El arte prehistórico de la Sierra de San Francisco, ubicado en el estado de Baja California, México, es una de las manifestaciones artísticas más fascinantes de las culturas antiguas de todo el continente Americano. Estas pinturas rupestres, que se encuentran en el corazón de la Reserva de la Biosfera El Vizcaíno, fueron realizadas por grupos de cazadores-recolectores que habitaron desde el Pleistoceno terminal hasta la llegada de los misioneros jesuitas a finales del siglo XVIII, según datos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Los antiguos lienzos destacan por su diversidad y su extraordinaria conservación. A pesar de ser creados por sociedades de pequeña escala dedicadas a la caza, pesca y recolección, lograron desarrollar un estilo esencialmente realista, dominado por figuras humanas y animales (terrestres y acuáticos) en colores como rojo, negro, blanco y amarillo. Muchas de estas figuras superan el tamaño natural y se encuentran en ubicaciones como paredes y techos de gran altura.
En 1993, la UNESCO declaró estas pinturas Patrimonio de la Humanidad debido a su extraordinario valor cultural e histórico. Hoy en día, las pinturas de la Sierra de San Francisco son un recurso invaluable para investigadores y visitantes que desean entender la vida y las cosmovisiones de los antiguos habitantes de la península de Baja California.
¿Qué tipo de pinturas hay en la Sierra de San Francisco ?
A lo largo de las cordilleras, yacimientos, barrancas y cuevas de la Sierra de San Francisco, se preservan pinturas antiguas que muestran figuras humanas en diversas posturas. Estas figuras, generalmente estáticas y con los brazos levantados, están representadas de forma frontal, en ocasiones inclinadas, invertidas o incluso en posición horizontal.
Según la investigación del paleoantropólogo Mario García Bartual, publicada en la revista científica Muy Interesante, algunas de la piezas parecen representar a mujeres, evidenciado por la presencia de senos, ubicados de perfil y debajo de las axilas, una convención similar a la encontrada en el arte rupestre de Australia.
“Los hombres no muestran genitales. Su pictografía característica permitió a Grosby definir el subestilo San Francisco”, menciona García Bartual en la revista Muy Interesante.
Además se pueden apreciar detalles como las manos abiertas, con las palmas y los dedos visibles, las piernas rectas y separadas, y los pies figurados de perfil, para exhibir también los dedos de la planta. Los detalles faciales y la vestimenta son casi inexistentes, lo que sugiere que el enfoque principal estaba en el cuerpo y la postura.
También hay animales, como carneros y cérvidos, representados a tamaño natural, aunque algunos aparecen más grandes. Las pinturas se muestran muy detalladas, destacando su relevancia en la vida y cosmovisión de las poblaciones que habitaron la región.
“Las pezuñas, orejas y cornamentas de los cérvidos y carneros que adornan las paredes rocosas de esta zona fueron trazadas con esmerado detalle, lo que indica que se trataba de especies importantes para la población local”, explica Mario García.
Una leyenda de gigantes y su conexión con las pinturas
Enclavada en las montañas de Baja California, La Cueva Pintada, también conocida como La Pintada, es uno de los sitios arqueológicos más destacados del arte rupestre prehistórico en la región. Este lugar, que abarca una extensión de 175 metros de un extremo a otro, alberga murales que han perdurado a lo largo del tiempo gracias a técnicas avanzadas de pintura y conservación natural. Según datos del INAH, las pinturas de este sitio no solo destacan por su complejidad artística, sino también por las capas superpuestas de pigmentos que narran historias de épocas remotas.
El sitio ganó popularidad en 1962, cuando el escritor estadounidense Erle Stanley Gardner lo dio a conocer a través de un artículo publicado en la revista Life. Desde entonces, La Cueva Pintada es objeto de fascinación tanto para arqueólogos como para el público en general. Entre las figuras representadas en sus murales, los cérvidos ocupan un lugar especial, ya que son considerados los animales más antiguos plasmados en el arte prehistórico.
De acuerdo con el INAH, los relatos de los pueblos indígenas locales contribuyeron a enriquecer el misterio que rodea a la Pintada. Según una leyenda transmitida de generación en generación, hace muchos años, una raza de gigantes llegó a la región huyendo desde el norte. Mientras algunos continuaron su camino hacia el sur siguiendo la costa, otros se adentraron en las montañas, donde habrían creado las pinturas que hoy decoran las paredes de la cueva.
Los colores utilizados en los murales provienen de recursos naturales disponibles en la zona. Los tonos rojizos, anaranjados y amarillos se obtenían de óxidos de hierro, mientras que el negro derivaba del óxido de manganeso y el blanco del yeso. Estos pigmentos eran triturados en metates o morteros, herramientas que aún pueden encontrarse dentro de la cueva, y se mezclaban con un aglutinante para facilitar su aplicación. Esta fórmula permite que los colores se mantengan en excelente estado de conservación, lo que convierte a La Cueva Pintada en un ejemplo excepcional de preservación del arte rupestre.
Uno de los aspectos más intrigantes del sitio es la ubicación de algunos paneles a gran altura, lo que plantea interrogantes sobre las técnicas empleadas por los artistas para alcanzarlos. Se especula que pudieron haber utilizado andamios, escaleras o estructuras similares, lo que evidencia un alto grado de habilidad técnica. Además, los habitantes de la región eran expertos en diversas actividades, como el trabajo de la piedra, la fabricación de ornamentos con conchas, huesos y madera, y el tejido de redes y cordeles a partir de fibras naturales como el agave, la palma y el datilillo.
Entre los paneles más destacados se encuentra uno que combina figuras humanas y animales, incluyendo un enorme animal marino compuesto por una ballena y una foca. Este panel sobresale no solo por su complejidad artística, sino también por el uso de los relieves naturales de la cueva para resaltar detalles específicos. Por ejemplo, una figura femenina muestra características que sugieren fertilidad, mientras que otras figuras portan tocados o penachos que podrían representar a chamanes o líderes tribales, según las crónicas de los primeros misioneros que documentaron la región.
El descubrimiento del Gran Mural de Baja California
A principios de los años sesenta, el escritor estadounidense Erle Stanley Gardner dirigió su atención hacia las cuevas de arte rupestre, dedicando gran parte de su vida a su investigación. Su trabajo marcó el inicio del reconocimiento internacional de estas obras, ya en 1975, el fotógrafo e historiador Harry Crosby consolidó este reconocimiento al documentar de manera exhaustiva las galerías rupestres de la región, a las que denominó como parte de un “Gran Mural”.
Harry Crosby describió formalmente las imponentes escenas pictóricas de la Sierra de San Francisco como parte de los grandes murales, un fenómeno artístico que se extiende desde las Sierras de San Borja y San Juan hasta San Francisco y Guadalupe. La Sierra de San Francisco, alcanza una elevación máxima de mil 590 metros sobre el nivel del mar y tiene un área aproximada de 3,600 km², según datos de la INAH.
En 1973, la inauguración de la carretera Transpeninsular marcó un antes y un después en la historia de la Sierra de San Francisco. Esta vía mejoró significativamente el acceso al área, permitiendo un flujo constante de visitantes y facilitando el abastecimiento de recursos básicos para las comunidades locales. De acuerdo con una investigación llamada “Diagnóstico para el desarrollo comunitario y la conservación de las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco” de Pronatura Noroeste AC de la Fundación de las Naciones Unidas, este avance eliminó el aislamiento de la región y creó nuevas oportunidades económicas.
Desde entonces, rancheros y arrieros comenzaron a desempeñarse como guías turísticos, utilizando su amplio conocimiento del terreno. Además, se fomentaron actividades productivas como la talabartería, con el rancho San Gregorio destacándose por la fabricación de sillas de montar y otros productos de piel, como polainas y “tehuas”, el calzado típico de la región.
En esta extensa área se han identificado más de 300 sitios arqueológicos con pinturas y grabados que destacan por sus peculiares rasgos. Hoy en día, la visita a estas pinturas constituye la principal actividad turística, regulada por el INAH, que ha designado custodios locales en puntos clave como el rancho San Martín, San Francisco de la Sierra y el Valle de Santa Martha para garantizar su preservación.