Las autoridades del aeropuerto internacional de Dunedin, en la isla sur de Nueva Zelanda, se han impuesto la tarea de medir la duración de un abrazo. En la entrada de este aeropuerto hay un cartel que dice: “El tiempo máximo de abrazo es de tres minutos. Para despedidas más cariñosas, utilice el estacionamiento”.

La consigna -que tiene la intención de mejorar la fluidez y la circulación de pasajeros en la zona de partidas- provocó la acostumbrada polémica en las redes. ¿Se puede cronometrar una despedida? ¿Quién es quién para decidir la duración de un adiós? Para un latino es poco tiempo; para un alemán, ciento ochenta segundos entre los brazos de otra persona es la idea del infierno…

Un cartel en el aeropuerto de Nueva Zelanda impuso un límite de tres minutos a los abrazos de despedida; la medida abrió un debate mundial sobre cuánto tiempo aferrarse para un abrazo.

En un abrazo de tres minutos hay tiempo suficiente como para descansar sobre otra persona, poseer y ser poseído, llorar, prometer, ver caer el corazón al piso y recogerlo. Y dejar ir, que para eso se ha inventado ese abrazo de despedida, una paradoja tramada entre dos cuerpos, sus almas y la distancia.

“Los aeropuertos se convierten en semilleros de emociones”, explica la directora de la terminal, Daniel De Bono. “A lo largo de los años el personal de Dunedin ha visto cosas interesantes”, sugiere. Pero lo que desean es que las despedidas no se eternicen e interrumpan el tráfico de pasajeros.