Carlos Eduardo Robledo Puch, el mayor asesino serial de la historia penal argentina, presentó el miércoles un pedido para que le apliquen la inyección letal, una medida imposible de cumplir porque la pena de muerte no figura en la ley argentina. A través de un mensaje de audio que envió desde la Unidad Penal N° 26, del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) y que fue difundido por el canal América, reiteró la solicitud que había presentado hace casi cinco años -en 2020- y que la Justicia rechazó por improcedente: “Lo único que quiero es que me maten porque estoy sufriendo condenadamente”.
Condenado a reclusión perpetua más accesoria por tiempo indeterminado por once homicidios, una violación y 17 robos, Robledo Puch expresó: “Lo único que ansío es que me metan en la sala de una clínica y me pongan una vía con suero y me pongan a dormir profundamente y después me inoculen el veneno y me maten”. “Estoy sufriendo condenadamente. No me van a dejar salir jamás en libertad… creo que te lo dije, fui claro. Jamás. Jamás me dejarán ir a ningún lado”, concluyó el hombre apodado como El “Ángel de la Muerte”. En sus más de 50 años como recluso, también exigió ser liberado, petición que también le fue negada.
Quién es Robledo Puch, el asesino serial argentino que pidió que le apliquen la inyección letal
De familia procedente de Salta, la historia delictiva de Robledo Puch comenzó con Jorge Ibáñez, en 1970, con el asalto a la joyería de Rachmil Israel Isaac Klinger, en Olivos. De allí se habrían llevado 100.000 pesos. También se los acusó de robar en un taller de caños de escape, a pocas cuadras de la joyería.
El primer homicidio que se les adjudica ocurrió en 1971, con la muerte de Manuel Godoy, sereno de un salón de fiestas y del encargado, Pedro Mastronardi. Con ese puntapié, se inició un raid criminal que incluyó dos empleados -uno en una casa de repuestos y el otro de un supermercado- y la violación y muerte de dos mujeres.
La complicidad entre Puch e Ibáñez terminó abruptamente en agosto de ese año, cuando chocaron en la avenida Cabildo, siniestro durante el cual su colega perdió la vida. Hay algunos que dudan sin embargo de que la muerte de su primer socio haya sido realmente un accidente.
Al poco tiempo del fallecimiento de Ibáñez, Robledo Puch consiguió un nuevo cómplice. Se trató de Héctor Somoza, junto a quien habría asesinado a un hombre en una concesionaria y a otro sereno en una agencia de automóviles. Pero este socio, tal y como ocurrió con Ibáñez, tampoco le duró mucho tiempo.
En 1972 ambos asesinaron a un hombre en una ferretería, tras lo cual Robledo Puch habría matado de un balazo a Somoza y le habría prendido fuego en la cara y las manos para evitar que lo reconozcan, según se sostuvo en la investigación que se llevó adelante hace más de 45 años atrás.
Un error en este hecho fue lo que llevó a que finalmente el “Ángel de la Muerte” fuera detenido: olvidó su cédula en el bolsillo de Somoza. Con tan sólo 20 años de edad, fue detenido el 3 de febrero de 1972. En 1980 fue condenado a perpetua por diez homicidios agravados, un homicidio simple, 17 robos y dos casos de abuso.
El fallo de la Sala 1 de la Cámara de Apelaciones de San Isidro lo consideró “un psicópata con plena capacidad para comprender la criminalidad de sus actos”, aunque las pericias resaltaban que Puch procedía de un “hogar legítimo y completo, ausente de circunstancias higiénicas y morales desfavorables”.
Según se dijo en aquel momento, las últimas palabras que dedicó al tribunal que lo condenó fueron: “Esto fue un circo romano. Algún día voy a salir y los voy a matar a todos”. Hasta el día de la fecha, Puch niega cada uno de los asesinatos por los cuales fue condenado, aunque admite haber cometido varios robos.
Con más de 70 años, el “Ángel de la Muerte” permanece recluido en el Pabellón 1 de la Unidad Penitenciaria 26 de Olmos (Servicio Penitenciario Bonaerense).
Desde 2008, cuando volvió a ser noticia porque había presentado un pedido para que lo liberen, al considerar que había cumplido la condena, el asesino en serie insiste con salir de la cárcel. Consideraba que ya había cumplido la pena que le habían impuesto. Para Robledo Puch, en ese entonces, era libertad o nada.
Se negó a que lo incorporen a un sistema de semilibertad y pidió que le permitieran construir una casa en el penal de Sierra Chica, donde estuvo alojado hasta mayo de 2019, cuando sufrió una apendicitis que obligó a trasladarlo al hospital del complejo penitenciario de Olmos, donde lo intervinieron quirúrgicamente.