Cuando la supertormenta Sandy golpeó Nueva York hace doce años, el vecindario costero de Tottenville, en Staten Island, sufrió algunos de los peores estragos. Las pocas defensas naturales -una franja estrecha de arena y algunos árboles dispersos- no fueron suficientes para frenar las violentas olas que azotaron el área.
Las casas se desplomaron, algunas fueron arrancadas de sus cimientos, y la fuerza devastadora de las aguas cobró la vida de varios residentes. Este impacto marcó un antes y un después en la ciudad, sobre todo porque impulsó proyectos de infraestructura que prepararan a las comunidades frente a futuros desastres naturales.
En respuesta, y tras años de planificación y trabajo, se erigió un innovador sistema de rompeolas vivientes frente a las costas de Tottenville, diseñado para reducir la fuerza de las tormentas venideras, según un informe de la agencia de noticias The Associated Press.
Este sistema, una serie de arrecifes artificiales construidos a unos 300 metros de la costa, utiliza barreras de hormigón y rocas, pero incorpora también elementos vivos y texturizados que le permiten convertirse en un hábitat marino.
El proyecto de estos arrecifes fue posible gracias a una inversión de 111 millones de dólares en fondos de recuperación tras los devastadores efectos de la supertormenta Sandy. Esta inyección también buscaba fomentar la resiliencia costera mediante soluciones sostenibles que, además de frenar la fuerza de las olas, beneficien al medio ambiente.
La exitosa obtención de financiamiento federal para estos rompeolas captó la atención de otras regiones vulnerables. Entre los interesados en replicar este modelo están ciudades costeras como Cedar Key, en Florida, donde recientemente el huracán Helene causó daños significativos.
Beneficios para el ecosistema
Además de proteger a los residentes, el sistema de rompeolas vivientes en Tottenville aporta un beneficio ecológico significativo al revitalizar un ecosistema afectado por décadas de pesca intensiva, contaminación y dragado.
A diferencia de las barreras tradicionales que tienden a desalentar la vida marina, estos arrecifes han sido diseñados con características específicas para fomentar la biodiversidad. Las superficies texturizadas y las pozas de marea, integradas en las estructuras de hormigón, crean nichos y refugios que atraen y protegen a distintas especies marinas.
Ya se observó que las aves comenzaron a usar las islas artificiales como sitios de anidación, y que el proyecto se ha convertido en un refugio invernal para focas migratorias, según información de The Associated Press.
Las superficies rugosas del hormigón y las pozas moldeadas también permitieron el crecimiento de algas y el asentamiento de organismos marinos como caracoles, percebes, camarones y cangrejos, que encuentran en estas áreas un hábitat seguro.
Con el tiempo, el plan es introducir ostras en el arrecife, aprovechando su capacidad para reducir la energía de las olas y su potencial para filtrar contaminantes del agua, contribuyendo así a una bahía más limpia y resiliente.
Perspectiva climática y advertencias
Los rompeolas vivientes representan una herramienta innovadora en la protección costera, pero su efectividad está vinculada a los cambios que el clima experimente en los próximos años.
Según expertos en cambio climático, estos arrecifes pueden ayudar a mitigar el impacto de tormentas intensas en el corto y mediano plazo, pero su capacidad para proteger las costas depende de la estabilidad del nivel del mar.
A medida que los efectos del cambio climático se intensifican y el nivel del mar continúa elevándose, la utilidad de estas barreras podría disminuir, ya que su diseño actual no contempla un aumento drástico en la altura de las mareas.
La geógrafa y geomorfóloga Larissa Naylor de la Universidad de Glasgow, advierte que, en esencia, estas estructuras están “ganando tiempo” frente al avance del cambio climático, según le dijo a The Associated Press, permitiendo que las comunidades costeras se adapten mejor al aumento gradual de las tormentas y la erosión.
Sin embargo, sugiere que la efectividad de los rompeolas vivientes debe evaluarse de manera continua para garantizar que sigan siendo una solución adecuada conforme el entorno y el clima se transforman.