Frente a cosas que nos propusimos y, a medida que pasa el tiempo, vemos que no podemos lograr, muchas veces perdemos las ganas y el empuje para seguir adelante. Sin embargo, los seres humanos necesitamos el entusiasmo en nuestras vidas, ya que este es una señal de buena salud emocional.
¿Alguna vez te propusiste algo y nunca pudiste verlo concretado? Por lo general, cuando eso ocurre, nos desmotivamos. Entonces, comenzamos a jugar a no perder. Reaccionamos de esta manera en un intento por cuidar nuestra autoestima del error, para no infligirle otra herida a nuestro yo.
¿Qué deberíamos hacer en estos casos? Recurrir a dos herramientas que son generadoras de entusiasmo: la acción y la imaginación.
Toda vez que nos proponemos llevar algo a cabo y no lo logramos, tenemos que preguntarnos: ¿qué hice? y ¿qué no hice? Casi siempre ponemos el foco en lo que hicimos mal, pero quizás todo lo que hicimos para alcanzar nuestra meta estuvo bien, solo que no hicimos aquello que sí teníamos que hacer. Por otro lado, cuando accionamos, siempre hay que encontrarle un “propósito” a eso que estamos haciendo. Aquí podemos preguntar: ¿Esto que hago tiene que ver con mi propósito? A veces, ciertas actividades nos generan placer, pero no nos conducen a ninguna parte. Y, cuando hacemos algo con propósito, todo cobra otro sentido.
En segundo lugar, tenemos que recurrir a nuestra imaginación, la cual nos conecta con la creatividad. En lugar de alimentar pensamientos negativos, usá tu tiempo para imaginar (ver, visualizar) los mejores escenarios. ¿Sabías que todo lo que existe alguna vez estuvo en la imaginación de una persona?
Y a la imaginación, hay que agregarle una buena dosis de fe, ya que imaginación sin fe es sinónimo de miedo; mientras que imaginación con fe es sinónimo de motivación. Por ejemplo, si imagino mi vejez “sin fe”, sentiré temor; pero si, en cambio, la imagino “con fe”, me sentiré motivado.
¿Te falta entusiasmo? Accioná e imaginá, y los resultados te van a sorprender.