Cuando imaginamos el azar, solemos pensar en algo completamente impredecible: una moneda lanzada al aire, un dado rodando sobre la mesa o los números de una lotería.
Sin embargo, un estudio reciente dirigido por Tal Boger, de la Universidad Johns Hopkins, ha demostrado que cuando intentamos ser aleatorios, no lo somos en absoluto.
No solo fallamos en generar secuencias verdaderamente aleatorias, sino que además cada persona lo hace de una manera única y predecible.
Según New Scientist, este hallazgo tiene implicaciones significativas en áreas como la seguridad informática, la teoría de juegos y el comportamiento humano, ya que sugiere que nuestras elecciones “azarosas” pueden anticiparse con mayor precisión de lo que se creía.
Un experimento para medir el azar humano
Para investigar cómo generamos la aleatoriedad, Boger y su equipo diseñaron un experimento en el que participaron 143 voluntarios. Se les pidió que realizaran dos tareas aparentemente simples:
- Elegir números al azar entre el 1 y el 9.
- Seleccionar una caja dentro de una cuadrícula de 3×3.
Cada participante repitió estas acciones 250 veces, y los investigadores recopilaron los datos para analizarlos mediante un modelo computacional.
Un año después, 53 de los participantes volvieron a realizar el mismo experimento, permitiendo a los científicos evaluar la estabilidad de sus elecciones a lo largo del tiempo.
Los resultados fueron sorprendentes: el modelo pudo predecir con un 10% más de precisión las selecciones supuestamente aleatorias hechas un año después, en comparación con lo que se esperaría si estas elecciones fueran realmente al azar.
Esto indica que, aunque cada persona tiene una manera única de fallar en generar aleatoriedad, sus errores siguen un patrón que se mantiene estable con el tiempo.
La paradoja de la aleatoriedad: sesgos cognitivos y patrones ocultos
Los psicólogos ya sabían que los humanos no somos buenos generadores de aleatoriedad. Existen sesgos conocidos que revelan nuestra incapacidad para producir datos verdaderamente al azar:
- Cuando se pide a alguien que nombre un color al azar, la respuesta más común es “azul”.
- Si se solicita elegir un número entre 1 y 10, la mayoría elige “7”, aunque debería haber una distribución uniforme entre todas las opciones.
El estudio de Boger va un paso más allá al sugerir que estos sesgos no son meros errores aislados, sino que cada individuo tiene un “estilo” de aleatoriedad propio y predecible.
El neurocientífico Christopher Benwell, de la Universidad de Dundee, señala que esto sugiere la existencia de un mecanismo mental interno que regula cómo generamos secuencias que creemos azarosas. Dicho mecanismo sería estable en el tiempo y podría permitir predecir decisiones futuras.
Por su parte, la investigadora Nilli Lavie, de University College London, cree que esta tendencia podría estar relacionada con el control ejecutivo cognitivo, la capacidad del cerebro para filtrar y regular la información antes de tomar una decisión.
Este proceso es similar al que usamos cuando nos contenemos de decir algo inadecuado o de actuar impulsivamente.
En otras palabras, la misma parte del cerebro que nos ayuda a controlar nuestros impulsos también podría estar interfiriendo con nuestra capacidad de actuar de forma verdaderamente aleatoria.
Consecuencias y riesgos de la falta de aleatoriedad humana
El hecho de que nuestras elecciones “al azar” sean predecibles podría tener implicaciones profundas en varias áreas:
1. Seguridad informática y contraseñas vulnerables
Si los humanos seguimos patrones predecibles al elegir números y secuencias, las contraseñas generadas por usuarios podrían ser más fáciles de descifrar de lo que se cree.
Esto representa un problema en la ciberseguridad, ya que muchas personas crean claves aparentemente aleatorias, pero que siguen patrones que podrían ser anticipados por hackers.
La recomendación de los expertos es clara: usar gestores de contraseñas y generadores automáticos en lugar de confiar en nuestra intuición.
2. Predicción del comportamiento en la teoría de juegos
Si las personas siguen patrones estables en sus intentos de ser aleatorias, esto significa que su comportamiento en juegos de azar y estrategias competitivas puede ser anticipado.
Este hallazgo podría ser relevante en la economía, donde la teoría de juegos estudia cómo los individuos toman decisiones en situaciones estratégicas.
Por ejemplo, en el póker o en la bolsa de valores, donde se requiere imprevisibilidad para evitar que otros anticipen los movimientos de un jugador o inversionista, comprender los sesgos individuales en la aleatoriedad podría dar una ventaja competitiva a quienes sepan aprovechar esta información.
3. Impacto en la vida cotidiana y el comportamiento humano
Nuestros patrones de aleatoriedad también pueden influir en decisiones diarias que creemos estar tomando de manera libre y espontánea.
Desde la manera en que exploramos opciones en internet hasta cómo elegimos respuestas en encuestas o seleccionamos opciones en un menú, nuestras elecciones pueden seguir tendencias que, sin darnos cuenta, podrían ser predecibles para los algoritmos que analizan nuestros datos.
Esto sugiere que los sistemas de inteligencia artificial y publicidad en línea podrían usar estos patrones para anticipar nuestras elecciones y hábitos de consumo, algo que ya se observa en la personalización de contenidos y publicidad en plataformas digitales.
¿Cómo escapar de nuestra propia mente?
Si bien estos hallazgos pueden parecer preocupantes, también nos ofrecen oportunidades para mejorar la toma de decisiones y la seguridad digital.
La solución más sencilla es delegar la generación de aleatoriedad en sistemas diseñados para ello. Esto significa:
- Utilizar herramientas criptográficas para generar contraseñas y claves de seguridad.
- Aplicar generadores aleatorios en investigaciones y juegos de estrategia, en lugar de confiar en elecciones humanas.
- Entrenar el pensamiento crítico para reconocer nuestros propios sesgos y mejorar nuestra toma de decisiones.
Como señala Benwell, aunque pueda ser inquietante que nuestras elecciones azarosas sean predecibles, esto también nos ayuda a entender mejor cómo funciona nuestra mente y cómo podemos optimizar nuestros procesos de decisión.
La mayor vulnerabilidad está en nuestro cerebro
Este estudio confirma que la aleatoriedad humana es una ilusión. Aunque intentemos ser impredecibles, nuestros patrones siguen reglas que pueden ser anticipadas.
En un mundo donde la ciberseguridad y el análisis de datos dependen de nuestra capacidad de ser verdaderamente aleatorios, este hallazgo nos recuerda que la mayor vulnerabilidad no está en la tecnología, sino en nuestra propia mente.
En última instancia, la mejor defensa contra nuestra previsibilidad es aceptar que no somos tan impredecibles como creemos y utilizar herramientas diseñadas para garantizar la verdadera aleatoriedad. Porque, después de todo, si nuestros intentos de ser aleatorios siguen un patrón… ¿realmente estamos eligiendo al azar?