El santuario para conmemorar a Liam Payne frente al hotel Casa Sur, donde perdió la vida (AP Foto/Natacha Pisarenko)

El día que murió, Liam Payne tomó su teléfono y comenzó a curiosear. Ingresó a Gemidos, uno de los portales de oferta de prostitución más conocidos de la Argentina, con más de 15 años de existencia. Allí, cientos de mujeres de todo el país ofrecen sus servicios sexuales con fotos en poca ropa o desnudas, en escenas de sexo, heterosexual o lésbico, con sus habitaciones en Recoleta o Puerto Madero, o en los barrios pobres del conurbano bonaerense. Finalmente, Liam escogió a dos. Las contactó vía WhatsApp. Las mujeres, al oír el número, dijeron que sí.

Carla y Laura son sus nombres de fantasía, empleados para esta nota, para proteger sus identidades. La primera, Carla, de 27 años, vive en Isidro Casanova, municipio de La Matanza, una de las zonas más violentas de la Argentina, con 124 casos de asesinato en todo 2023 según estadísticas oficiales. La segunda, Laura tiene 30, es oriunda de Los Troncos en El Talar, otro barrio pobre en la zona norte del conurbano bonaerense, la periferia que rodea a la capital, a una hora de distancia.

Ambas son madres solteras. Carla tiene dos hijos, recibe planes sociales. Vive en una casa prestada, vieja, casi en ruinas, que era de un tío materno que murió, junto a un kiosco envuelto en rejas donde los chicos del barrio compran cigarrillos sueltos. Laura, registrada como cosmetóloga en el sistema impositivo, tiene un hijo también. Ninguna tuvo un trabajo en blanco en su vida.

A las dos, Liam les prometió una importante cantidad de dinero; algunos relatos hablan de cinco mil dólares, otros, de trescientos. Una prostituta de Isidro Casanova que publicita en Gemidos cobra, en promedio, 40 mil pesos la hora. El cantante podría haber llamado a trabajadoras sexuales VIP, a mujeres que comercian con sexo en los distritos de lujo de Buenos Aires. Sin embargo, para el último día de su vida, llamó a dos que viven en la pobreza del conurbano bonaerense, en casas incompletas sobre calles de tierra, sin revoque en sus paredes.

Liam Payne en Snapchat, tiempo antes de morir

Tras acordar el precio, Liam las citó en su habitación en el tercer piso del hotel CasaSur en la calle Costa Rica en Palermo, Buenos Aires, Argentina. Las mujeres no se conocían entre sí; para ingresar al hotel debieron permitir que sus identificaciones sean fotografiadas en la recepción. Así, subieron por el ascensor poco después de las 11 AM del miércoles. El ex One Direction abrió la puerta, sonriente, calmo. Los tres conversaron y bebieron. Liam jugaba con una botella de scotch, mientras les ofrecía champagne a las mujeres. Una copa a medio beber quedó junto al televisor. Nadie tomó cocaína, al menos, según las mujeres mismas. Solo alcohol.

Luego, se fueron. Esperaron a Payne en el lobby, mientras comenzaban un pequeño escándalo: Liam no les había pagado. El encargado en la recepción llamó a la habitación una y otra vez. El ex One Direction jamás respondió. Las mujeres, hartas, se fueron sin cobrar. Así, Liam Payne comenzó a morir. Se oyeron los gritos, el sonido del cristal del televisor, la llamada desesperada del encargado de seguridad del lugar al 911, el pum que hizo su cuerpo al caer. Los peritos forenses y la autopsia posterior determinaron que no hizo ningún movimiento para proteger en su trayecto de diez metros; las 25 lesiones que sufrió fueron compatibles con su caída. Un fuerte traumatismo de cráneo fue lo que le quitó la vida.

La Policía de la Ciudad de Buenos Aires llegó poco después. Encontró los nombres de Carla y Laura en la recepción. Así, el fiscal Marcelo Roma ordenó encontrarlas. Fueron halladas en El Talar e Isidro Casanova, dieron su testimonio en la Fiscalía N°16. Hablaron de que solo bebieron alcohol, de cómo las contactó, del sitio Gemidos. No hablaron sobre tener sexo, dieron vueltas sobre el tema, sin reconocerlo.

Hoy, Carla y Laura no son sospechosas en la causa que intenta esclarecer; el fiscal Roma cree en su testimonio. No hay elemento alguno para acusarlas, en un sistema penal que castiga penalmente a la prostitución pero considera a las trabajadoras sexuales como potenciales víctimas, con el proxeneta y el tratante como los verdaderos delincuentes.

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