Eran otros y bien diferentes los tiempos en Independiente. Sus hinchas colmaban los estadios para disfrutar de equipos que peleaban títulos prácticamente todos los años; e idolatraban a sus jugadores casi sin excepción. Así, repetían la misma ceremonia cada domingo: una vez que los hombres vestidos de rojo pisaban el césped surgían uno tras otro los cantos para saludar a sus cracks, que agradecían girándose hacia la tribuna y levantando los brazos.

Uno de ellos había logrado alcanzar un puesto en el top 3 de la lista sin haber convertido un solo gol, sin hacer declaraciones estridentes (ni de las otras, porque eludía cualquier contacto con los medios de prensa). Sus méritos eran distintos, puramente futbolísticos, aunque tuviese su hogar en el fondo de la defensa, bien alejado de los focos que apuntaban siempre a los habilidosos y los goleadores. Pero los hinchas sabían reconocer a los que jugaban bien, aunque no saliesen todos los días en los diarios o la televisión.

Inolvidable: el partido de Hugo Villaverde vs. Liverpool

¡Villaveeerde, Villaveeerde! ¡Villaverde, Villaverde, Villaverde!, cantaba con admiración la gente del Rojo, y Hugo Eduardo Villaverde, con el número 2 en la espalda, devolvía el grito sin aspavientos, con la timidez y la humildad que lo acompañaron siempre. El agradecimiento con música de fondo tenía su razón de ser. En un club con historia de grandes marcadores centrales –Raúl Navarro, Idalino Monges o Miguel Ángel López habían sido sus antecesores inmediatos–, el santafesino que había llegado desde Colón de Santa Fe al club en 1976, reunía todo lo que se le podía pedir a un ocupante de ese puesto: categoría, presencia, calidad técnica, velocidad, entendimiento del juego, también dureza cuando era necesario.

Hugo Villaverde, primer marcador central, formó una dupla muy exitosa con Trossero en Independiente

Por todo eso, y por ser parte de uno de los períodos de máxima gloria del club, Magoo, como lo llamaba la hinchada debido a que usaba lentes de contacto para jugar, marcó una época junto a Enzo Trossero, quien ya era su compañero de zaga en los sabaleros. Por eso también, el domingo lluvioso y sin apenas fútbol se puso aún más triste para todo Independiente cuando la noticia de su fallecimiento fue corriendo de boca en boca y de celular en celular.

Los números ayudan a explicar el significado de la partida de un futbolista que, si bien pasó en puntas de pie por la selección nacional, nunca disputó un Mundial y solo vistió dos camisetas en toda su carrera, se convirtió en referente indispensable en la línea de grandes zagueros centrales del fútbol argentino del último medio siglo que hoy desemboca en el Cuti Romero o Lisandro Martínez. Disputó 437 partidos en Primera División, 57 en Colón y 380 en el Rojo, donde sumó siete títulos: cuatro campeonatos –Nacionales 1977 y 1978, torneos de 1983 y 1988-89–, una Copa Libertadores y una Intercontinental en 1984 y una Interamericana en 1976.

La trayectoria de Villaverde en Independiente fue impecable de punta a punta: levantó un trofeo internacional en su primera temporada en la institución de Avellaneda y se despidió con otra vuelta olímpica en 1989, cuando ya era suplente y pese a que el presidente Pedro Iso le rogó que continuase un año más en el plantel. Habían llegado junto a Trossero para cubrir el enorme hueco defensivo dejado por el Zurdo López y Francisco Sá, la pareja de centrales de las cuatro Libertadores consecutivas entre 1972 y 1975, y la adaptación de ambos al club fue inmediata.

Recién dejaría el club 14 años más tarde. Fiel a su decisión de no hablar con la prensa –llegó un momento en el que los periodistas ni siquiera se acercaban a hacerle preguntas, conocedores de su negativa a responder–, su retiro fue en silencio: “El día que decida no jugar más ni el técnico se va a enterar”, había anticipado en una de las escasas declaraciones que se le recuerdan, antes de que cerrara definitivamente cualquier posibilidad de diálogo.

Tal vez ese perfil bajo que tanto cultivó Hugo Villaverde no provocó el aluvión de pedidos de participación en la selección que su nivel futbolístico hubiese merecido. La escasa participación con la camiseta argentina fue uno de los pocos déficits que se pueden encontrar en su carrera. Cuando tenía 24 años, ya estaba en pleno apogeo y pese que acababa de consagrarse campeón en la siempre recordada final contra Talleres en Córdoba, no fue elegido para integrar el plantel que afrontaría la cita de 1978. César Luis Menotti prefirió entonces a Luis Galván, a quien conocía desde su primera convocatoria de la selección del Interior un par de años antes.

El estreno de Villaverde vestido de celeste y blanco sucedería tras la conquista de la primera estrella mundialista. Participó en la gira europea del año siguiente, pero en el cuarto partido, ante Escocia en Hampden Park la noche que Diego Maradona “ensayaría” sin suerte el gol que le convertiría a los ingleses en México ‘86, se lesionó de gravedad. Sólo volvería a disputar un nuevo amistoso en 1980, aunque el Flaco mantuvo a Galván para el Mundial ‘82. Después, con el acceso de Carlos Bilardo al combinado nacional, los gustos cambiaron y el Narigón nunca lo tuvo en cuenta, más allá de que Magoo continuara brillando en el equipo que en esos años conquistó torneo local, Libertadores e Intercontinental. Después, a partir de 1986, los años y cierto declive del Rojo fue apagando su importancia.

Ayer, a los 70 años, en un domingo lluvioso y casi sin gritos de gol de Primera División, se fue Hugo Villaverde, un central de alta escuela, un personaje humilde y callado que construyó su carrera sólo a base de calidad y jerarquía. A Colón, a todo el fútbol argentino, pero a nadie más que a los hinchas de Independiente que corearon su nombre en las tribunas le ruedan varias lágrimas sobre la memoria.