La historia es conocida. En 1917 Marcel Duchamp compró un mingitorio en una empresa de suministros sanitarios de Nueva York, lo firmó con el seudónimo R. Mutt y lo presentó dado vuelta con el título Fuente en una exposición de arte organizada por la Sociedad de Artistas Independientes. Concibió así el concepto de ready-made o de “objeto encontrado” que elevó a la categoría de arte: no le parecía relevante si había realizado la pieza con sus propias manos, si no que la había elegido. Al priorizar la idea y la selección sobre la creación, se convirtió en el “padre del arte conceptual” y en el artista más influyente del siglo XX.
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Claro que eso no fue interpretado así de inmediato. La Fuente fue rechazada y retirada rápidamente de la citada muestra. Aunque llegó a ser fotografiada por Alfred Stieglitz, lo cual eso permitió que se realizaran réplicas por encargo de Duchamp en la década de 1960. Para entonces, la mirada sobre lo que era o no arte ya había cambiado.
Claro que las preguntas en ese sentido volvieron a multiplicarse a nivel global en las últimas horas, luego de que se vendiera en Sotheby’s por 6,24 millones de dólares la obra Comediante, de Maurizio Cattelan. Es decir, una banana pegada a la pared con cinta de embalar, similar a la que el artista italiano pegó en el stand de la galería Perrotin en 2019 en Art Basel Miami Beach, la feria de arte más importante del mundo. En ese momento, ya parecía un escándalo que se vendieran en cuestión de horas dos versiones de la pieza por 120.000 dólares cada una. Pero las burlas se incrementaron cuando se supo que el comprador en el remate, el coleccionista chino Justin Sun, anunció que se comería la banana como ya lo había hecho David Datuna en 2019.
Como parte de las múltiples repercusiones András Szántó, asesor de estrategia cultural con sede en Nueva York, admitió en su cuenta de Instagram que él mismo se burló de Comediante en 2019. Ahora, sin embargo, reconoce que la obra “tal vez” reclame su lugar en “una larga lista de obras de arte que desafían al espectador a reflexionar sobre qué hace que el arte sea valioso”. A modo de ejemplo mencionó el Dibujo de De Kooning borrado, pieza realizada en 1953 por un joven Robert Rauschenberg. Este último pidió a su colega -21 años mayor- una obra que pudiera borrar, la enmarcó con ayuda de Jasper Johns y la convirtió en otro hito memorable en la historia del arte.
A estos ejemplos Sotheby’s suma otros, como el tiburón que Damien Hirst colocó en una pecera llena de formol en 1991. La pieza se tituló La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo y se vendió por 9,5 millones de euros al millonario estadounidense Steve Cohen. Recordó además el caso de Niña con globo, de Banksy, que se autodestruyó en su sala de ventas segundos después de rematarse en 2018. Rápida de reflejos, la casa de subastas anunció de inmediato que se trataba de la “primera obra de arte de la historia creada en vivo durante una subasta”. Triturada a medias y con nuevo título, El amor está en el tacho, se remató tres años después en la misma sala londinense por el equivalente a 25,38 millones de dólares, precio récord por una pieza del grafitero anónimo.
“Estas obras revolucionarias compartían un espíritu de bromista iconoclasta que provocó que el público cuestionara el significado del arte, desde dentro de los mismos sistemas que permiten su creación y recepción –sostiene Sotheby’s-. A través de su presentación y contexto, Cattelan eleva el objeto cotidiano al ámbito del arte, siguiendo los pasos de los dadaístas y de Warhol, para quienes la idea o el concepto era de suma importancia. Más importante que el proceso de creación”.