Una vibración potente comenzó a sacudir a Alejandro Marmo desde temprano. A los 14 años, este hijo de inmigrantes europeos pobres del conurbano tuvo un trabajo que consistía en orientar grandes antenas. Desde ATC, desde Canal 9, todas apuntaban al edificio MOP, esa mole blanca racionalista de casi 100 metros de altura estrenada en 1936 sobre lo que sería la traza de la flamante 9 de Julio. Fue la primera señal. Las ensoñaciones dantescas del año 2001 -crisis social, Torres Gemelas e Y2K mediante- fueron la segunda: de pronto “vio” dos meteoritos que caían sobre esa construcción que “interrumpe” la avenida. Uno de cada lado.
“Me imaginé que aquellos dos meteoritos se transformaban en algo. Y me acordé que Evita había dado el último discurso ahí. Pensé, entonces, en poner la Evita combativa del micrófono. Un delirio. Me imaginé que esos meteoritos se convertían en Evita mirando al norte: el poder del peronismo, de los sindicatos, de los derechos del trabajador. Dejar esa foto ahí”, narra el escultor en charla con Infobae.
Una década después de aquellas señales cósmicas, en 2011, Alejandro Marmo, ya convertido en un artista-obrero de reconocimiento mundial, estrenó las dos Evitas-meteoritos y resignificó no sólo el edificio MOP si no el paisaje de la Buenos Aires de la industria for export. Un sello que le dio identidad a la Ciudad y que ahora, según versiones que dejó correr el gobierno de Javier Milei, podría tirarse abajo no se sabe bien por qué razón. La idea no es nueva. Cada tanto vuelve sobre la agenda. Pero el último sábado fue el propio jefe de Gabinete, Guillermo Francos, quien admitió que la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, trabaja sobre el tema.
“Sería el cierre perfecto”, sonríe Marmo (53) desde su casa-taller en el partido de Pilar. “Propiciaría el crecimiento exponencial de la leyenda y cumpliría un concepto artístico. Como toda obra que hice desde siempre, cuando una obra cambia de lugar, como la Virgen de Descarte, que está girando por el mundo, se potencia en todos los sentidos”, explica.
Su respuesta se interrumpe. Aparece otra ensoñación. Hay un fragmento de silencio. Es que Marmo trabaja en conexión directa con lo cósmico. Lo que produce como artista le viene desde el plano celestial. Baja como una luz o un rayo o dos meteoritos. El silencio pasa como una ráfaga. Entonces continúa con la respuesta.
“Tengo una visualización: si esta obra se desmontara sería lo mejor que le puede pasar, las dos Evita viajarían por el conurbano y por las periferias. El arte es construcción y permanentemente deconstrucción y volver a armar”, explica y, como si a cada palabra estuviera más convencido, repite: “El desmonte es lo mejor que le puede pasar. Ni el mejor curador de arte me podría proponer eso”.
“Si se demuele, la obra empezaría a crecer exponencialmente”, insiste Marmo y traza un paralelismo que busca explicar la potencia de lo artístico sobre el inconsciente colectivo. “No hay registro de la escultura de la diosa Atenea, que fue demolida en algún momento, sin embargo es la simbología del imperio griego por excelencia y creo que este tipo de obras si se llegara a demoler, más allá de que quedó en la eternidad de la 9 de Julio, fortalecería el concepto de la obra, el mito de Eva, de la época que vivimos, todo”, analiza.
Sin embargo, para Marmo el debate sobre si el edificio MOP debe ser implosionado o si hay que sacar a las Evita meteoritos “no existe” porque la construcción fue declarada Monumento Histórico Nacional por el Congreso Nacional en 2002. “No quiero hablar tanto de los murales de Evita sino del edificio. Nadie se mete con los murales. Van al edificio”, remarca y advierte: “Ojo que es como una construcción tumbera, porque es de la década infame. Es como la tumba de un faraón, no tiene una energía buena, pero ahora es un símbolo del turismo, de la industria turística, del capitalismo, genera visitas del exterior, debe ser la preocupación más grande de Mc Donalds, deben estar preocupados porque sale en su publicidad”, ironiza.
Para Marmo, el edificio del MOP es una referencia demasiado importante como para voltearla. “Me da la sensación de que es un símbolo de la identidad argentina más profunda, de la reconstrucción de muchos esquemas de gobierno. Siempre entra en debate, en todos los gobiernos, unos porque lo quieren derribar y los nacionales y populares porque lo toman como referencia, de modo que siempre está en agenda. De hecho es Monumento Histórico. Es como tirar abajo el coliseo de Roma o la Torre Eiffel, yo creo que el MOP es a Buenos Aires lo que la pirámide de Keops es a El Cairo. La utopía de demolerlo es de alto impacto comunicacional pero no creo que sea tan sencillo”.
“No creo que sea simpático para nadie, ni siquiera para los que aborrecen a Evita”, interpreta este artista-obrero que, mientras tanto, exhibe su obra en la muestra “De arte no entiendo nada”, en el Palacio Libertad (ex CCK) y está pronto a presentar una nueva escultura en el jardín botánico Roma. “Es un tiro en el pie desde el concepto capitalista. Es industria del interés. El edificio aparece en el documental de los Rolling Stones. Es contradictorio”, insiste.
Marmo creció en un barrio obrero de Villa Bosch. Su padre fue un italiano sobreviviente de la Segunda Guerra y su madre, una armenia que huyó del genocidio. A él lo echaron de tres colegios secundarios católicos y años después llegó a vivir en un auto, en una experiencia que oscilaba entre el desafío filosófico y el hastío social.
La guerra metida en su casa, y su perspectiva punk de joven que crecía en un barrio donde cerraban las fábricas moldearon al artista y su obra. “El conurbano hasta los 80 y pico eran fábricas y tallercitos, ese es mi museo, en confabulación de la cuestión de mediados de los 90 cuando un pibe de 20 y pico de años está afuera de todo. ¿Y qué hacés? Te vinculás con la decadencia, que es donde hay romanticismo, una analogía de la posguerra. La guerra del trabajador”, explica.
La obra de Marmo -en estos días presentará un homenaje al dúo Pimpinella en el estadio Obras- evoca lo popular, lo divino, lo glorioso, lo que él llama la sombra en la luz, lo invisible que se ve. Un enfoque que tiene origen en el reviente de la juventud, la poesía de Sumo, la mirada conurbana y el miedo. Sus primeros trabajos fueron insectos gigantes de hierro retorcido que le sirvieron al autor para expulsar su fobia al bicho, concreta y metafórica. Su trabajo relacionado al descarte de las fábricas y al trabajo del artista no como un “creativo” llamaron la atención del por entonces cardenal Jorge Bergoglio. Desde aquel momento, Marmo y el Papa Francisco conservan una relación fraternal, lo que ha propiciado que sus esculturas hayan invadido Roma.
“Tengo una idea del arte, que tiene que ser del emprendedor. El artista y el intelectual del siglo XXI será un hacedor, no será una persona con sueldo fijo, será un arriesgado, un audaz, se acabó esa situación de hablar desde lugares etéreos, nunca entendí la del creativo frustrado y bohemio, enojado con el sistema”, explica antes de volver sobre el supuesto proyecto de demoler el MOP y deshacerse de sus Evita.
“Más que eso me preocupa la falta de mantenimiento de los murales. No hay mantenimiento y son siete toneladas de cada pared a 93 metros de altura. Pensá en una araña gigante de acero prendida en una fachada, si bien está bien aplicado, lo debería ver un calculista, me preocupa. Eso también es la ausencia del Estado”, advierte Marmo, quien durante el gobierno de Mauricio Macri fue testigo del “apagón” que sufrió su mural de Evita. En aquel momento, en otra entrevista con Infobae, dijo algo que conserva actualidad: “Yo soy parte del sentimiento popular y soy uno más de los que se emocionaron al ver el mural iluminado. La emoción popular enciende naturalmente las cosas y las apaga según los tiempos y los espacios”.