En la Argentina, el estilo de juego contrasta con las principales ligas europeas y el Brasileirão. Predomina un fútbol directo, agresivo y de alta presión, pero con menos pases efectivos y con problemas de definición. Aquí, analizamos los datos de las últimas temporadas para entender cómo se juega realmente en el país.
El fútbol argentino lleva años bajo la lupa. Se discute la cantidad de equipos, el arbitraje, el formato de competencia y el nivel general de juego. Sin embargo, estas discusiones suelen ser más conceptuales —y a veces irónicas— que técnicas o productivas. Rara vez se analiza lo que realmente importa: el juego en sí. Al revisar los datos en profundidad, podemos diagnosticar con precisión los modos de juego que presenciamos cada fin de semana y comprender qué ocurre más allá de las críticas estructurales. Analizar los modos de juego no solo nos ayuda a identificar puntos clave para mejorar el espectáculo, sino también a descubrir particularidades interesantes que solemos pasar por alto, eclipsadas por el bombardeo de highlights de otras ligas, que, curiosamente, también enfrentan debates locales similares.
En las últimas dos décadas, el fútbol global ha experimentado cambios significativos. Tanto en los Mundiales como en las principales ligas, se observa una tendencia clara: menos faltas, menos remates y más pases. Las razones detrás de este fenómeno son fáciles de identificar: mejores campos de juego, una evolución en la técnica de los futbolistas, el éxito de entrenadores que priorizan la posesión del balón y el impacto de métricas como los goles esperados (xG), que miden la probabilidad de gol de un remate según sus características. Este enfoque, particularmente importante en la Premier League, ha reducido los disparos desde fuera del área y priorizado situaciones de mayor efectividad. En este contexto, no sorprende que un jugador como Rodri haya ganado el Balón de Oro, ni que en Inglaterra empiecen a cuestionarse los efectos negativos de las basculaciones interminables sobre el espectáculo.
En Argentina, sin embargo, este movimiento hacia un fútbol con mayor circulación de pelota no ocurrió. Mientras que en las Top 5 Ligas europeas el promedio de pases completos por partido pasó de 660 en la temporada 2012/13 a 751 en la 2023/24 —casi 100 más en una década—, en la Primera División Argentina el número se mantuvo prácticamente estático: de 557.3 en 2013 a 558.2 en la última temporada. Solo durante los torneos atravesados por la pandemia se llegó a promediar unos 600 pases efectivos por partido. Por otro lado, la cantidad de remates tampoco ha cambiado significativamente: manteniéndose en torno a los 24, mientras que en Europa pasó progresivamente de 26 a 23 en el mismo período, aunque en la última temporada se registró una corrección en esa tendencia (25.8).
Este movimiento explica parte de las diferencias actuales de nuestra liga. En la LPF, las posesiones —cadenas de pases consecutivos hasta que el rival recupera el balón— son más cortas, hay menos pases y menor precisión en el juego asociado. Se observa una mayor tendencia hacia el juego directo: los equipos avanzan más metros por segundo cuando tienen la pelota, lo que implica lanzamientos más largos y, por ende, más difíciles de completar. Aunque acá no enfrentamos el problema de las “basculaciones” interminables que preocupan a los ingleses, tenemos otros desafíos. El fútbol argentino registra menos remates por partido, menos precisos (solo el 32% va al arco, frente al 35% en Europa) y, a diferencia de lo que algunos relatores suelen quejarse, los disparos se intentan desde más lejos: en promedio, casi dos metros más que en las principales ligas europeas, lo que se traduce en menos goles esperados (xG).
Esta diferencia en la construcción del juego queda reflejada en los estilos de los protagonistas de cada liga. En la temporada pasada, casi la mitad de los equipos de la LPF promediaron menos de 4.5 pases por posesión, destacándose el caso extremo de Deportivo Riestra, con un promedio de apenas 2.5 pases por posesión. En comparación, no hay equipos de la Premier League en ese rango, y en Brasil solo uno (Bahía) registra cifras similares. Por otro lado, River, el equipo argentino con las cadenas de pases más largas (6.5 por posesión), apenas supera el promedio del Brasileirão y se encuentra al nivel de equipos como Wolverhampton, Leicester o Burnley en Inglaterra. Esto está muy lejos de los 9.3 pases por posesión que promedia el City de Guardiola.
Pero los datos sin contexto son apenas pretextos. Es necesario enmarcar el estilo más directo del fútbol local en indicadores que expliquen su dinámica, como los relacionados con la presión. Uno de los más utilizados es el PPDA, que mide el promedio de pases permitidos al rival en su salida por cada acción defensiva propia. Cuanto menor sea el número, mayor es la presión ejercida. En la Liga Profesional, el PPDA es de 10.2, mientras que en las Top 5 ligas europeas llega a 12.8.
Otro dato relevante son las recuperaciones rápidas, que miden cuántas veces un equipo recupera el balón en menos de seis segundos tras perderlo. En la LPF, este promedio es de 43.5, considerablemente superior al de Brasil (30.9) y al de las ligas europeas (32.9). Estos datos refuerzan la idea de que el fútbol argentino, aunque menos elaborado, se caracteriza por un estilo agresivo y enfocado en recuperar la posesión rápidamente.
Nicolás Burdisso, quien jugó cinco años en Boca, luego más de una década en Europa, y más tarde asumió roles como Director Deportivo, primero en el Xeneize y luego en la Fiorentina de Italia, es una voz autorizada para interpretar estos datos. Experto en observar fútbol y tendencias en distintas partes del mundo, ofrece una perspectiva interesante: “La forma de jugar que reflejan estas estadísticas tiene mucho que ver con la esencia y el material de cada país. En Argentina se juega al fútbol para competir, al nivel de dejar la vida en cada partido. Es un fútbol muy agresivo, basado en los duelos y en el uno contra uno. Cada partido es un evento definitorio, para el club, para los hinchas, para todos… y todo eso se refleja en el modo de juego”.
Burdisso también destaca una problemática clave: “En nuestro país hay muy buenos entrenadores, pero no siempre tienen el material necesario para desarrollar sus ideas. Los mejores jugadores se van al exterior, y los que quedan no siempre logran igualar ese nivel”. Según el exfutbolista, esta realidad contribuye a que el fútbol argentino sea mucho más parejo, pero también, por momentos, menos atractivo para el espectador.
Finalmente, resalta una particularidad de la Liga: “Algo que no pasa en otros lugares es que, al empezar el campeonato, hay 12 o 14 equipos que creen que pueden ser campeones. Este año, por ejemplo, pelearon hasta el final Huracán, Vélez, Estudiantes, Racing, Boca, River, e incluso Unión.”
Como mencionamos antes, los datos sirven más como punto de partida que como conclusiones definitivas. Esto nos lleva a plantear algunas preguntas clave: ¿El mayor nivel de presión en el fútbol argentino explica por qué se juega con menos pases y menor precisión? ¿Esa presión está vinculada a una falla técnica generalizada? ¿La paridad entre equipos es una ventaja real para el espectáculo o simplemente el reflejo de otras limitaciones?
En un fútbol que hoy puede medirse con precisión, la inversión en equipos multidisciplinarios para analizar estas dinámicas es indispensable. No podemos esperar que los futbolistas resuelvan todas las incógnitas; debemos usar las herramientas disponibles para protegerlos y mejorar la calidad del espectáculo. Comprender estas claves no solo nos permitirá diagnosticar las particularidades del fútbol argentino, sino también preservarlo, potenciarlo y asegurar su evolución hacia un futuro más competitivo.