El poeta libanés Khalil Gibran decía que la tortuga puede hablar más del camino que la liebre. No siempre lo previsible es lo exitoso. A veces hay que deambular para encontrar la senda que te conmueve y te seduce para dejar tu impacto. La argentina Laura Notari es una de esas boyas que necesitó vagar para encontrarse.
Nació en Capital Federal, pero toda su infancia la pasó en Moreno, en zona oeste, con su familia: mamá Mirta, papá Juan, sus hermanos menores Valeria y Fernando. Además pasaba mucho tiempo con sus abuelos paternos y maternos. Aquellos vivían en Moreno y los otros en Capital. Las abuelas fueron responsables de enseñarle a bordar, tejer y cocinar. “A mi mamá también le apasionan esas cosas -recuerda-, así que eran experiencias que compartíamos anotándonos en cuanto curso apareciera: vitrofusión, tarjetas españolas, jabones artesanales, telar, pintura. Pero también me llevaba a nadar a jugar al tenis o al voley”.
Sus papás no son profesionales, aunque a su mamá le faltó una materia una para recibirse en la Facultad de Farmacia y Bioquímica, “creo que su realidad fue lo que impulsó cierta intención de que hiciéramos algo más allá de lo que habían logrado ellos -explica-. El arte no cuadraba dentro de ese esquema. Era con intención de que fuéramos mejores y tuviéramos otras posibilidades”.
En su familia ser artista no era un trabajo posible
Laura no podría precisar si alguna vez tuvo de chica un sueño sobre lo que quería ser cuando creciera. Le apasionaba mucho el arte, pero sentía que lo más cerca que estaba de ella era a través de las manualidades, porque en su familia no había tradición que permitiera vislumbrar el trabajar como artista. Como una alternativa formal, le atraía medicina. Comenzó la carrera, pero la dejó al poco tiempo, una decisión de la que hoy se arrepiente, aunque es instrumentadora quirúrgica. Vivía durante la semana con sus abuelos maternos en Capital, para estar cerca de la facultad, y volvía a su casa para los fines de semana. “Rápidamente -recuerda- tomé conciencia de que tanto para mis padres como para mis abuelos, era difícil sostener mi día a día, así que me independicé muy joven. A los 18 años ya estaba trabajando”.
En medio de esta ruta zigzagueante entre los deseos y los intereses diversos, estudió ciencias económicas y comenzó a trabajar en el área de cobranzas de un diario. “De pronto me fortalecí en finanzas y administración y seguí en esa disciplina por cuatro años -relata. Pero en mi corazón siempre estuvo el arte…”
Los pasos de Máxima
No estaba en sus planes terminar fuera del país. En el 2018 estaba en el mejor momento de su vida. Se había separado hacía un par de años de la pareja con la que había estado durante una década. Juntos se habían construido una casa en un barrio cerrado que, de hecho, aún conserva. Pero, a pesar de la separación, se sentía plena. Había acomodado su cotidianeidad y “tenía el mejor trabajo de mi vida -afirma-: era gerente financiera en una empresa que exporta carne a China”.
Luego de su trabajo en el periódico, había saltado a uno y otro lado. Ningún sitio la hacía sentirse acogida. “nada me convencía -analiza-. No podía reconocer que estaba haciendo algo que no me gustaba”. Eran tiempos de un año en una empresa, otro año en otra. En ese derrotero pasó por Dell, Lexmark, Arcos Dorados, Pramer, Volvo, SAP… siempre en finanzas. Su experiencia en esta última, la llevó a viajar mucho. “Ese fue un momento en que claramente me cambió la cabeza”, confirma. Fue por entonces que se separó y que empezó a preguntarse de manera reiterada: “¿qué hago en Argentina viviendo de esta manera?”
El interrogante persistió, mientras vivía en diferentes sitios: México, Tailandia, Puerto Rico, Dubai, Colombia, Brasil, Panamá… Volvió al país cansada de dar vueltas sin afincarse en ningún lugar y al poco tiempo decidió cambiar las multinacionales por un emprendimiento más pequeño. Apostó a una empresa familiar, la exportadora de carne a China, y por primera vez empezó a sentirse feliz en un trabajo que la contenía humanamente. Pero el amor lanzó su flecha. Un holandés que había venido a vacacionar a la argentina la encontró por Tinder sólo porque era una de las pocas que hablaba inglés. El primer encuentro fluyó, pero luego cuando él la invitó a salir, ella canceló a último momento. Esto se repitió una segunda vez. Para la primera excusa usó una mentira, pero la segunda cita la encontró con su papá internado. El enamorado regresó a Australia, donde vivía, y la relación tomó el cariz personal: él preocupado por la situación del papá de Laura, ella necesitada de contención. Hubo una nueva visita de él y finalmente decidieron probar suerte juntos… Ella se instaló un tiempo en Australia y luego decidieron volver a Países Bajos. “Para mí fue durísimo -explica-, por mi familia, por mi trabajo, por mi casa a la que recién me había mudado…”.
Instalarse en Europa tuvo sus problemas, sobre todo porque Laura trabajaba desde los 17 años y necesitaba conseguir un empleo con urgencia. Una colega que había vivido en Países Bajos tenía algunos contactos y le hizo el puente. Comenzó en su cargo antes de que su esposo consiguiera trabajo. Pero las cosas no eran color de rosa… “para mí fue muy, muy complicado -añade-. Volvía llorando a mi casa todas las tardes. Primero porque fue un volver a empezar después de haber logrado estabilidad y tener cierta vida perfecta. Los holandeses son muy abiertos, casi el 90% de la población habla inglés, pareciera que no les molesta switchear de idioma, pero en el fondo sí. Y ahí es donde ser extranjero te pone en desventaja. Me costó muchísimo eso, y aún me cuesta”. El clima fue otra barrera. “Aún hoy lo estoy sufriendo -acota-. Las lluvias constantes, el frío, el verano que no es tal”.
Un tema complejo fue la vivienda: “escasea demasiado -explica-. Encontramos un Airbnb en Amesford, que es una ciudad preciosa, pero que está bastante alejada de todo. Si no tenés auto te lleva algo más de una hora ir a Amsterdam o alguna de las ciudades más importantes. Estuvimos unos meses ahí, y después pudimos alquilar un departamento en Zutamir, una ciudad que está muy cerquita de La Haya. Como estaba la familia de Paul, mi marido, allí, con mi mentalidad argentina sentí que era lo correcto rodearnos de gente que nos podía apoyar. Pero no fue como esperábamos”. La suma de contratiempos la empezaron a desesperar. Su preocupación la hizo cambiar de trabajo y tratar de usar su tiempo libre para conectarse con el arte, como una tabla de salvación emocional.
Paul la instó a que empezara a estudiar. La entrevistaron en la KBK, la Royal Academy of the Hague, y la aceptaron. Mientras cursaba primer año quedó embarazada, aunque los médicos le habían indicado que no iba a poder tener hijos. Pero llegó Josefina que hoy tiene 4 años. Antes del nacimiento compraron una casa y más tarde llegó la pandemia. “Esa fue una hermosa oportunidad para mi -rememora-. No tenía que ir al trabajo y me pude concentrar a full con el arte”.
Pinta tu aldea
Laura no se sentía cómoda con la idea de ser un modelo de mujer trabajadora ofuscada todo el tiempo con su empleo. Coincidió con que detectó algunas intenciones turbias en la empresa en la que trabajaba y se fue. Empezó a diseñar su página web y a soñar con un espacio propio. Aunque buscaba en otras ciudades, apareció una oportunidad en Hilversum, una pequeña comunidad. Fue a ver el local de pasada, poco convencida, como para cumplir con el esfuerzo de la inmobiliaria. “Me encontré con una terrible esquina de 250 metros cuadrados -relata-. El espacio daba para muchas cosas. Empecé a dar clases a niños, a trabajar con colegios, con fundaciones. Comencé a exhibir mi trabajo, hice openings, empecé a invitar a otros artistas”.
Volvió a aplicar para estudiar, y quedó en la Ritvel Academy en Amsterdam, una de las academias más top del mundo del arte. Hoy Laura se define claramente: “soy artista, pinto, hago obras por comisión y exhibo”. Su horizonte se amplió enormemente: viajó a Qatar a montar una muestra, se va a Barcelona a hacer puente para generar nueva sinergia, y luego a Lituania para nuevos proyectos. Sin embargo, su propuesta más fructífera sigue estando del lado infantil: desarrolló un sistema de trabajo con chicos que está dando que hablar. Utiliza el arte para estimular las habilidades cognitivas de los niños, mejorando la resolución de problemas, el pensamiento crítico, la creatividad y la conciencia visual-espacial.