Está, claro, el famoso mapa de América del Sur invertido, de 1943. También varias de sus pinturas constructivas, tan reconocibles por la composición y los símbolos, que incluyen varias del propio acervo y dos prestadas por el Malba. Pero eso es apenas una parte de la la muestra Joaquín Torres García. Ensayo y convicción, que se inaugura hoy en el Museo Nacional de Bellas Artes y que permite descubrir las múltiples facetas del maestro uruguayo a 150 años de su nacimiento.

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Hay una clara impronta de Henri de Toulouse-Lautrec en su ilustración del primer número de La Vida Literaria, publicada en Madrid en 1899. También es difícil identificarlo como el autor de La dama de negro, retrato realizado en 1906 con carboncillo sobre papel, que muestra el perfil de una misteriosa mujer con tapado parecida a Maléfica. Justo al lado se exhiben otras dos obras muy distintas: una témpera de 1912 aportada por el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, que muestra una representación clásica de otra mujer semidesnuda, y una versión semicubista de Adán y Eva, de 1928.

Tapa ilustrada por Joaquín Torres García para el N°1 de

Sus ilustraciones para varios libros o los bocetos para murales evocan imágenes más antiguas, mientras que la recreación de un teatro en un óleo de 1928 podría compararse con los escenarios más contemporáneos de Guillermo Kuitca. Y la Gente graciosa de 1922, unos personajes tridimensionales realizados en madera, evoca los característicos hombrecitos de Antonio Seguí. Por esos años lanzaba su emprendimiento Aladin de “juguetes transformables”, con piezas que al unirse formaban camiones o animales. Ya hacia el final de su vida, en 1947, pinto Velas, un paisaje montevideano más cercano al impresionismo.

“Él no pierde nunca esa capacidad de experimentación”, dice a LA NACION María Cristina Rossi, curadora de esta muestra que reúne además grabados, producción teórica y libros caligráficos de Torres García, que conformaron el enorme legado acumulado durante sus residencias en Barcelona, París, Nueva York y Montevideo.

Además de incluir nueve pinturas del patrimonio del Bellas Artes, se presenta un documental que rescata los célebres murales pintados por el artista en el Pabellón Martirené del Hospital Saint Bois de Montevideo, piezas centrales en su producción, que se exhibieron en este mismo museo durante la retrospectiva realizada en 1974 para celebrar el centenario de su nacimiento. Cuatro años más tarde se perderían en el incendio del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.

Esta exposición completa así un año de muestras-homenaje que incluyó otras en su tierra natal: en el Museo Torres García y el Museo Nacional de Artes Visuales, ambos en Montevideo, y el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA), de Manantiales. Según Andrés Duprat, director del MNBA, este homenaje argentino “testimonia el proyecto de un arte fundado, simultáneamente, sobre lo latinoamericano y lo universal, ideario que puso en práctica a través de múltiples caminos”.

Además de rescatarlo como “uno de los pilares del arte moderno latinoamericano” por su “arte hecho de pura geometría, ritmo y estructura, que incluía el símbolo como síntesis de la idea y la forma; un arte fundado en el estudio de la metafísica indoamericana que proponía recuperar la ritualidad de las culturas arcaicas”, Rossi procuró destacar “la dimensión humana de quien, en cada encrucijada, logró la templanza y la resiliencia necesarias para enfrentar los desafíos sin temor al cambio”. Según ella, esta muestra “celebra al artista que, con el gesto vanguardista de invertir el mapa, simbolizó un reposicionamiento de toda Latinoamérica que abrió el cauce para proyectar nuestras propias utopías”.

Para agendar:

Joaquín Torres García. Ensayo y convicción, desde hoy a las 19 hasta el 16 de marzo en el Museo Nacional de Bellas Artes (Av. del Libertador 1473). El sábado 30 de noviembre a las 16 habrá un coloquio internacional sobre su legado, y el 11 de diciembre a las 18 se presentará el libro El Taller Torres García en la encrucijada del arte moderno.