Se sabe: el timing es importante. Cuando quedó establecido que se iban a enfrentar la Unión Soviética con Chile por un lugar en el Mundial 74, se pensó que pese a lo que estaba en juego, sería un partido de confraternidad, (de camaradería para ser más precisos), una especie de mensaje político al mundo para contar de las potencialidades, de las posibilidades, del comunismo. Dos países bien diferentes, ubicados en extremos del mapa, con gobiernos que adscribían a la misma ideología, luchando civilizadamente por lo mismo: una plaza mundialista.

Es ese tiempo todavía no se llamaba repechaje pero es lo que era. Un encuentro entre un país europeo y otro sudamericano para llegar a Alemania 74. Eran tiempos en los que jugar mundiales era más difícil: sólo había 16 lugares.

En dos partidos, ida y vuelta, se jugaba la suerte de ambos. El primero sería en Moscú; la revancha, en Santiago.

Pero para el momento del enfrentamiento futbolístico todo se había trastocado.

Los encuentros entre Chile y la Unión Soviética por la clasificación al Mundial 74 estuvieron rodeados de instancias extraordinarias e insólitas.

El partido de ida se jugó el 26 de septiembre de 1973, 15 días después de la caída de Salvador Allende, en el estadio Lenin (era bastante fácil bautizar lugares públicos en la Unión Soviética) de Moscú. Todo había cambiado en Chile. Un golpe de estado, Pinochet en el poder, la muerte de Allende, la agitación, las detenciones ilegales y los fusilamientos. Un verdadero estado de convulsión interior.

Los dos países dudaron sobre qué hacer con la eliminatoria. Durante los primeros días, el gobierno de Pinochet pensó en no presentar su equipo, entre otras cosas, para evitar una derrota abultada. Pero se impuso la presión popular, el anhelo de los chilenos de participar en un Mundial. La derrota sería una más, en condiciones desfavorables (el frío y la lejanía de Moscú), contra un equipo candidato, que venía de salir subcampeón en la Eurocopa. Además la derrota tendría otro factor que, eventualmente, la morigeraría: no sería televisada. Si el resultado era positivo se podía convertir en una gesta fundante para el nuevo régimen.

El empate a 0 en Moscú fue celebrado por la prensa chilena.

Los soviéticos por su parte elevaron protestas formales contra la dictadura de Pinochet pero como eran los anfitriones del primer partido pensaron que tenían tiempo para ver qué sucedería en la revancha. Confiaban en ganar abultadamente en la ida y así meter presión deportiva para forzar decisiones de escritorio. No tuvieron en cuenta que Chile contaba con Juan Goñi, presidente de la Federación durante el Mundial 62, y vigente vicepresidente de FIFA.

¿Cómo había llegado Chile a disputar esa instancia? Las eliminatorias sudamericanas para el Mundial 1974 fueron breves y extrañas. La entonces Confederación Sudamericana tenía 3 plazas y media. La primera ya estaba ocupada por Brasil, vigente campeón del mundo. Después habría tres grupos. De los cuáles los dos primeros tendrían tres participantes que se enfrentarían ida y vuelta. Los ganadores de esas zonas iban directo al Mundial. El tercer grupo era sólo de dos porque Venezuela había sido suspendida y no competía. Así que Chile y Perú definían esa media plaza mano a mano. El ganador se enfrentaría con un europeo para intentar llegar a Alemania. Chile ganó 2-0 en Santiago y lo propio hizo Perú en Lima. Disputaron un desempate en Montevideo en el que se impuso Chile 2-1. Por los otros grupos los que clasificaron fueron Uruguay y Argentina.

La Unión Soviética también tuvo un grupo breve, de tres, junto a Francia e Irlanda (las eliminatorias europeas acumularían muchos participantes luego de la implosión soviética y de la Guerra de los Balcanes). Al ganarlo obtuvo el derecho de enfrentar a los trasandinos.

Argentina venía de no clasificar a México 70. En estas eliminatorias consiguió una victoria vital en La Paz con algo que la prensa llamó El Equipo Fantasma (El Gráfico realizó una producción con todo el plantel disfrazados de fantasmas) integrado por no habituales titulares que viajaron con mucha antelación para habituarse a la altura.

Pero ese equipo fantasma perdió en el recuerdo contra el Partido Fantasma, la revancha entre Chile y la Unión Soviética.

Elías FIgueroa fue uno de los grandes jugadores de la historia chilena. En 1974 el marcador central jugaba en Inter de Porto Alegre
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La preparación de los chilenos para las eliminatorias había sido convulsionada. Habían contratado un técnico alemán que provenía del fútbol peruano, Rudi Gutendorf. Un hombre de gustos y modos excéntricos, que citó a más de 60 futbolistas del medio local; muchos recuerdan que mientras entrenaban, la esposa de Gutendorf, una joven alemana escultural, tomaba sol en topless a metros del campo de juego: dicen que la concentración de los jugadores no era la mejor. Unos malos resultados en amistosos previos provocaron su despido. Su reemplazante fue Luis Álamos. El equipo chileno tenía la base del Colo Colo, campeón de ese país y sub campeón de la Libertadores de ese año, más Carlos Reinoso que se destacaba en América de México y su figura, el delantero Carlos Caszely, en ese momento en el Levante de España. Eran épocas en las que los que no jugaban en equipos de su país, los que habían sido vendidos al extranjero, rara vez integraban su Selección. El director técnico no los veía, sus clubes se negaban a cederlos y la FIFA todavía no los obligaba a hacerlo.

Faltaba saber si el mejor jugador chileno (y hasta la aparición de esta generación en la que brillaron Arturo Vidal, Alexis Sánchez y Claudio Bravo, el mejor de su historia) Elías Figueroa, un defensor exquisito y fuerte a la vez, recibiría autorización de su club Inter de Porto Alegre para jugar. Era un viaje demasiado largo. Después de negociaciones fragorosas (¿en las que intervinieron flamantes funcionarios de la dictadura de Pinochet pagando 7.000 dólares por ese breve préstamo?), Elías Figueroa fue autorizado a viajar. El raid sería demencial: arribaría a Moscú poco antes del partido y regresaría de inmediato a Brasil. El partido por las eliminatorias era el miércoles y el viernes ingresaría a la cancha a defender a Inter.

Durante casi dos meses después del golpe del 11 de septiembre de 1973, el estadio fue utilizado como campamento para prisioneros políticos.
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Al llegar a Moscú tuvieron muchos problemas para que los dejaran ingresar. Dos jugadores fueron retenidos y amenazados con ser enviados de vuelta a su país porque sus caras no eran lo suficientemente parecidas a las fotos del pasaporte. Elías Figueroa ni siquiera tenía visa. No había nadie a quién recurrir en busca de ayuda porque las nuevas autoridades diplomáticas y consulares chilenas todavía no habían tomado posesión de su cargo después del golpe. Fueron varias horas de tensión. Luis Álamos, el director técnico chileno, encabezó las negociaciones con las autoridades migratorias y con un enviado del Kremlin. Dijo que de otro modo todo el plantel regresaría a Santiago. Finalmente todos pudieron ingresar.

Ese 25 de septiembre de 1973 se enfrentaban dos selecciones con indumentaria del mismo color, roja. Pareció una metáfora: Chile jugó con camisetas blancas para no confundirse con el rival, como mostrando que habían dejado el comunismo atrás.

Chile salió con una formación claramente defensiva. Sus jugadores, cuando recuerdan el partido, dicen que se pararon 6-3-1 con Caszely como llanero solitario. Elías Figueroa le pegó una patada temible a Oleg Blokhin con la complicidad del árbitro brasileño al que conocía de la liga y el rendimiento del wing ruso decayó. Elías sacó todo de cabeza, fue una muralla. Consiguieron un empate a cero que los dejaba muy bien posicionados para la revancha.

Aunque muchos llaman el partido fantasma a la revancha, el jugado en Moscú también podría ser llamado así, ya que de él no hay ninguna filmación. Casi no dejaron ingresar periodistas al estadio y el Kremlin prohibió su televisación. Hay muchas teorías al respecto. La más firme establece que no querían que se centrara demasiada atención sobre el partido porque no presentarse a jugar la revancha ya era una posibilidad cierta.

El periodista Axel Pickett Lazo narró las alternativas de este encuentro en un excelente libro llamado El Partido de los Valientes.

El plantel fue recibido con gloria en Santiago. La Dictadura trató de apoderarse del puntito. Emitió comunicados y sus jerarcas dieron declaraciones hablando de la unión nacional, de la fortaleza de un pueblo, de una nueva era, asociando lo que sucedía en el país con el resultado deportivo.

Axel Pickett Lazo narró en su libro El Partido de los Valientes las incidencias del encuentro disputado en Moscú.

La revancha se fijó para el 21 de noviembre, casi dos meses después, en el Estadio Nacional, lugar que Pinochet y sus hombres utilizaban para detener clandestinamente y para fusilar disidentes. Los dirigentes de la Unión Soviética presentaron un pedido formal para que el encuentro fuera cambiado de sede. Alegaron, no sin razón, que no se podía jugar ya no en un país que estaba convulsionado sino en un estadio que se había convertido en un centro clandestino de detención y en el patíbulo más grande del mundo. Solicitaron que se trasladara otro país sudamericano; se sugirió Buenos Aires como una opción. Las nuevas autoridades chilenas protestaron airadamente.

Chile pensó en algún momento proponer otro de los estadios que se utilizaron para el Mundial 62 como alternativa, pero a último momento Pinochet dio marcha atrás y exigió que se mantuviera el Estadio Nacional.

La FIFA envió una inspección al estadio. Su representante fue Helmut Kaeser, el secretario general de la entidad. Entró por un pasillo directo hacia el campo de juego, miró hacia las gradas que habían vaciado convenientemente, comentó que el pasto estaba algo alto y se retiró. En su informe escribió: “La situación en Santiago de Chile es normal. He recorrido sus calles, visité el Estadio Nacional, conversé con gente de todos los niveles y no encontré nada que impida la realización del encuentro”. En el momento en que Kaeser caminó por el césped alto del Nacional, había miles de detenidos dentro.

La FIFA rechazó la presentación soviética y confirmó la fecha y a Santiago como sede del encuentro. Los hombres de Pinochet desmontaron lo que habían instalado en la cancha y trasladaron a los detenidos.

Varios meses antes la selección soviética había arreglado una gira por América previa a la revancha. Tenía partidos programados en Centroamérica y Brasil. Tal vez debido a que se encontraba en el continente se mantuvo el suspenso sobre su presencia hasta último momento. Se pensaba que podían arribar sobre la hora en un vuelo proveniente de Brasil. Otro dato que muestra que por más que existieran indicios no hubo confirmación oficial del abandono soviético hasta último momento es que Chile repatrió para el partido a los futbolistas que jugaban en España, México y Brasil. Aunque los dirigentes chilenos tenían pensada una alternativa.

Hasta último momento los soviéticos intentaron aplazar el encuentro. Pidieron su traslado y también la suspensión. FIFA ordenó jugarlo.

La confirmación de que el rival no se presentaría llegó la noche previa del partido. En la cena los jugadores chilenos, según cuentan ellos mismos, brindaron por la clasificación al Mundial 74.

A la tarde siguiente se dirigieron al estadio. La noticia ya había corrido pero en las tribunas había más de 15.000 espectadores. Fueron en realidad a ver el amistoso que su selección jugaría contra el Santos de Brasil. En este caso era de Brasil y no de Pelé porque para que jugara el astro, los dirigentes chilenos debían pagar un cachet cinco veces superior.

A la hora indicada Chile con su uniforme oficial y su formación titular salió a la cancha. Saludó a su gente y se paró como para sacar del medio. No hubo sorteo ni de arco ni para saber quién sacaba. Simplemente porque enfrente no tenían ningún rival. Los dirigentes obligaron a sus jugadores a hacer un remedo de partido, les dijeron que la FIFA exigía, para darles el encuentro ganado, que la pelota se pusiera en juego.

Los jugadores chilenos sacaron del medio y fueron avanzando en fila mientras tocaban la pelota, se la pasaban inocua y lábilmente, hasta que al llegar a la boca del arco, el capitán Francisco Valdez la empujó a la red. Tuvieron el decoro de no gritarlo. La cámara de la transmisión chilena hizo un paneo que pretendió ser artístico y de la pelota picando dentro del arco sobrevoló hasta el cartel electrónico del estadio en el que se consignaba el gol, como si de esa manera, tuviera mayor validez, fuera la confirmación que hacía falta de que Chile estaba ganado el partido. Decía Chile 1- Unión Soviética 0. Encima del cartel, una frase: La juventud y el deporte unen hoy a Chile.

El hábil wing Carlos Caszely integró los planteles mundialistas de chile en 1974 y 1982

El partido, si así se lo puede llamar, duró 28 segundos. Pero si no hubiera sido una farsa absoluta debió ser interrumpido tres segundos después de haberse iniciado. Los jugadores chilenos se pusieron rápidamente en off-side, la mayoría de los pases fueron hacia adelante y casi ninguno se situó detrás de la línea de la pelota. Hubiera sido una paradoja hermosa y extraordinaria que el juez de línea se hubiera atrevido a levantar la banderita y el partido quedara interrumpido allí, sin ningún rival que reanudara el juego.

Era imposible que sucediera porque la terna arbitral era chilena. Habían puesto árbitros locales para que pareciera que el partido tenía algún viso de realidad.

Jorge Caszely llama Teatro del Absurdo a ese partido trunco. “Es algo que no se hace ni en un partido de barrio con amigos”, dijo tiempo después.

Después los jugadores chilenos volvieron al vestuario y a los pocos minutos salieron para enfrentar al Santos sin Pelé. Fue una paliza 5-0. Pero en favor del equipo brasileño. Dicen que a Edu, esa tarde, nadie le pudo sacar la pelota.

El Comité de la FIFA se reunió el 5 de enero de 1974. En un breve trámite desechó la presentación soviética, le dio perdido el partido por walk over y clasificó a Chile para el Mundial de Alemania, en el que no obtendría ninguna victoria y quedaría eliminado en primera rueda.