“Con un corazón muy grande // Grande y molto più sincero // Ha nacido Bordolino // Molto più sincero”, cantaba una voz presuntamente italiana en una publicidad de 1974. Presentaba un nuevo vino mendocino y lo hacía envuelto en la imagen melancólica del inmigrante que llegaba muy joven a la Argentina para “hacer la América” y lograba convertir sus sueños adolescentes en realidad. El jingle fue todo un éxito, y el “molto più sincero” quedó grabado entre los clásicos de las propagandas argentinas.
Con la breve canzoneta todavía de moda, Boca Juniors había contratado a un delantero de Mendoza, Luis Darío Felman, figura de Gimnasia y Esgrima de Mendoza e Independiente Rivadavia en los torneos Nacionales de aquella década. La revista partidaria Esto es Boca fue a recibirlo al Aeroparque, le hizo algunas fotos para dedicarle la tapa de esa semana, y a su director, Osvaldo Yankilevich, se le ocurrió el título: “Ha llegado Bordolino”. El alias quedó para siempre. “Por supuesto, en mi provincia nunca me habían llamado así. Me decían Bruja, Negro, Tutuca… Después, algunos quisieron explotar el apodo. Me gritaban borracho, o decían que tomaba vino antes de los partidos. Mirá, de mí como futbolista pueden hablar dos millones de cosas, pero en ese punto, no: ni escabio ni faso. Si hubiera sido como piensa la gente no habría hecho la carrera que hice”.
El vino Bordolino tendría su momento de apogeo, y luego se iría apagando lentamente, tal como sucedió con todas las etiquetas de aquella época. Sin embargo, su nombre consiguió subsistir en la memoria gracias a los hinchas de fútbol, fundamentalmente los de Boca, que guardan en el recuerdo la figura de un puntero izquierdo veloz, atrevido, punzante y con una buena cuota de goles para ser un jugador que tenía su hábitat natural sobre la raya. Incluso aunque su etapa en las filas boquenses haya sido relativamente corta –algo más de tres años y medio, porque a mediados de 1977 se fue al Valencia, donde ya era ídolo Mario Alberto Kempes–. Pero estuvo, y fue protagonista clave, de la victoriosa etapa xeneize de mediados de los años 70, cuando por primera vez la Copa Libertadores y la Intercontinental se vistieron de azul y oro.
–Que después de nosotros hubo mejores equipos, no lo dudo. Y mejores jugadores, tampoco lo dudo. Porque Boca es eso, “ganar siempre”, como decía el Loco [Juan Carlos] Lorenzo, pero nosotros fuimos los primeros. Está en la historia y nadie nos lo va a quitar.
–A pesar de que en su momento recibieron muchas críticas.
–¡Las cosas que dijeron de ese equipo! Pero ganamos todo: la Libertadores, la Intercontinental, el Nacional, el Metropolitano. Había un equipazo, desde el Loco Gatti hasta el banco de suplentes, con un entrenador que era un adelantado para la época, un ganador obsesivo que le marcaba con fuego todas sus ideas a cada jugador. Te llamaba y te decía: “Mirá, vos sos un fenómeno, pero cometés estos y estos errores”. Y detrás, un presidente sabio como [Alberto J.] Armando. Así se fue gestando un equipo y los campeonatos vinieron solos. ¿Por qué? Porque no nos ganaba nadie.
–Lorenzo era un personaje muy polémico. Por sus formas, sus expresiones…
–Él dejaba todo por ganar, pero tonto no era. Yo he hecho con Lorenzo trabajos que no he visto nunca más en mi vida, y mirá que anduve por todos lados. Era vivo, y capaz de sacarte todo lo que llevabas adentro. Nos miraba a todos y nos decía: “Ustedes son naranjas. ¿Qué se hace con las naranjas? Se les exprime el jugo y después se tiran. Bueno, vamos a vivir del jugo de naranja que ustedes van a dar”. Y después te ponía en un pedestal, sobre todo a los titulares. Si te resfriabas, al otro día tenías tres médicos encima para recuperarte rápido y poder jugar.
–Sus propuestas futbolísticas también formaban parte del debate, ¿no? La discusión Lorenzo-Menotti fue el antecedente del posterior enfrentamiento Menotti-Bilardo.
–He tenido el privilegio de trabajar con los dos, y de los dos aprendí un montón de cosas. Cada uno trató de innovar con su estilo. El Flaco creyó en un proyecto en un país que no cree en los proyectos. A mí en 1975 me llevó a la selección del Interior, de la que seis jugadores terminaron en el plantel del Mundial 78. Y el Loco nos hacía entrenar tres veces por día. Nos levantábamos a las 7 de la mañana, entrenábamos y nos volvíamos a acostar. Recuerdo que nos preguntábamos: “¿Esto que es? ¿La colimba?”. Pero gracias a esos esfuerzos llegaron los éxitos. Y la verdad es que jugando me tenía en el cielo, me hacía sentir Pelé, el mejor jugador del mundo. “Haceme caso a mí –me decía–, cuando la tenga el Chino [Jorge Benítez] vos salí en diagonal, pero por delante del defensor, porque si vas por atrás ese metro que ganaste te lo va a quitar el de la banderita porque va a pensar que estás en offside”. Me hacía conocer secretos del fútbol: “Usá tu velocidad cuando tenés la pelota o recibís un pase en profundidad, no para patear un córner. Ahí pará la pelota, acariciala un poquito, querela”. Lorenzo supo explotar mis condiciones y mejoró mis errores. Si hasta aprendí a cabecear cuando yo no cabeceaba ni en los velorios.
Los tiempos con el Flaco y el Toto
No son muchos los futbolistas argentinos que tuvieron la posibilidad de conocer a fondo a dos personajes tan opuestos como César Luis Menotti y Juan Carlos Lorenzo, referentes principales en los años 70 de las dos miradas que dividieron el fútbol argentino durante décadas. Uno, defensor de lo que denominaba la nuestra, pelota al pie, toques cortos, posesiones largas y libertad para la creatividad de los jugadores. El otro, educado en la escuela europea, mucho más pragmático y directo –”El equipo se montó como se montó porque teníamos dos lanzadores espectaculares: el Chino por un lado y Marito Zanabria por el otro. Y arriba estábamos el Héber [Ernesto Mastrángelo] y yo, que éramos muy rápidos”, defiende Felman–. Ambos, el Flaco y el Toto (o el Loco, tal como lo llama el exnúmero 11 de Boca), personajes indispensables de la historia de nuestro fútbol.
–Fueron las personas más decisivas en mi carrera deportiva, mis papás futboleros. Los dos querían ganar siempre. Tengo muchas anécdotas con ellos.
–Contá, te escucho…
–Mi pase de Gimnasia de Mendoza a Boca se hizo mientras estaba concentrado en Salta con la selección del Interior. Yo no sabía nada del asunto. Andaba medio engripado y estaba en mi habitación, acostado, tapadito. Vienen el Flaco y el Profesor [Ricardo] Pizzarotti y me dicen: “Darío, se tiene que ir. Esté como esté, mañana se toma el avión. Lo compró Boca”. A mí me salió algo así como un “¡sonamos!”. El Flaco me clavó la mirada: “¡¿Cómo!? ¿Usted está loco? Lo compró Boca. No sabe lo que es Boca. Yo me agarraría de la araña esa que está pegada al techo y empezaría a dar vueltas”. En ese momento pensé en mi mamá, en que yo no conocía ni el Obelisco. No sé si saqué mi humildad o atrasaba 50 años.
–Ahora una de Lorenzo, por favor…
–A mediados de 1977 vamos a Barcelona a jugar el trofeo Juan Gamper. Jugamos el primer partido contra el Schalke 04 alemán, un equipo duro, y anduve muy bien, creo que pasaba por mi mejor momento. En la tribuna estaba Pasieguito, que era el secretario técnico y veedor del Valencia. Al otro día teníamos que volver a jugar, en eso viene Lorenzo y me dice: “Hoy no te voy a poner”. No me lo esperaba, le pregunto por qué, y me contesta: “Porque vinieron a verte del Valencia, ¿vos tenés ganas de quedarte en España?”. Yo sabía que Kempes estaba en ese equipo, el sueño de todos los jugadores era ir a Europa y le respondo que sí. “Por eso no te voy a poner. El que vino a verte tiene peso en el club, le voy a contar que te duele el tobillo, y así se queda con lo que vio ayer”. Y el pase terminó haciéndose. Claro que ahí entra otra vez Menotti…
–¿Cómo es eso?
–Faltaba un año para el Mundial y yo había vivido todo el proceso previo. No había jugado tanto, pero sentía que estaba adentro y era el tipo más feliz del mundo. Cuando volvemos a Buenos Aires hablo con el Flaco. Me pregunta qué quería hacer y yo dudaba. Entonces me dice: “Mire, usted va a estar entre los 22 porque se lo ha ganado, pero no sé si va a jugar. Tengo a Ortiz, Houseman y Bertoni. Si juega, será porque haya muchos lesionados, y no quiero eso, mi idea es que el equipo titular se mantenga”. Le di un abrazo y le dije que en ese caso me iba a ir. Siempre le agradecí que haya sido tan sincero en una situación en la que cualquier otro podría haberme pedido que me quedase.
Valencia, amor a primera vista
Johnny Rep es un nombre que le resulta familiar al hincha argentino, ya sea por ser mayor de 50 años o por simple conocimiento de historia del fútbol. Neerlandés de los tiempos en los que su país se llamaba Holanda, rubio, rápido, puntero derecho, le marcó dos tantos a Independiente en la vuelta de la final de la Copa Intercontinental 1972, y otro a la Selección Argentina en el 4-0 durante el Mundial 74. Aunque quizás lo que la mayoría no olvidará fue la atajada con la que Ubaldo Matildo Fillol le cortó la racha goleadora en el primer tiempo de la final de 1978 en el Monumental. Un potente remate de sobrepique y desde muy corta distancia que el Pato desvió al córner con una estirada sublime.
Rep jugó en el Ajax hasta 1975, cuando pasó al Valencia, donde en dos temporadas marcó 22 goles en 55 partidos antes de marcharse al Bastia francés. Era el tiempo en el que España solo permitía que hubiera dos futbolistas extranjeros en un equipo. El elegido para sustituirlo fue Darío Felman, quien acabaría siendo el segundo eslabón de una curiosa trilogía, la de los punteros izquierdos argentinos que ganaron títulos con la entidad de la costa mediterránea. Oscar Valdez, número 11 de Platense, fue el primero en 1971; le siguió Bordolino, campeón de la Copa del Rey en 1979, la Recopa y la Supercopa europea en 1980; y cerró la serie Claudio Piojo López, autor de dos goles en la final de Copa del Rey de 1999 ante el Atlético de Madrid.
Felman se marchó de Boca en septiembre de 1977, después de disputar los tres partidos finales de la Copa Libertadores contra Cruzeiro, y marcó el quinto y último penal del Xeneize en la tanda decisiva. Sin embargo, una extraña cláusula en el contrato le permitió jugar la revancha por la Intercontinental ante el Borussia Mönchengladbach, subcampeón de Europa, que se celebró recién en agosto de 1978 y en la que marcó el primer gol del 3-0 para el equipo de la Ribera. Para aumentar la curiosidad, el mendocino también pudo jugar tres partidos del Metropolitano 78, uno antes y dos después del título del mundo, que significaron, entonces sí, su despedida de la camiseta azul y amarilla.
🎂 ¡Feliz cumpleaños, Felman! 🦇
🗣️ “Demoré tres segundos en decirle que sí al @valenciacf💪🏻"
Verticalidad, competitividad y carácter, ¿felicitáis a esta Leyenda valencianista? 😍#UnSentimentEtern ♾🖤 pic.twitter.com/ZZW3mUl0LO
— Valencia CF (@valenciacf) October 25, 2019
–El Valencia siempre se nutrió de argentinos, y los que iban pasando –muchos de ellos, jugadores espectaculares– nos dejaban la puerta abierta a los que fuimos llegando después. El último es el pibe [Enzo] Barrenechea, que vino del Aston Villa, pero al pobre le tocó un momento difícil. El club tiene muchas deudas, se fueron futbolistas que no tendrían que haberse ido, hay demasiada juventud en el equipo y estamos sufriendo, anteúltimos y con una mochila cada día más pesada.
–En cambio, a vos te tocó la situación contraria. En 1977 el Valencia estaba entre los mejores equipos del país.
–Sí, cuando llegue hacía muchos años que el club no festejaba un título y esa temporada tuvimos la suerte de quedarnos con la Copa del Rey. Le ganamos la final al Real Madrid en Madrid, aunque en el estadio del Atlético: 2 a 0 con dos goles de Kempes, y Quique Wolff erró un penal para ellos. Ese triunfo nos abrió las puertas de Europa.
–¿Costaba mucho adaptarse al fútbol europeo en ese tiempo?
–En mi caso, no. Yo era más rápido que técnico, y al velocista todo le resulta más simple porque se adapta a cualquier sistema de juego. Además, yo venía de un equipo donde ganar era una obligación, eso también me favoreció. Y por otro lado, que estuviera Kempes en el club nos hizo la vida más fácil, a mi mujer, a Sebastián, nuestro hijo mayor, que tenía pocos meses, y a mí. Nos compramos un departamento enfrente del de Mario y las puertas de ellos y la nuestra estaban siempre abiertas.
–Aquel Valencia entraría en la historia grande del club.
–¿Qué te parece? En esa época los equipos ingleses eran fuertísimos, y nosotros le ganamos la final de la Recopa al Arsenal, y la Supercopa al Nottingham Forest.
–¿Hasta cuándo te quedaste en Valencia?
–Decidimos volvernos en el 84. Me había llamado Jorge Castelli, que era el preparador físico de Lorenzo, porque se había recibido de técnico. Había arreglado para ir a Racing y me invitó a sumarme. Yo venía de una lesión, me parecía que no estaba para rendir en ese nivel, y como al mismo tiempo me hicieron una propuesta que económicamente sonaba interesante para ir a jugar indoor soccer en Estados Unidos, me fui a Búfalo, en el estado de Nueva York. No te puedo contar el frío que hacía. Salí del hotel a la mañana para ir a entrenarme el primer día y me dieron unas palas. Pregunté para qué eran: “Para buscar el coche, porque está todo tapado por la nieve”, me dijeron. Por suerte el auto que me dieron tenía alarma, si no, tendría que haberme puesto a destapar todos los que estaban estacionados.
–¿Y qué tal fue tu aventura americana?
–Muy mal. Me habían dicho que no me hiciera problemas por el tema de los impuestos, pero cuando sumo lo que me dieron en las primeras cuatro semanas (pagaban todos los viernes) me di cuenta de que era la mitad de lo que había arreglado. ¡Me estaban descontando un 47 por ciento! Jugué un partido más y como la solución no llegaba, me subí al primer avión que salía para la Argentina y me fui. Las rodillas ya no me dejaban en paz, y ahí decidí que no seguía.
–¿No terminaste tu carrera en el Lobo mendocino?
–Lo intenté para cumplir una promesa que había hecho, pero casi no jugué. Ese año había un equipazo. El 9 era Juan Gilberto Funes. Cuando lo vi lo llamé a Pasieguito, que todavía estaba en el Valencia, para pedirle que fuesen a verlo. “Tiene músculos en la cabeza, en las muelas, es puro músculo”, me acuerdo que le dije. Unos días después me llama: “Darío, ¿qué me estás tirando? Es un gordito que salta menos que una bocha”. No lo podía creer, hacía rato que no veía un jugador como él. “¿Un gordito? ¿Quién es el espía de ustedes acá? Ese no vio fútbol en su vida”, le contesté. Al año siguiente, Juan se fue a Colombia, después River, Francia… En fin, el pobre nunca se enteró de que pudo haber jugado en el Valencia.
Boca, siempre Boca
Patricia, la compañera con la que ha convivido en los últimos 47 años de su vida; tres hijos –dos varones y una mujer– y seis nietos. La familia es el eje alrededor del que se ha movido un porcentaje muy amplio de la vida de Darío Felman. Antes y después de dejar la carrera como futbolista. Habían pasado más de dos décadas del regreso a Mendoza cuando, uno tras otro, la descendencia completa fue emigrando hacia Valencia, el lugar donde su padre había echado más raíces de las que podía suponer. En 2009 dos de ellos se casaron casi al unísono, y fue entonces, en ese lapso entre una y otra boda, que un amigo lo tentó: “Quédate y te llevo a mi programa de televisión. Lo ve todo el país, y allí contamos que tienes el título de entrenador”. La oferta le cosquilleó en el cerebro, Patricia supo percibirlo y le dio el empujón definitivo: “¿Por qué no te quedás?”.
–¿Querés creer que no fui ni a buscar la ropa a Mendoza? Con la valija que traje para los casamientos me instalé otra vez en Valencia. Mi mujer vendió casi todo lo que teníamos allá y ya rearmamos nuestra vida acá con toda la familia. Llevamos 15 años y así seguirá hasta el final.
–¿No extrañás nada de Argentina?
–Yo soy un agradecido del fútbol en general, y del fútbol en Argentina, porque me lo dio todo. Nacer, jugar y ser campeón en Mendoza; pasar a Boca, que junto a Gimnasia son los dos clubes de mi vida, y salir campeón de todo. Lo que a veces puedo extrañar es la pasión. La del carnicero, la del verdulero, la del barrio, la de los amigos. Eso de que si viene un clásico se comienza a hablar ya desde el lunes. O que alguien venda su casa para ir a ver un Mundial. Contás acá esas cosas y no las pueden creer. Pero eso es Argentina. Un país desordenado, que puede tener 200 por ciento de inflación y la gente sigue viviendo bien, un fútbol donde deciden que no haya descensos cuando hay peligro de que se vaya un club importante. Pero que al mismo tiempo atrae. La pauta la dan los futbolistas que han dejado de jugar aquí y quieren ir a conocer esa pasión, esa idiosincrasia. Como Ander Herrera, Muniain, Keylor Navas o el italiano De Rossi. No lo hacen por dinero, porque ya están hechos hace rato, lo hacen para darse el gusto de jugar en la Bombonera, en el Monumental, en dos canchas separadas por cien metros como las de Independiente y Racing…
–Habrás estado pendiente de la final por el ascenso que jugó el Lobo el año pasado.
–Hablo todos los días a Mendoza con mis amigos de Gimnasia y de Boca. Sé que perdimos esa final, y también que Boca no está bien y lo critican mucho a Riquelme, aunque el problema es que acá el fútbol argentino no trasciende. Podés ver partidos de donde quieras, pero nosotros no figuramos. Son las cosas que cambio por estar con mis hijos y mis nietos, por tener más orden más seguridad, más calidad de vida.
–Uno de los problemas que le complica la existencia a Boca en los últimos años es cierta obsesión por volver a ganar la Copa Libertadores, que no le deja ni siquiera disfrutar los éxitos en los torneos locales.
–No entiendo esa obsesión. Antes el sueño en la vida de un pibe que le gustaba el fútbol era jugar en un equipo grande. Yo soñaba con jugar en Boca porque soy hincha desde que nací. Pero para ganar la Copa Libertadores primero hay que formar un buen equipo, planificar, tener un proyecto, y llevar a los mejores. Sin un proyecto firme en el fútbol es imposible inventar algo diferente cada domingo ni aspirar a ganar una Libertadores porque hoy podés perder con cualquiera.
–De hecho, como ayudante técnico del Chino Benítez te tocó caer eliminado de manera muy dolorosa.
–Sí, contra el Chivas mexicano. Aquel partido del escupitajo del Chino a Bofo, el pelado que tenían ellos, que hasta el día siguiente nadie había visto pero que terminó costándonos el puesto porque se le dio una magnitud como si hubiésemos escupido a toda la Bombonera. Una pena, porque fue una etapa hermosa, aunque solo hayamos podido ganar la Copa Sudamericana. Nunca supe por qué el Chino me eligió a mí para ser su ayudante; tampoco se lo pregunté. Me llamó el día que [Mauricio] Macri le ofreció el cargo y 24 horas más tarde estaba en la mitad de la cancha hablando con los jugadores que el domingo anterior había visto por la tele.
–¿Te gustaba lo de enseñarles tus conocimientos a los jugadores?
–Me encantaba transmitir, charlar con los jugadores, agarrar una pizarra y empezar a dibujar, yo nunca perdí un partido en la pizarra. Cuando estuvimos en Deportivo Quito, en Ecuador, yo llegaba temprano a los entrenamientos y los jugadores iban a la misma hora que yo para que les contara cosas del fútbol argentino.
–¿Por qué no seguiste con la dirección técnica?
–Después de Ecuador fuimos a Guatemala, y un tiempo más tarde al Chino le ofrecieron ir a otro país de esa zona, creo que El Salvador. Pero justo antes de viajar vio algo que no le gustó y nos bajamos. Al año siguiente me vine para Valencia y ahí se terminó todo.
–¿No hubo oportunidad de trabajar en España?
–Tuve una, en un club de la zona que estaba en Tercera, pero no quisieron convalidarme el carnet de técnico. Me pedían papeles, querían que rindiera un examen. Al final lo dejé. La burocracia pudo más que mis ganas de volver a dirigir. Ahora voy a ver jugar a mis nietos y me divierto. De las cuatro mujeres, tres juegan al vóley y una al básquet; y los dos varones, al fútbol. Los fines de semana no estoy nunca en casa, porque además trabajo en una radio cuyos dueños son amigos. Seguimos al Valencia, aunque ya no voy al estadio. Prefiero verlo por televisión y dejar que vayan los jóvenes.
–¿Y te gusta el fútbol que ves ahora?
–Cada vez son menos los que juegan bien. Bilardo dijo hace 30 años que el fútbol lo iban a manejar los africanos y tuvo razón. Hemos ganado en músculo y velocidad, pero nos van borrando la técnica y el buen gusto. Hoy los jugadores son físicamente portentosos, te comen, chocás con uno y es como si te llevara un coche por delante. Y después está el VAR, que te anula un gol por una uña, o porque el delantero calza 44 y el defensor 43. Qué sé yo. No tengo claro si al fútbol le ha hecho bien esto de querer mejorarlo. Bienvenida sea la evolución, pero para mí este sigue siendo un deporte para los pícaros, los vivos y, sobre todo, para los que juegan bien.