PINAMAR (Enviada especial).— Son las 10 de un jueves de verano, el día más caluroso en lo que va del año 2025. A medida que llega la gente a la playa, se le suman los vendedores ambulantes, que ofrecen churros, chipá, choclos, panchos y hasta ropa. “Respeto” y “códigos”. Así definen los vendedores la territorialidad que hay sobre sus recorridos en la playa.
La orilla del mar es una fuente de trabajo para las comunidades costeras, pero a veces trae problemas. Durante los últimos días se generó una polémica por dos vendedores ambulantes que se tomaron a golpes en las playas de Villa Gesell, secuencia que fue capturada por turistas con sus celulares.
En los videos se puede ver cómo los dos hombres empiezan a discutir y luego pasan a la violencia física. Pocos segundos después se sumaron a la pelea un tercer vendedor y una mujer. Si bien a ambos se les quitó la licencia municipal para vender productos en la costa, surge la pregunta sobre cómo esta actividad es regulada por las autoridades de Pinamar y Villa Gesell.
A pesar de las regulaciones, en Pinamar reconocen que la venta en la costa a veces trae conflictos. Martín Yeza, exintendente y actual diputado nacional de Pro, dijo tras el violento episodio en su cuenta de X: “Hay mafias de churreros. Si no hay control se acuchillan por las zonas. Esto mismo pasaba en Pinamar ni bien asumí y fue un problema que desapareció. Pasa cuando hay anarquía en vez de orden”.
En esa misma línea, Juan José Dos Santos, coordinador de Cultos y encargado del tema en Pinamar, indicó a LA NACION que hay 10 inspectores en las playas y que está “todo bastante controlado”. Además, sostuvo que aquellos vendedores que no pagaron los permisos o aquellos que fueron a la costa durante solo una temporada, fueron excluidos del sistema. “Pudimos achicar bastante el cupo, lo cual hace que este verano las playas estén más tranquilas, que no haya tanto griterío, reducimos las ventas ambulantes a casi un 50%”, sumó Dos Santos.
Regulación
Según pudo averiguar este diario, ambos municipios regulan esta profesión. Para la temporada 2025, Pinamar -gobernada por Juan Ibarguren (Pro)- habilitó entre 500 y 600 vendedores ambulantes, según el producto: helados (40 permisos), gaseosas y aguas (25 permisos), choclos (60 permisos), café (5 permisos), churros, medialunas y chipá (69), barquillo (2), pirulines (2), pochoclos (10), cubanitos (2) y asaí (5). En tanto, para el rubro no alimenticio (juguetes de playa, carteras y bolsos, bijouterie, pareos, pañuelos, sombreros, fotografía, calzado, mates y trajes de baño) se habilitaron en total 140 permisos. El trámite es 100% online, individual, intransferible y entre los requisitos más importantes se destacan no tener antecedentes penales y no deber impuestos.
Por su parte, en Villa Gesell se estima que hay alrededor de 1400 permisos en total para vender helados (150), fruta (130), bebidas (180), churros (180), chipá y alfajores (120), panchos (150), choclos (120), pochoclos y garrapiñadas (80), barriletes y juegos de playa (30), bijouterie (80), pareos e indumentaria (60), relojes (50), jugos y licuados frutales (40), agua caliente, café y té (40), peinados (15) y tatuajes temporales (10). En el municipio que comanda el kirchnerista Gustavo Barrera, la solicitud de un permiso debe realizarse de manera presencial y los requisitos para aplicar son similares a los de Pinamar.
Todos deben pagar un canon anual de varios módulos (que valen alrededor de $100) y generalmente los vendedores obtienen descuentos de hasta un 70% por residencia.
Los lugares “autoasignados” y rivalidad
La principal causa de las peleas entre vendedores, según dijeron fuentes de Pinamar y Villa Gesell a LA NACION, es por la “autodesignación” de tramos de playa, según su extensión y el producto a la venta, debido a la rivalidad que se genera para obtener mayores ingresos. En otras palabras, los trabajadores, entre ellos, pactan zonas y los incumplimientos generan conflictos.
También el problema recae entre aquellos que están ligados a una empresa y los que trabajan de manera individual, otro posible detonante de la pelea física en Villa Gesell.
“Entre los chocleros tenemos zonas. Nos respetamos entre nosotros el lugar para evitar cruces y problemas”, dice a LA NACION Jorge, que vende choclos en Pinamar Centro hace 10 años. “Acá somos muy territoriales, tampoco permitimos que desde otros lugares vengan a vender”, suma mientras prepara el agua para hervir.
Por su parte, Juan Andrés, un joven que vende churros de la conocida empresa El Topo, asegura que las peleas entre vendedores ambulantes se desatan cuando no se respetan los lugares que ellos mismos se asignan, a pesar de que la norma establece que es libre.
Rosa tiene su puesto de carrito de panchos en el centro de Villa Gesell hace 13 años. Recién empieza su “turno”, se instala en la arena y comienza a hervir el agua para las salchichas. “No es mío este pedazo [de playa], pero no voy a permitir que alguien se ponga al lado mío a vender panchos. Esa persona tiene que buscar otro lugar, mi puesto no fue fácil de conseguir”, indica a este diario.
“Todos saben cómo es la movida acá en la playa, el lugar de cada uno, eso la municipalidad no lo delimita. Esto de ‘playa tuya, playa mía’, es de la historia. Cada uno sabe dónde se tiene que posicionar y lo que tiene que hacer. Nos dicen que somos una mafia porque a veces hay aprietes por los lugares”, suma Rosa.
Al ser consultada sobre los vendedores nuevos, advierte: “Tendrán que buscar su lugar, pagar el derecho de piso, poner el pecho y decir las palabras justas. Es todo con códigos y respeto”.