Mar del Plata late fuerte en el corazón de Laura Bagaloni, al igual que Trelew. Alguna vez, aquellos fueron sus hogares permanentes. En la costa argentina construyó los recuerdos de su infancia, adolescencia y primera juventud, y en Chubut, lugar de origen de su marido, emprendió la aventura de forjar su propia familia. Un día de 2016, sin embargo, las comodidades de los universos conocidos quedaron atrás. Una propuesta laboral de su esposo -entrenador de fútbol- ingresó a su vida, y en un salto de fe, su destino cambió para siempre.
Laura, una mujer de estructuras y planes minuciosos, supo que era tiempo de sacudir sus mandatos. A pesar de los temores, deseaba emprender en familia un viaje hacia lo desconocido, ver crecer a su marido, y absorber otras maneras de ser en el mundo.
La decisión siginificaba abrir una puerta hacia un horizonte incierto, pero más aún, inevitablemente, el paso que estaban por dar iba a provocar un impacto profundo en el matrimonio y sus dos pequeños hijos: la propuesta, en definitiva, no era para vivir en Europa o Estados Unidos. Su nueva historia comenzaría a escribirse en Tokio.
El profundo impacto de Japón y la solución para socializar: “El deporte une culturas”
Ningún cambio es sencillo, pero uno tan radical, como irse a vivir a Japón, presentaba un considerable número de desafíos concretos y abstractos. En Argentina, Laura había pedido una licencia de seis meses en su trabajo, sin goce de haberes, lo que le permitió sentir cierta seguridad, hasta su renuncia definitiva. Otro de los pilares fundamentales para allanar el camino fue contar con el apoyo de la familia y los amigos. En los recuerdos de Laura, aquellos días tuvieron un comienzo auspicioso gracias al aliento de sus seres queridos, donde incluso algunos se aventuraron a visitarlos, a pesar de la distancia.
Chiba, su nuevo lugar de residencia muy cercano a Tokio, amaneció tan distinto a lo que Laura conocía, que de inmediato la ansiedad le cedió el paso al entusiasmo por absorber lo diferente: “Cada cosa era una sorpresa, todo era nuevo, tan enriquecedor, tan opuesto a lo que habíamos vivido toda nuestra vida, que cada paso que dabas significaba una nueva experiencia, algo que incorporar, que conocer, ¡estaba muy deslumbrada por todo lo que estaba viendo! Por la calidad de vida, la gente, por la cultura, la verdad es que su forma de vivir, de manejarse en la cotidianidad, lo que comían, lo que leían, cómo se vestían, los olores, las luces, el clima, todo, absolutamente todo, era muy diferente a lo que estábamos acostumbrados a vivir en Argentina”, recuerda Laura.
Sin embargo, nada en la vida es color de rosas y Japón no era la excepción. Laura y su marido no habían viajado solos, tenían hijos, y ante los pequeños el sendero se presentó rocoso, un tanto más difícil de atravesar. La adaptación resultó compleja, ellos creían que los niños en Japón tenían un buen dominio del inglés (idioma que sus hijos manejaban), pero, para su sorpresa, no existía un diálogo fluido posible entre sus niños y los locales.
“La sociedad, y en este caso los chicos, no se te acercan fácilmente, lo que complicó la comunicación y adaptación. Pero, por fortuna, como mi marido trabaja con el fútbol, ellos pudieron insertarse en un club de fútbol y bueno, yo suelo utilizar mucho esta frase: `el deporte une culturas´, ver tantos niños atrás de una pelota hizo que ellos finalmente se integraran a través de un deporte. Fue lo que los ayudó a insertarse en el sistema y la vida”.
“En cuanto a la alimentación, nos fuimos adaptando, aunque por supuesto uno lleva sus costumbres a todos lados y encuentra cosas argentinas en todos los países, aunque en aquel entonces era un poco más difícil, por lo que fuimos incorporando las costumbres japonesas y disfrutamos ese proceso”.
Educarse al otro lado del mundo a través del sistema de educación argentino a distancia: “Funcionó muy bien”
Primero creyeron que los niños irían a una escuela internacional, hasta que escucharon las cifras inalcanzables que debían pagar, 2500 dólares por hijo. Entonces decidieron optar por insertarlos en el sistema de educación japonesa, que descubrieron impecable y asombroso como ningún otro. Este intento, sin embargo, tampoco funcionó: no les permitieron realizar la adaptación de sus dos hijos con un traductor.
“Ellos recién estaban comenzando con las clases de japonés y solo sabían decir las cosas básicas”, cuenta Laura. “Fue entonces que descubrimos el SEAD, el sistema de educación argentino a distancia. Se creó hace muchos años para los diplomáticos, pero con el tiempo fue mutando”.
“Hoy por hoy, quien quiere hacer el SEAD también tiene que ir a la escuela. En el momento que nosotros lo iniciamos no era necesario tener presencialidad donde uno estaba residiendo. Para nosotros funcionó muy bien. Había foros, trabajos prácticos, talleres, todo online prepandemia. Las evaluaciones se realizaban en la embajada “.
“Así los chicos hacían el SEAD por la mañana, iban a japonés por la tarde y después a fútbol para socializar. Fue muy lindo con el sistema a distancia, porque tenían compañeros a distancia que vivían en lugares como Alaska, Finlandia, México, Brasil, Ciudad del Cabo, todos reunidos, todos subían sus fotos, se sentían acompañados”.
Ucrania, Libia, España, Indonesia y aceptar la vida nómade
Tres años vivieron en Tokio, con frecuentes viajes a la Argentina, en especial por parte de Laura, no solo para reencontrarse con sus afectos, sino por cuestiones laborales aún pendientes. El salto más impactante ya había sido dado, por lo que la noticia de una nueva mudanza a Kiev, Ucrania, generó un torbellino de emociones intenso, pero cargado de sensaciones que ya no les eran desconocidas.
En Kiev permanecieron dos años (preguerra y durante la pandemia), hasta la llegada de una nueva propuesta para vivir en México y otra en Libia, África, un país que Laura consideró que no era un lugar para ir con los niños, debido al conflicto con las guerrillas. Su marido se trasladó un tiempo a ambos destinos y ella permaneció en el nuevo hogar que habían formado hasta definir a qué lugar relativamente cercano a África podrían mudarse para estar más tiempo juntos como familia.
“Esa fue la primera vez que nuestros hijos decidieron, estábamos entre Milán y Madrid, y optaron por España, donde se escolarizaron al sistema regular”, revela Laura. “Ellos necesitaban estar nuevamente en contacto con su idioma”.
Para entonces, con la nueva mudanza, su estilo de vida quedó en evidencia: se habían transformado en una familia nómade. Y lo que siguió, les demostró que no solo eran viajeros, sino que tampoco eran de los convencionales. Con la llegada de una nueva propuesta laboral en Indonesia, Laura, su marido y sus hijos, tomaron una determinación: ir mitad y mitad: “Hoy estoy una parte del tiempo en Madrid y otra en Bali”, cuenta.
“Estamos aprendiendo de la peculiar cultura de Indonesia, su amabilidad y ritmo pausado. Por otro lado, España, más precisamente Madrid, no fue para nosotros lo que habíamos esperado. Si bien hablamos el mismo idioma, somos muy distintos. Esto, para muchos que emigran creyendo que van a encontrar algo parecido, es un impacto”.
Lo que se extraña de Argentina y Japón en la cima de la calidad de vida: “Allá quien comete un delito sale del sistema, la inseguridad es cero”
Como profesora de educación física, Laura tuvo su pausa laboral hasta llegar a España, donde ingresó nuevamente a su profesión, con muchas dificultades y sueldos bajos, aunque grandes satisfacciones para el alma. Sustentados por la profesión de entrenador de fútbol, un trabajo inestable por estar siempre orientado a los resultados, la familia aprendió a ser poco consumista para sobrellevar los baches laborales en el camino. Su realidad los concilió con la idea de una vida fluctuante: había que ir ahí, donde surgieran las propuestas.
Para Laura, sin embargo, el mayor impacto lo trajo el primer destino: Japón. Vivir en Kiev fue fascinante, ante todo por la pasión de Laura por la historia, y el hecho de saber que en ese mismo suelo habían ocurrido eventos trascendentales, pero nada se comparó con lo que les provocó vivir en suelo nipón.
En relación a la calidad de vida, las reflexiones de Laura en el camino fueron fluctuando. Vivir bien, dice ella, está afectado por diversos factores, como es la comunidad, cómo vive la gente, el clima, la posición económica, entre otros aspectos que deben confluir en armonía. En ese sentido, Japón y Ucrania, hallaron su camino para destacarse, a diferencia de países como Libia, Indonesia e incluso España: “Los sueldos, por ejemplo, en Japón o Ucrania se cobran en tiempo y forma, y son acordes al estilo de vida. Permiten disfrutar”.
“Otro parámetro es el tema de la seguridad, que uno pueda andar por la vida tranquilo y en ese andar pasar un buen momento”, continúa. “Pero en otros destinos, hay que tener en cuenta el tema del clima, porque influye en cómo es la gente. En Ucrania teníamos inviernos de menos veintisiete grados, lo que hace que la gente sea más dura y corta en su trato, pero una vez que entrás en la sociedad, la gente tiende a ser más amable. Japón es el parámetro de la amabilidad en su máxima expresión”.
“Pero si volvemos a los sueldos, en España muchos son tan bajos que no te alcanza para vivir acorde y mucha gente tiene que compartir departamentos para vivir. Y hoy, en España, también hay inseguridad, por ejemplo. Ya el nivel de la calidad de vida en Madrid cambió un montón”.
“Entonces vuelvo a Japón, que tiene esa mezcla de lo antiguo y tradicional, con lo moderno, así como un poder adquisitivo acorde, que te marca la diferencia de todo. Y allá quien comete un delito sale del sistema, la inseguridad es cero”.
“Tampoco hay que dejar pasar el tema de la salud. Japón fue muy buena experiencia y Ucrania está bien. Madrid no me gusta, pero quiero destacar que como los médicos argentinos no hay, la empatía que manejan es única y no la he encontrado en ninguna parte del mundo. La sanidad argentina la extraño, personalmente”.
La maravilla de vivir otras culturas y el amor por la patria: “Yo aplaudo la valentía del que se va, quiere volver y se da cuenta de que Argentina es un gran país”
En otros tiempos, Laura jamás hubiera imaginado que iba a emprender una vida nómade, y menos aún, que viviría en territorios tan ajenos a su tierra, como Ucrania o Japón. Ella, que se define como un ser muy estructurado, tuvo que abandonar los moldes prediseñados. La vida, con su magia e impredecibilidad, la llevó junto a su amor y sus hijos a mundos desconocidos, que la desafiaron una y otra vez. No siempre fue fácil, pero hubo un factor clave que la empujó a seguir en su camino: su curiosidad, su capacidad de maravillarse ante lo extraño de cada suelo.
Chubut parece haber quedado lejos, Mar del Plata aún más, pero a pesar de que aquellas ciudades del pasado parecen pertenecer a otras vidas, para Laura, Argentina sigue siendo el país número uno, la tierra que lleva siempre en su corazón, su prioridad.
“Nosotros somos una familia argentina y no importa en qué lugar del mundo estemos, nuestras costumbres siguen siempre presentes: comemos ñoquis los 29, desayunamos mate, tratamos de hacer un asadito cuando se puede, comer empanadas o `milangas´ a la napolitana, como dicen mis hijos. Siempre trato de que tengamos nuestros momentos tradicionales, sin dejar en el camino de adoptar otras costumbres, pero Argentina es nuestro número uno”.
“Nuestra familia es consciente de que Argentina es nuestro lugar, y si tenemos que ir y venir y reinstalarnos en nuestro país, no hay ningún problema. Veo mucha gente que regresa a su país dando explicaciones, otras juzgando y señalándolo como fracaso. Estoy muy en contra de todo eso, ¡si es tu lugar! Es donde naciste, tu casa y creo que regresar puede ser para algo mejor, ¿y por qué resistir volver si la estás pasando mal en el extranjero? Yo aplaudo la valentía del que se va, quiere volver y se da cuenta de que Argentina es un gran país, con mucho futuro y prosperidad. Cada historia y viaje es único y nadie lo debe jugar. Nosotros no tendríamos ningún inconveniente con volver”.
“Mientras tanto, una experiencia como esta es una escuela constante. Lo primero que aprendí es a dejar mi mente estructurada de lado y no planificar. Esta forma de vida me llevó a entender que es imposible, vivimos en una incertidumbre constante y, en lo personal, al comienzo me afectó mucho, en especial al ser una persona que solía planificar todo en detalle, por día, semana, mes. En esta forma fluctuante de vivir, uno entiende que lo importante pasa por otro lado”.
“Como experiencia, vivir en diversas partes del mundo es maravilloso, no me alcanzaría la vida para explicarlo, es un impacto cultural increíble. Lo fascinante de Japón, la incondicionalidad por su patria de Ucrania, la forma de vida radicalmente diferente de Bali, con el hinduismo balinés y el verano eterno”.
“Me encanta ver cómo mis hijos van descubriendo las culturas y cómo lo incorporaron desde chicos. Hoy Pedro tiene 18 y Marcos, 15. Pensar que eran muy pequeños cuando salieron al mundo… Sus vivencias son diferentes a las mías y ellos van sacando sus propias conclusiones. Por donde se lo mire, es una experiencia muy positiva”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.