lugar: “Como sea, me engañé pensando que comí ese croissant en la misma silla y mesa donde creció el gran poeta Gabriele D’Annunzio, uno de mis favoritos”, y es que la lista de personajes célebres que lo visitaron en sus días es larga, desde Hans Christian Andersen, Goethe, Ibsen, o Wagner hasta María Zambrano, Mariano Fortuny, y Orson Welles.
Debido a esto y a la cantidad que se vio obligado a pagar, el abogado planea conservar el ticket: «Lo pondré en una vitrina, para que algún día ningún cliente tenga que decir que no soy generoso», concluye con una sonrisa. Lo que queda claro es que, si uno se sienta a comer en un local fundado en el siglo XVIII y frecuentado por una larga lista de personajes célebres de la literatura y el arte, lo más recomendable será comprobar los precios de las cosas antes de pedirlas. No sea que el hecho de que Lord Byron se haya sentado en una silla infle tanto la cuenta.