Con un gin and tonic sobre el apoyabrazos derecho de su butaca en la oscuridad del Movistar Arena, Daniel Grinbank mira fijo al escenario mientras Fito Páez canta “Viejo mundo” y dice con convicción: “Es increíble la vigencia de este tema”. La canción, que el músico incluyó en su disco debut, Del 63, tiene ya 40 años, pero algo -o todo- en su letra le suena esta noche, en el último show en Buenos Aires de la gira 4030 del rosarino, a historia viva.

Unos días antes, en un sillón de su apacible oficina de Belgrano R, donde transcurrió gran parte de esta entrevista, el hombre que puso a la Argentina en el mapa de los tours internacionales de los más grandes artistas de la música de nuestro tiempo no duda en arrancar la charla hablando de la batalla cultural -“esta gran batalla que estamos librando”- y contando por qué se bajó de la red social X (Twitter) y se mudó a la más amable Bluesky, “por ahora libre de ejércitos de trolls”, como una forma de habilitar alternativas a formas y discursos hegemónicos que le preocupan. “Hay fenómenos que uno no puede negar, pese a que no le gusten. Es un signo de los tiempos. Que la pelea de noviembre entre Mike Tyson, con casi 60 años, versus este Youtuber [Jake Paul] haya sido el espectáculo de boxeo más visto en la historia [llegó a los 108 millones de espectadores en vivo en el mundo, según Netflix] es un signo de los tiempos, pero en el plano deportivo es horroroso, es frustrante. A mí, el comportamiento de las redes de streaming musical no me gusta nada, pero no puedo obviarlas. Sin embargo, si puedo hacer algo para descomprimir un poco el liderazgo de Spotify y compartirlo con Amazon y Apple, ese es mi granito de arena. Yo creo en la suma de granitos de arena. Aunque sean todos siniestros, creo que la diversidad de siniestros es mejor que el monopolio del siniestro”, se ríe.

Cada mañana, Daniel Grinbank empieza su día temprano, con el ejercicio de dos horas de lectura -que se convierten en cuatro los fines de semana- de cerca de 40 medios nacionales e internacionales a los que está suscripto. Seis o siete de ellos pertenecen a la industria en la que se mueve, maniobrando con audacia entre el olfato y la adrenalina desde fines de los años 70 – “New Musical Express, Variety, Billboard…”, cita-. El resto es una lista impactante que menciona por país, en un pormenorizado barrido del atlas – “Estados Unidos: Los Angeles Times, Chicago Tribune, Washington Post, New York Times, The Atlantic, The New Yorker. Inglaterra: Telegraph y The Guardian. España: La Vanguardia y El País…”-, que también incluye toda la prensa económica y el seguimiento de la guerra en Medio Oriente desde un diario israelí. “Hago un paquete que me permite tomar mi propia opinión. Es un tiempo de lectura que disfruto”, cuenta. “Es más, para tener más tiempo para eso, estoy haciendo cambios estructurales en mi empresa [el proyecto DG2030, más sobre eso en las próximas líneas], pensando en el futuro de la producción. Si estás ocupado en el día a día, no podés planear para adelante. Y el mundo que hoy tenemos necesita de nuevas miradas, nuevas perspectivas”.

Para conversar con Grinbank es recomendable olvidarse del factor tiempo. Hacer a un lado relojes, agendas y otros planes, porque el diálogo tiene su propio ritmo, un zigzag entre el presente y el futuro, que tampoco puede obviar el ayer, aunque el productor reconozca que no disfruta particularmente de volver al pasado. “Yo sé que estamos acá por lo que hice, y me siento orgulloso de mi obra. Es más, sé que es lo que garpa en una entrevista. Pero mi permanente manera de concebir lo que voy a hacer es no quedarme dormido en los laureles, con nostalgia. Salvando las enormes distancias, es como cuando a un artista le revienta hacer su hit 150 veces. Me acuerdo de haber tenido largas charlas con Luis Alberto Spinetta, por ejemplo, sobre cómo le rompía las pelotas que el público le pidiera “Muchacha ojos de papel” después de haber hecho toda una obra monumental. Era comprensible, y sin embargo, las reglas del negocio eran así: la gente quería escuchar ese tema. Lo entiendo. Arranquemos”, dice, 33 minutos después de que el grabador hubiera empezado su marcha.

A fines de los 70, cuando terminó el secundario, Daniel Grinbank aterrizó con 18 años en los Estados Unidos, en un viaje regalado por sus padres y que en su biografía, Te amo, te odio, dame más [2022, Editorial Planeta], define como “el comienzo de una aventura”. Después de unos días en Manhattan llegó finalmente a la ciudad que era el destino principal de la travesía, Los Ángeles, donde vivían algunos parientes paternos, como la tía abuela Lili y el tío Herb Cohen. Herb era manager de Frank Zappa, Alice Cooper, Bette Midler, Tom Waits y Linda Rondstadt, entre otros, y dirigía un sello discográfico. Para el chico que vivía en Villa Devoto y era tan fan del rock que, para no despertar a sus hermanos, con los que compartía la habitación, se encerraba en el auto a escuchar en la radio Música con Thompson & Williams y Modart en la noche, el desembarco en California fue, prácticamente, una llegada al paraíso. “Tuve la suerte de que mi tío era un jugador de esta industria. Si hubiera sido un banquero, me habría aburrido enormemente. Pero pasé esos días con él, viendo cómo ensayaba Zappa, o metido en el backstage de lugares donde Santana tocaba para 400 personas…”. El feliz periplo terminó un mes después, cuando el adolescente Grinbank -que en otras “aventuras” vernáculas anteriores se había metido en el Casino de Miramar a los 14 años con una barba pintada, jugaba en mesas de póker con amigos y frecuentaba precozmente el hipódromo– sacó un pasaje en micro hasta Las Vegas, llegó a la Ciudad del Pecado y en dos horas se jugó todo el dinero que tenía encima, incluido el del hospedaje.

-En tu libro decís que sos “un timbero”.

-Y es verdad. Era un timbero y sigue habiendo un poco de timba en todo esto. En tiempos en los que no había seguros de cancelación, y tampoco tanta venta anticipada de entradas para los shows, una lluvia era una timba de 50 mil dólares. Por lo cual, el casino ya me parecía un juego ridículo (risas). Esa cuestión de jugador cobró otra dimensión cuando empecé a producir espectáculos. Yo no sé cuánto le divierte una montaña rusa a alguien que es alpinista… Cuando entré en todo esto, eso que antes me gustaba tanto, que era ir al casino, a los burros y demás, se fue diluyendo. Tenía otra timba más seductora.

-Pero qué fue más decisivo en el comienzo de tu actividad, ¿la adrenalina o la música?

-Es que en esos tiempos yo ya era disc jockey; a los 16 años pasaba música en fiestas. Y sí hubo mucho de timba en mi comienzo en el espectáculo, de adrenalina, pero sumado a un profundo gusto por la música. Quizás la lógica hubiera sido tratar de tocar un instrumento, pero me sentí tan fascinado por los vinilos, por el arte de saber combinar la música y tener otra mirada, que lo abordé por ese lado.

-¿Cuál fue tu primera sensación, tu primer recuerdo de sentir amor por la música?

-En mi casa se consumía mucha música. Mi viejo escuchaba clásica y mucho tango; iba muy seguido al Colón. Y a mí siempre me facilitaron el acceso, dentro del ámbito de una familia de clase media. Yo laburaba de cadete en la cartonería que tenía mi viejo y la guita la invertía en vinilos. Vivía en Devoto y los sábados a mañana me iba a una disquería en Villa del Parque, que era muy familiar. Ahí escuchaba y picaba todas las novedades. Cuando cumplí 15 años, mis viejos [Lala y Eugenio] me regalaron la colección completa de los Beatles. Algunos vinilos ya los tenía, pero estaban tan gastados, que me regalaron toda la colección nueva. De hecho, mi viejo, que fue la persona que más influyó en mi vida, cuando en 2012 supo que tenía cáncer y que su plazo de vida era breve, dejó expresado qué quería para su velatorio y pidió que escucháramos todos juntos “Gracias a la vida”, por Mercedes Sosa. Esto pinta una manera de conectarte y de decir qué significa la música en tu vida. Eso tuve yo desde chico.

-Y, sin embargo, al volver de ese viaje por Los Ángeles te anotaste en Sociología. ¿Cómo fue?

-Fue por vocación. Pero, claro, enseguida me empezó a ir bien con la música. Y tuve la suerte que, de entrada, estando en la facultad, irrumpió mi etapa como manager de Sui Generis. Yo tenía claro que no iba a trabajar como sociólogo, pero me gustaba la metodología de lectura que me daba, la información que abordaba… Hasta que un día pensé: ‘Si yo no voy a trabajar de sociólogo y todos estos libros los puedo leer igual, ¿qué hago acá?’. Y abandoné. Fue mentira, porque no leí todos esos libros (risas), pero me fue muy bien con la música.

-Y en la facultad, ¿te iba muy bien?

-No. Me iba bien, pero ya empezaba a tener mucha noche, mucho rock and roll desde todo punto de vista. Vivía intensamente. Eso hacía que las lecturas fueran menos concentradas… (ríe).

Grinbank estudió tres años en la Universidad de Belgrano. Después, cuando el rock le dejó en claro que no podía mantener la cursada regular, pasó a la universidad pública, donde rindió una materia por año “solo para mantener la prórroga para la colimba”, que no pensaba hacer. En la UB aprobó 24 materias de la carrera, en la UBA -donde únicamente le reconocieron dos-, terminó con cuatro aprobadas. El Servicio Militar Obligatorio no lo hizo. Le pagó a un conocido 10 mil dólares y le sellaron la libreta.

Woodstock eterno

A comienzos de los 80, Grinbank montó la primera oficina importante de su empresa de management -donde también funcionaban su discográfica, DG Discos, y su productora- en la esquina de Santa Fe y Rodríguez Peña, que siguió hasta 1984. El lugar era un desfile incesante de la plana mayor del rock nacional: Virus, Celeste Carballo, La Torre, GIT, Suéter -que por entonces, burlándose de aquel rumor de que los Kiss pisaban pollitos en el escenario bautizaron a su segundo álbum Lluvia de gallinas-, Los Twist, Los Abuelos de la Nada, Charly García.

Un año después se mudó a Leandro N. Alem y Córdoba. En ese lugar, mientras desde su despacho miraba hipnotizado el tráfico de los barcos que llegaban y salían del puerto de Buenos Aires, gestó un hito de la FM argentina, Rock & Pop, la primera radio de rock que logró ser líder de audiencia, y también su desprendimiento en papel, la revista del mismo nombre. La adrenalina, como siempre, se había mudado con él. “Rock & Pop era Woodstock todos los días”, recuerda. “Particularmente la discoteca de la radio era sexo, droga y rock and roll todo el tiempo. El edificio donde funcionaba [en Avenida Belgrano 270] pertenecía a quien nos alquilaba la frecuencia, que era Radio Buenos Aires. Un día, a raíz del caos que había, porque la gente hasta dormía ahí, me llaman y me dicen: ‘Esto no puede estar más acá’. ‘¿Pero cómo no va a estar la discoteca dentro de la radio?’, les pregunté. Obviamente, no había computadoras ni nada digitalizado; todo era con vinilos, ni siquiera había CD. Pero nos echaron y trasladamos la discoteca de Rock & Pop a mis oficinas de Leandro N. Alem. Entonces, hora por hora, los musicalizadores tenían que cargarse la pila de vinilos, ir hasta la radio en la Avenida Belgrano y volver. Era un quilombo. En Leandro N. Alem teníamos vinilos por todo el edificio, pero en la radio no teníamos reserva discográfica alguna. Y así funcionamos”.

-Abriste la puerta de los excesos. Hablás mucho de ese tema en tu biografía, inclusive de los tuyos, como la cocaína en una época de tu vida. ¿Cómo saliste de eso?

-(Piensa) Hubo un determinante. Yo quería ser padre. Y en julio de 1985, la llegada de mi primer hijo, Federico [luego vendría Ani, hoy de 14 años], marcó un antes y un después. Cuando él nació, finalmente tenía a ese hijo tan deseado pero sentía que me faltaba conexión con él. Y que había un ritmo que retroalimentaba eso, que era ser manager, porque demanda mucha relación personal con los talentos. En esa época tenía menos en claro cómo armarlo, a diferencia de ahora. Yo sabía que si seguía de gira con los artistas, me iba a ser muy difícil cortar con la merca. Entonces tomé dos medidas: la primera, dejar de ser manager. Y la segunda, dejar de consumir. Yo no era un consumidor social; consumía mañana, tarde y noche. De hecho, en esa oficina de Santa Fe y Rodríguez Peña, si yo agarraba un bolígrafo y me lo llevaba a la boca, no había manera de que no me anestesiara, porque alguien lo había usado para jalar. La llegada de mi hijo fue fundamental para dejarla. Me costó bastante las primeras semanas. Luego tuve algún coqueteo, pero las dos o tres veces que tomé después, no me pegó bien… También, cuando dejás, entrás a notar otras cosas, como qué bueno que es respirar, qué bien que dormís, cómo conectás con todo. Fue así… Y pasados los primeros meses, no me tenté más. Empecé a disfrutar de tener una mirada crítica hacia mí, de poder evaluar los errores que había cometido.

Postales del pasado: con Charly García y Mercedes Sosa -en su regreso al país-, a comienzos de los años 80; con Gustavo Cerati -el productor siempre lamentó no haber firmado a Soda Stereo cuando los vio por primera vez-; con Tuqui, Lalo Mir y Mario Pergolini, en la Rock & Pop, y de gira con Serú Girán

-¿Como cuáles?

-A mí, por ejemplo, en los 80 me dolió mucho vender mi catálogo por el costo de la deuda que tenía. Parte de esa cuestión fue por decisiones un poco extravagantes, como ir a grabar discos afuera. En algunos casos tenía mucho sentido, como Clics modernos, de Charly [García], pero llevar a Los Twist a grabar a Ibiza era ridículo. Es como ese tema de Zappa, “Cocaine Decisions” (“The cocaine decision that you make today will mean millions somewhere else”, dice la letra. “La decisión de cocaína que tomás hoy representará millones en algún otro lugar”). Cuando tomás perspectiva de cuánto hay de cocaine decision en las pelotudeces que hacés, fortalecés racionalmente lo bueno que es dejarla. En esa época no hacía terapia. Tampoco me volqué a ninguna religión. Fue un trabajo personal. Además, ya empezaba a ver a algunos heridos de la droga, y no me gustaba. La cocaína se llevó puesta, mentalmente hablando, a mucha gente a quien yo quería mucho. No quiero bajar línea en absoluto. Yo estoy a favor de la despenalización como instrumento social, con los reparos que algunas cuestiones puedan tener al respecto. Hablo de lo que me ocurrió a mí.

-Fuiste manager de Charly García, y alguna vez dijiste: “Es muy difícil ser Charly”. ¿Seguís pensando lo mismo?

-Totalmente. Nosotros somos una sociedad muy conservadora. Quizás comparados con el resto de América Latina parecemos bastante de avanzada, pero somos retrógrados. Y Charly siempre fue una mente libre, que estuvo en la primera línea de la confrontación cultural. No solo frente a una sociedad pacata, sino como artista y creador. Cuando él hizo Serú Girán, fue criticado porque la gente esperaba otra cosa; cuando hizo La Máquina de Hacer Pájaros pasó lo mismo, y cuando hizo Clics modernos, también; todas obras que después fueron ponderadas con el tiempo. Siempre estuvo muy expuesto, recibió muchos destratos sociales. Además, en su período de mayor esplendor creativo no existían las redes ni el mundo digital, que hoy rompe fronteras. Charly quedó como un héroe vernáculo, a quien solo una elite conocía en España, en México, cuando tiene el talento de Elton John o Billy Joel. Eso le generó, inevitablemente, una frustración de vivir en el sur. Él lo padeció. Si hubiera nacido en el norte, hubiese tenido otros cuidados. Acá somos una trituradora.

“Yo no era un consumidor social; consumía mañana, tarde y noche. De hecho, en esa oficina de Santa Fe y Rodríguez Peña, si yo agarraba un bolígrafo y me lo llevaba a la boca, no había manera de que no me anestesiara, porque alguien lo había usado para jalar. La llegada de mi hijo fue fundamental para dejarla”

-Vamos a dos shows difíciles de tu carrera como productor: The Cure en Ferro, en 1987, y Guns N’ Roses en River, en 1992. ¿Cómo maduró el público argentino desde entonces?

-Creo que hoy hay una apertura mental más grande en todo sentido. Desde el movimiento LGBTQ+ y lo que aportó el feminismo, hoy hay un mayor respeto a lo diferente, a nivel mundial. Y en los consumos culturales, el público se volvió más ecléctico, por eso puede existir el Lollapalooza, donde conviven distintos estilos. Yo recuerdo que a los Virus los reventaron a piedrazos en un festival en Ezeiza. Afortunadamente, las nuevas generaciones son más abiertas. Lo que pasó con The Cure fue que la gente sentía el poder que le había dado la recuperación de la democracia, y cosas lógicas como un alambrado, que separaban el campo de la tribuna, eran malentendidas y no existían más. Son cuestiones extremas que pasan con los cambios, pero sacar ese alambrado hizo que toda la gente que estaba en la popular accediera al campo. Y una vez que se genera un caos, es muy difícil detenerlo. Con Guns N’ Roses pasó algo diferente. Hubo una confrontación de una sociedad pacata con un grupo de rock and roll por excelencia, sumado a la gran desinformación y a algunos medios que la propiciaban. En ese momento, fue muy fácil hacerle creer a un sector de la sociedad que Axel Rose había dicho que las botas que usara acá no se las iba a poner nunca más y que en todos los shows iba a quemar banderas argentinas. Todo fue fruto de la desinformación. Eso hoy tampoco ocurriría.

-¿Cómo sobreviviste vos a toda esa etapa?

-Cuando miro para atrás, creo que fue mucho. Viví muchas vidas, y pienso seguir viviendo otras. Pero en el momento me iba surgiendo, fue una dinámica. Tenía un buen equipo y sabía, en última instancia, que el rock siempre fue una lucha cultural importante, y yo me siento un gestor cultural.

Tiempos de gloria: en enero de 1988, para el show de Tina Turner en el país; con Paul McCartney, la primera vez del beatle en suelo argentino; en 1987 con The Cure, antes de un show en Ferro que pasó a la historia, y en 1995 con Mick Jagger en la quinta presidencial, durante la primera visita de los Rolling Stones al país

-¿Te arrepentiste de haber vendido Rock & Pop en los 90?

-No. Era un ciclo que se estaba agotando. Para mí es muy importante sentir si me sigue divirtiendo o no eso a lo que estoy jugando. Yo no trabajo en una corporación, no porque no haya tenido propuestas, sino porque es una decisión, aún sabiendo que en algunas cuestiones, a partir de la irrupción del concepto de worldwide promoters, como Live Nation, por ejemplo, que compra 150 shows del mismo artista, ya no puedo competir más, soy una pyme. Me siento orgullosísimo de haber sido gestor de Rock & Pop, pero se agotó. Mucha gente me dice: ‘Qué bueno si volviera’. Y no; Rock & Pop fue emergente de un tiempo, de un momento cultural, sociopolítico… Si yo hoy me planteara hacer una radio, no sería para nada como esa Rock & Pop, con lo cual chocaría con los nostálgicos que la añoran.

-Pero la nostalgia hoy es un buen negocio en el espectáculo, con tantos regresos.

– Sí, y responde aque mucha gente no se siente identificada con la música actual, por lo que es necesario recuperar la anterior. También creo que este resurgimiento nos lleva a compartir: puedo demostrarle a mi hijo que también hubo algo más, y eso es muy bueno. Ver a tres generaciones en el show de Paul McCartney en River me parece fantástico. Es decir a la nueva generación: basta, esto existía antes. McCartney existió y existe. Si hay una vuelta fuerte de la nostalgia es porque se generó mucha y muy buena música entre los 70 y los 90. Y es una rebelión a los algoritmos. El gran desafío que tenemos los que trabajamos en esto es, sin ignorar cómo son las cosas hoy, porque hacerlo sería estrellarse, ver cuánto nos podemos correr del algoritmo, porque tiende a idiotizar a la gente. La forma de divulgar los consumos culturales nunca estuvo tan acotada, y esa es una consecuencia negativa del mundo digital. Es más: si buscamos Paul McCartney en Spotify, es un artista irrelevante en cuanto a las métricas. El que lo escucha, se salió del algoritmo.

Un nuevo mundo

Hay una frase que aparece con recurrencia, como un mantra, en el hilo de la conversación con Grinbank: “Yo no puedo ser el límite de mis propios proyectos”. Con mirada crítica, sabe que las nuevas tecnologías, lo inmersivo y el metaverso son hoy, gusten o no, componentes presentes, prácticamente ineludibles, en la industria del entretenimiento -aunque él abra el juego a todas las áreas, entre ellas la educación, y diga, por ejemplo, que es “horroroso” el énfasis que se sigue poniendo en enseñar cosas como la raíz cuadrada en las aulas y no haya en la matriz educativa contenidos que preparen a las nuevas generaciones para los desafíos que se vienen-. “Yo busco que quienes me rodean eleven la vara”, dice, en relación con la gente joven que hoy trabaja en su equipo. “En un mundo cambiante, en el cual yo también envejezco, necesito renovación, porque yo puedo acceder a determinadas cuestiones pero jamás voy a consumir TikTok. Necesito quien me dé ese plus”.

-Ya estás pensando en 2030.

-Sí, creé un grupo dentro de la empresa, DG2030, que tiene como tarea olvidarse de lo que somos hoy y pensar en un negocio que funciona en un mundo en el que la inteligencia artificial invadió todos los rubros. Eso tiene que ver con las ganas que tengo por ahora. Si en algún momento no me divierte, desconectaré 2030 y listo, porque también disfruto de estar solo en una isla leyendo, buceando y aislado del mundo. No soy un esclavo del trabajo, pero cuando estoy, me gusta poder jugar en determinados circuitos.

-Te interesa mucho la política. ¿Por qué nunca fuiste por ahí?

-Yo siempre prioricé mi libertad. Por eso, pese a ser una persona política, nunca me dediqué a eso. El fútbol es otra de mis pasiones. Mi club, que es Independiente, está en una debacle. Pero si yo tengo el voto del socio y asumo un cargo, tengo una responsabilidad y pierdo esa independencia. Cuánto quiero ceder de mi libertad es mi decisión personal; cuánto juego sin meterme a pleno. Lo digo con cierto dolor, porque hoy siento una crisis de representatividad total. No veo en la política argentina a nadie que me represente.

-No estás solo en eso.

-Claro, somos muchísimos. El tema es: ¿tenés ganas de dar un paso más adelante? Meterme en el fútbol fue un aprendizaje. Vos entrás cuando querés, pero la salida no ocurre cuando vos querés. Yo creo que muchísima gente ingresa en la política con ideales, no con la idea de chorear, pero después la dinámica va transformando eso. Hay un ecosistema. Por ejemplo, yo tengo un respeto grandísimo por Chacho Álvarez, a quien voté. No lo conozco personalmente, pero es un tipo que me agrada. Y creo que él huyó espantado de lo que veía. Se bajó y no se lo perdonó nadie.

Apuesta a futuro: Daniel Grinbank creó en su empresa el proyecto DG2030 para pensar el negocio

-¿Y hubo alguna época en la que te sentiste claramente representado desde la política?

-Sí, con Raúl Alfonsín. Más allá del fracaso de alguna política económica y de no haber interpretado bien algunas cuestiones, fue el único presidente de toda la democracia que me representó. Alfonsín representaba valores. La prueba más cabal es que terminaba sus actos con el Preámbulo de la Constitución. Hoy tenemos una decadencia conceptual y discursiva total: “El que no es como yo es un ensobrado…”. Hay un trecho gigante. Pero, claro, si vos hoy decís: “Con la democracia se educa, se cura…”, se te ríen en la cara y tienen razón, porque todo se vació de contenidos; la democracia se volvió declarativa pero no real. Acá va mi bronca contra el kirchnerismo, porque me robó las banderas. Yo creo en la justicia social. No hubo ninguna justicia social en un gobierno que termina sus 12 años “maravillosos” con el 28% de pobreza, en un país con la riqueza del nuestro. Yo creo en los derechos humanos y se bastardearon. Las políticas de medio ambiente fueron un fracaso terrible; la deforestación del norte es una cuestión clarísima. Al chico que se crió en La Matanza, los políticos le dijeron durante 40 años que iban a sanear el Riachuelo, y el Riachuelo sigue siendo la misma mierda. Entonces: de qué cuidados podemos hablar, si fracasaron en todo. Hablás de políticas de género y el intendente es [Fernando] Espinoza, que fue denunciado por abuso sexual, y vemos el desastre de lo que hizo Alberto Fernández… Entonces, fueron devaluando todos los axiomas en los que yo creí, por eso mi bronca es tan grande.

-¿Vos votaste al kirchnerismo?

-Yo no voté ni a Néstor ni a Cristina Kirchner. Sí voté a Alberto Fernández, más contra Macri que por él. Sentí que podía haber una transformación dentro de una mirada progresista. A las tres semanas me di cuenta de que me había equivocado. Palpé que no había manera de construir un modelo cuando había tantos intereses en pugna para llevar a cabo un proyecto. Rápidamente visualicé que se iba todo al carajo. Con Macri no sé qué hubiera pasado. Conozco a muchísima gente de Juntos por el Cambio que merece el mayor de los respetos, y políticamente hoy hasta pienso que era un progresista (ríe), pero en lo personal tengo muy serios reparos hacia él.

“Alfonsín terminaba sus actos con el Preámbulo de la Constitución. Hoy tenemos una decadencia conceptual y discursiva total: ‘El que no es como yo es un ensobrado…’. Hay un trecho gigante. Pero, claro, si vos hoy decís: ‘Con la democracia se educa, se cura…’, se te ríen en la cara y tienen razón, porque todo se vació de contenidos; la democracia se volvió declarativa pero no real”

-El espectáculo en general es muy crítico con el gobierno actual. ¿Hay algo de este primer año de gestión de Javier Milei que puedas valorar como positivo?

-Sí. (Piensa…) Creo que era necesario dinamitar todo. Pero a esa transformación le faltó crear el Ministerio del Mientras Tanto. Haber dicho: “OK, vamos a dinamitar todo, pero venimos de un 45 por ciento de pobreza, los jubilados están mal desde siempre, la salud y la educación públicas no las podemos relegar, cuidemos a los chicos, cuidemos la ciencia, con el Conicet a la cabeza…”. No estoy de acuerdo con el modelo de no existencia del estado, pero tampoco con ese estado anterior. Era muy difícil reconstruir con matices, hacía falta la osadía; se olvidaron del mientras tanto. Veo como efectos positivos la desaceleración de la inflación y la baja del índice de pobreza, pese al ajuste. Y también hechos muy negativos, como una creciente voluntad totalitaria, los ataques a la prensa independiente, el blindaje de ciertos hechos obscenos de corrupción…

-Antes mencionaste las religiones. ¿Creés en Dios?

-No. Siempre fui ateo y agnóstico. Sí creo en cuestiones superiores al hombre, pero para mí eso se llama la naturaleza. Creo en el alma, en los espíritus como frutos de una herencia, de un ADN, de una cultura. En todo eso creo. Esa cuestión del Dios omnipresente y todas las adjudicaciones que se le hacen, no van. Tampoco me preocupa mucho si en el avión me toca el asiento 13. En síntesis, no creo en Dios, pero tampoco en el diablo (risas).

-Y en la suerte, ¿creés?

-En la suerte efímera, sí. En la suerte a largo plazo, no.

-¿Vos la tuviste, esa suerte efímera?

-Sí, le pongo a la historia una dosis de suerte efímera y también de conocimiento, de liderazgo, de equipos.

-En tu libro arrancás contando la anécdota de Las Vegas y decís: “las cosas no salieron como pensaba”. ¿Cuántas veces las cosas no salieron como pensabas, de ahí en adelante?

-Para bien y para mal, siempre.

Es tiempo de inicios y el productor mira 2025 con mejores ojos. A los 70, se entusiasma con una nueva exhibición interactiva que estrena en la Rural esta semana (New Sensations by Blow Up), con los músicos nacionales con los que seguirá trabajando como manager y con la producción de más shows internacionales, apoyado en la actual situación económica que -“salvando las distancias”, aclara- con un dólar barato, tendrá ecos de los 90, el momento de mayor tráfico de recitales en el país. “Es una etapa muy transformadora y va a requerir de nuevos desafíos”, dice. “En algún momento, en los años 60, se hablaba del Hombre Nuevo. Hoy ese Hombre Nuevo es otra vez necesario, pero con otros parámetros”.

Esa noche de diciembre en el Movistar Arena, mientras Daniel Grinbank se fascinaba en la anónima oscuridad con la vigencia de una canción compuesta en 1984, Fito Páez desde el escenario cantaba “Cómo serás, cómo seré, cuántos seguiremos. Los que sobrevivieron, marcaron huellas”.

Agradecemos a Presidente Bar (Av. Pte. Manuel Quintana 188, Recoleta). IG: @presidentebar