Novocaine: sin dolor (Estados Unidos/2025). Dirección: Dan Berk, Robert Olsen. Guion: Lars Jacobson. Fotografía: Jacques Jouffret. Edición: Christian Wagner. Elenco: Jack Quaid, Amber Midthunter, Ray Nicholson, Jacob Batalon, Conrad Kemp, Evan Hengst. Calificación: Apta para mayores de 16 años. Distribuidora: UIP. Duración: 110 minutos. Nuestra opinión: buena.

Cuando parecía que el universo de los superhéroes estaba agotado en sus infinitas desviaciones -incluyendo el anunciado regreso de Marvel a sus viejas estrellas, la saga de villanos reformados como el Guasón o el Pingüino, y las impredecibles aventuras de Deadpool y otras figuras lindantes con la autoparodia-, el derrotero heroico de Nathan Caine (Jack Quaid) llega para darle una posible vuelta de tuerca. “Novocaine” -en referencia a la propiedad anestésica de la novocaína- es el apodo burlón de Nathan desde su adolescencia, cuando sus padres descubrieron que padecía un trastorno genético que lo hacía insensible al dolor. Desde entonces fue el blanco de los golpes de sus compañeros de clase y el frágil tesoro de sus preocupados progenitores. A sus 30 años, Nathan ha sobrevivido a los peores pronósticos y es subgerente de un pequeño banco en San Diego. Es solitario e introvertido y su metódica rutina de alarmas y amortiguaciones lo preserva de un accidente sin dolor, pero fatal.

Ese es el comienzo de Novocaine y la presentación de un superhéroe sin poderes y con debilidades que, como ocurre con todos los de su condición, un día descubre el amor. Ella es Sherry (Amber Midthunter), una de las empleadas del banco, quien derriba las barreras protectoras de Nathan y accede a su mundo secreto. “Todos tenemos algo que ocultar”, serán las palabras premonitorias. En su puesta en escena, los directores Dan Berck y Robert Olsen -quienes ya venían trabajando en conjunto en pequeñas películas como Villains (2019)- no se alejan demasiado del concepto plástico de parodia, aquel que tiene como modelo a las películas de los Zucker, desde ¿Y dónde está el piloto? (1980) a Top Secret! (1984), o a las derivaciones menos exigentes del terror como la saga Scary Movie. Esto implica una clara suspensión del realismo, con hipérbole de las catástrofes y una divertida acumulación de desgracias para la risa del espectador.

Novocaine: sin dolor

El mejor logro de la película es la lúdica asimilación de todos los géneros en sintonía con sus imaginarios: primero, la comedia romántica clásica, inocente y algo edulcorada; luego, la acción brutal en un asalto y las persecuciones febriles que recuerdan a la estética de los 70 en la estela de Harry, el sucio (1971). Y, por último, un saltimbanqui de superhéroes y villanos que agota rápido su inventiva para refugiarse en la repetición.

El último tercio de la película es el que adolece de creatividad para afirmarse en explosiones gore aquí y allá, acumulando falsas muertes y previsibles resurrecciones. El paraguas que todo lo autoriza es la idea de que absolutamente todo es posible en un mundo donde no existe el dolor y donde toda forma de materia se ha tornado intangible. No en vano el propio Nathan ha aprendido su rol en la vida, primero en los videojuegos, para luego no poder distinguir lo que existe en la pantalla de lo que habita fuera de ella.

Novocaine (UIP).

Jack Quaid se convierte en el modelo de ese héroe falible, desgarbado y nerd, encerrado tras una pantalla, pero capaz de perseguir el ideal más extremo con la obstinación de los que no tienen nada que perder. La ausencia de dolor es tanto una coartada argumental para ver al personaje machucado hasta el hartazgo, como también una astuta observación sobre el mundo de hoy, donde solo la posibilidad de no sufrir puede impulsar un acto heroico.

Para los héroes de acción del pasado, desde Arnold Schwarzenegger hasta Sylvester Stallone, pasando por los más cercanos Jason Statham y Dwayne ‘The Rock’ Johnson, había una condición física concreta que los hacía excepcionales, una fuerza maciza posible de medir fuera de la lógica cinematográfica. El liderazgo en escena de Quaid es siempre virtual, aunque derrame las consecuencias sobre un mundo real, pues la ausencia de dolor lo hace inconsciente de la experiencia, impune en la violencia y ajeno a cualquier forma de moral.