Los medicamentos son sustancias químicas diseñadas para prevenir, tratar o diagnosticar enfermedades, así como para restaurar o modificar funciones fisiológicas en el organismo.
Estos compuestos, que pueden ser de origen natural o sintético, desempeñan un papel crucial en la medicina moderna y su acción en el cuerpo humano sigue un proceso complejo que involucra varias etapas fundamentales.
¿Cómo funcionan los medicamentos?
El recorrido de un fármaco en el cuerpo comienza con la ingestión del mismo, que posteriormente llega a su absorción, la cual puede ocurrir a través del estómago, los intestinos o incluso la piel, según la forma en que se administre.
Una vez absorbido, el medicamento entra en la circulación sanguínea o el sistema linfático, etapa conocida como distribución, que permite que la sustancia alcance diferentes tejidos y órganos.
El siguiente paso es la unión a receptores específicos en las células o tejidos afectados. Estos receptores funcionan como cerraduras que solo pueden ser activadas por la “llave” correcta, es decir, el medicamento. Una vez que se produce esta interacción, se desencadena la acción farmacológica, que puede consistir en activar o inhibir una respuesta celular específica para aliviar síntomas o tratar la enfermedad en cuestión.
De esta manera, si hay un dolor de cabeza, por tomar un ejemplo, el medicamento llega a la zona afectada e interactúa con los receptores específicos presentes en esa área. Esta interacción estimula una respuesta celular que alivia el dolor o reduce la inflamación. Finalmente, el medicamento se metaboliza para ser eliminado del organismo.
¿Cómo “saben” en dónde actuar?
Una de las preguntas más comunes entre los pacientes es cómo los fármacos logran dirigirse al lugar exacto donde se necesita su acción. De acuerdo con especialistas en farmacología, la respuesta radica en tres factores principales:
- Especificidad de los receptores: Los medicamentos se diseñan para unirse únicamente a receptores específicos que se encuentran en las células o tejidos afectados. Esto asegura que su acción se limite a las áreas necesarias.
- Concentración del medicamento: La concentración de la sustancia activa suele ser mayor en las zonas donde se requiere su efecto, como ocurre con los analgésicos, que se concentran en el cerebro y los tejidos doloridos.
- Mecanismos de transporte: El cuerpo cuenta con sistemas de transporte, como el sistema linfático, que ayudan a dirigir los medicamentos hacia los tejidos inflamados o afectados.
Por ejemplo, los analgésicos, como el ibuprofeno, se unen a receptores en el cerebro y los tejidos afectados, lo que ayuda a reducir la producción de prostaglandinas, moléculas responsables del dolor y la inflamación. Por su parte, los antibióticos, como la penicilina, actúan directamente sobre las bacterias, lo que inhibe su crecimiento y reproducción. En el caso de los antidepresivos, como la fluoxetina, estos aumentan la disponibilidad de neurotransmisores como la serotonina en el cerebro, lo que contribuye a regular el estado de ánimo.
La extensa variedad de las medicinas
Los medicamentos están disponibles en diversas formas farmacéuticas, ya sea como pastillas, cápsulas, jarabes, cremas, inyectables o inhalantes, lo cual, depende de su uso y del tipo de paciente. Además, no solo contienen el principio activo, que es responsable de la acción terapéutica, sino también excipientes, sustancias inertes que aportan estabilidad, sabor, consistencia y facilitan la liberación del principio activo en el organismo.
En conclusión, los medicamentos son herramientas esenciales en la medicina moderna, y su diseño y funcionamiento están cuidadosamente estudiados para garantizar su eficacia y seguridad en el tratamiento de diversas enfermedades.
Sin embargo, es importante recordar que la automedicación sigue implicando un riesgo para la población mexicana, por lo que se recomienda acudir con especialistas de la salud y, de esta manera, evitar que el malestar empeore o se generen efectos adversos como la resistencia bacteriana.