Un empate y dos sensaciones. La igualdad 1 a 1 entre Brasil y Uruguay, en la última ventana del año de las eliminatorias para el Mundial 2026, enseñó imágenes opuestas: el descontento y la reprobación de los torcedores y la mueca de satisfacción del puñado de hinchas charrúas que viajaron a Salvador. La Verdeamarela finalizó el curso en el quinto puesto de la clasificación y deberá esperar hasta marzo del año próximo para intentar escalar en la tabla que dictaminará qué selecciones sudamericanas estarán en la cita que se jugará en Estados Unidos, México y Canadá; la Celeste cerró el 2024 como escolta de la Argentina, que lidera con ventaja de cinco unidades, y compuso entre los dos juegos de noviembre una cosecha que espantó la inestabilidad que envolvió a la aventura en los últimos tiempos.
Dorival Júnior ensaya una restauración lenta del Scratch, a un ritmo que impacienta al público y a lo que demanda la riquísima historia del fútbol brasileño; Marcelo Bielsa fortalece el ciclo, se adapta a las circunstancias y sofoca las pequeñas crisis con resultados.
Fue un juego dinámico, pero cada uno con su estilo. Brasil, a partir del control de la pelota, con sus laterales lanzados en ataque y la ambición del cuarteto ofensivo que compusieron Savio, Raphinha, Vinicius Júnior e Igor Jesús. El póquer con el que los torcedores, ocuparon alrededor del 70% del estadio Arena Fonta Nova, se entusiasmaron e ilusionaron, aunque el marcador final los devolvió al estado de escepticismo.
Un error del arquero Sergio Rochet, en lo que pretendió ser una salida limpia desde el área, a punto estuvo de darle la apertura a la Canarinha; un movimiento de distracción de los cuatro nombres que eligió el seleccionador Dorival Júnior para lastimar al rival provocó la sorpresiva aparición del volante Gerson, que luego sería gravitante, aunque en la primera situación no logró definir ante la presurosa salida de Rochet. Un inicio alentador y un dominio que regresó en el epílogo del primer tiempo, con el remate de cabeza de Igor Jesús que neutralizó el guardavalla charrúa a puro reflejo.
La larga reconstrucción que tiene su origen en la eliminación de la Copa del Mundo de Qatar 2022, con la salida de Tite y el interinato que ensayó Fernando Diniz –al mismo tiempo entrenador de Fluminense-, mientras los dirigentes de la Confederación Brasilera de Fútbol deseaban seducir a Carlo Ancelotti –nunca llegó y renovó contrato con Real Madrid-, no descubre el camino del relanzamiento futbolístico ni del éxito.
Brasil se enciende con pequeñas pinceladas y mientras espera el regreso de Neymar –sufrió un desgarro en el tendón de la corva en Al Hilal; en octubre de 2023, frente a la Celeste, en el Centenario, padeció la rotura del ligamento cruzado y del menisco de la rodilla izquierda-, se rinde ante la conducción vertical de Raphinha y las intermitencias de Vinicius Jr., desequilibrante cuando se enfoca en el juego y desdibujado si se enreda en protestas y discusiones con los rivales. El atacante de Real Madrid influye más en su equipo que en el Scratch: el cierre magnífico de Mathías Olivera, después de una asistencia de Raphinha, una muestra del barullo que lo envuelve con la casaca nacional.
El resumen del empate entre Brasil y Uruguay en Salvador
La elección de Salvador, en el estado de Bahía, como escenario del clásico sudamericano, fue una señal de la desilusión que envuelve a los torcedores. Los clubes son potencia en el continente –la final de la Copa Libertadores la disputarán Atlético Mineiro y Botafogo; Cruzeiro será rival de Racing en la Copa Sudamericana-, pero esta selección no contagia y los estadios de San Pablo, Rio de Janeiro, Belo Horizonte o Porto Alegre son espacios hostiles ante este presente. Menos futboleros, Recife, Fortaleza, Natal y Bahía se imponen como cobijo, aunque también se deja entrever la desilusión.
Uruguay llegó a la cita con un triunfo agónico y sanador, como lo definió el seleccionador Bielsa. El éxito sobre Colombia rompió con tres empates y una derrota, encuentros en los que la Celeste no había convertido. Los incidentes y el escándalo entre jugadores y público en la Copa América, y las declaraciones de Luis Suárez que impactaron de lleno en el director técnico rosarino, azuzaron a los detractores del Loco. El respiro que logró en el Centenario sirvió para frenar a Brasil por pasajes: los uruguayos se retrasaron para defender –hasta el tridente Facundo Pellistri, Darwin Núñez y Maximiliano Araújo aparecía en su campo para tapar volantes y defensores rivales- y el arco de Ederson quedó muy lejos para las aspiraciones de hacer daño.
Dos remates de Federico Valverde desde fuera del área –uno de tiro libre-, un desborde de Marcelo Saracchi que no descubrió receptor y una combinación entre Pellistri y Núñez, que el primero no definió, fue lo mejor que ensayó en el primer tiempo Uruguay, mientras Bielsa –sentado como es habitual en la heladera de bebidas- observaba cómo sus piezas se desgastaban físicamente para cumplir con la estrategia que diseñó. No reingresó Núñez para jugar el segundo tiempo y el centro del ataque lo ocupó Rodrigo Aguirre –jugador de 30 años, sorpresiva convocatoria para esta ventana de eliminatorias-, autor de uno de los goles ante Colombia.
Treinta segundos demoró Brasil para lanzarse sobre el arco uruguayo en la segunda etapa: Savinho, que ganó y perdió en el duelo con Saracchi, tuvo astucia, pero no puntería. Con las mismas partituras, descubrir qué orquesta ejecutaría mejor la obra o si asomaba un solista de excepción era la incógnita. Y fue Valverde el que rompió las cuerdas con un remate perfecto, ajustado al palo izquierdo de Ederson, después de un pase de Araújo. Era la respuesta a una estocada de Vinicius Jr., otra vez asistido por Raphinha, aunque sin justeza en la definición.
Con los ingresos de Martinelli y Luiz Henrique, Dorival Júnior aumentó la presencia en ataque y reflejó la urgencia. Cinco piezas netamente ofensivas –más tarde Estevao reemplazó a Savinho en un cambio de pieza por pieza-, más el aporte de los volantes y los laterales para jugar en campo uruguayo. Logró el objetivo: lanzó desde la izquierda Raphinha, despejó Saracchi de cabeza y Gerson –de aire y en la puerta del área- dejó sin chance a Rochet y empató.
Brasil insistió con todo su poderío y Uruguay soportó los asaltos y replicó con Valverde y Bentancur como socio para la conducción. Fueron de área a área: con ritmo frenético y vértigo la verdeamarela; con pausa y explotación de los espacios los charrúas. El resultado ya no cambiaría y cada uno ensayaría una lectura diferente del empate con el que cerraron el año rumbo al Mundial 2026.