Era el primero de los animales que ella transitaba y que la sacaba de su zona conocida, en la que se movía con más facilidad. El inicio de esta historia se presentó difícil desde el minuto cero: “este perro no es para vos”, le había advertido la persona que había rescatado al caniche adulto del abandono y la indiferencia.

“Cuando me preguntaron si podía y quería transitarlo me aclararon su estado. Julito era un perro adulto, rescatado de un patio en condiciones lamentables”, recuerda Fernanda Di Candia. Así lo confirmaban las imágenes que le compartieron y que mostraban a un perro extremadamente delgado, deprimido y cautivo bajo unas rastas largas y sucias. “Yo estaba acostumbrada a transitar a cachorros juguetones y llenos de pulgas. Pero este era un caso especial: Julito era no vidente y, a simple vista, se advertía que tenía algún problema neurológico”.

Una noche de tormenta, con solo 3 o 4 meses, se metió en su casa: “Creí que te rescataba pero el rescatado fui yo”

Julito fue rescatado de un patio en condiciones deplorables.

“No quería moverse”

Pero nada fue un impedimento para que Fernanda decidiera ayudar al animal. “Cuando finalmente llegó a casa, después de algunas horas comprobé que se chocaba con los muebles al caminar”. Aparentemente no le gustaba salir a pasear, solo hacía pis y caca y buscaba regresar a la casa. “No importa”, pensó Fernanda un poco preocupada. “No lo voy a obligar a nada, seguro necesita amor y paciencia”.

Después de dos días en los que Julito se movió solo para lo necesario -comer, tomar agua, hacer pis o caca y husmear algún rincón que llamara su atención-, Fernanda supo que tenía que hacer un intento para que pudiera disfrutar de un pequeño paseo. Le puso la correa, lo llevó en brazos hasta la planta baja del edificio y lo paró en la calle. “Caminaba dos pasos y se quedaba parado, no quería moverse. Entonces volvimos al departamento. Sin embargo, algo me decía que tenía que volver a intentarlo”.

Fernanda repitió la misma rutina durante tres días más hasta que, una tarde, como si el pasado no hubiera existido, Julito salió caminando con paso firme, ágil y unido a ella por la correa.

Los paseos son esenciales para el bienestar físico y emocional de los perros. Sin embargo, algunos animales se niegan a salir, lo que puede ser frustrante y preocupante. Este comportamiento puede tener diversas causas, desde el miedo hasta problemas de salud y es importante que sea abordado de manera efectiva y compasiva. Miedo y ansiedad, ruidos fuertes, otros animales, personas desconocidas o experiencias traumáticas pasadas pueden generar miedo y lo mejor es tratar el asunto con paciencia.

“Los ruidos fuertes y repentinos generan una respuesta de pánico en los perros. Ellos tienen una capacidad auditiva mucho más aguda que la nuestra, por lo que los estruendos los afectan de manera mucho más intensa. Esta respuesta provoca que su sistema nervioso se active: se eleve la frecuencia cardíaca, la respiración se acelere y se desate un nivel de ansiedad tan alto que puede llevarlos a tener reacciones extremas: temblores, intento de escapar, o incluso lesiones al tratar de huir del sonido”, explica el Dr. Santiago Gallo, Director de la Clínica Veterinaria Burgess. Como Fernanda no tenía información certera sobre el pasado de Julito debía ser lo más cautelosa posible y trabajar en el vínculo para generar confianza y tranquilidad con él.

“Cuando caminaba era feliz”

Al día siguiente, hizo un nuevo intento. Puso la correa en tensión y dio unos pasos. Costó, pero Julito finalmente se animó a moverse. Fueron unos pocos metros, pero eran los primeros pasos, los más importantes. Fernanda repitió la misma rutina durante tres días más hasta que, una tarde, como si el pasado no hubiera existido, el caniche salió caminando con paso firme, ágil y unido a ella por la correa.

Diariamente Fernanda y Julito hacían una caminata en la que disfrutaban del aire libre, del sol y de los olores del vecindario. Cuando él perdía el rumbo, ella corregía con la correa. “En mi interior pensaba que en algún momento de su vida habría hecho esos paseos. Me gustaba imaginar cómo habían sido sus días felices, si es que los había tenido”. El resto del día, pasaba la mayor parte del tiempo descansando, recorría los cuartos, visitaba la cocina y volvía a recostarse.

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Los médicos veterinarios calcularon que tendría alrededor de 7 años, no muy bien llevados. La ceguera -que resultó irreversible- y los temblores confirmaron que en su pasado había sufrido maltrato. “Evidentemente no había tenido una buena vida. Pero cuando caminaba era feliz: iba como un caballito al trote. Muchas veces cuando llegan de un rescate necesitan tranquilidad, cariño, mucha paciencia y sobre todo que podamos observarlos, ellos así van ganando confianza”.

Meses después para alegría de Fernanda y la de todos los que colaboraron en el caso, Julito fue adoptado por una señora mayor. “Este fue un aprendizaje que viví con mucha emoción: nunca bajar los brazos frente a distintas adversidades y entender que muchas veces necesitamos el empuje de los demás para superar obstáculos, sobrepasar esa barrera que nos ponemos. Hoy Julito recuperó la alegría y la dignidad y eso hizo toda la diferencia”.

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