
Hace más de 4.000 años, las civilizaciones de Mesopotamia y Egipto definieron la división del día en 24 horas. La respuesta a por qué la jornada tiene esa cantidad de horas remite al uso del número 12 como base preferida para cálculos y observaciones astronómicas. El día de 24 horas vigente en la actualidad conserva la lógica de aquellos pueblos del Bronce, que transformaron su comprensión del tiempo en un legado global y permanente.
Los babilonios, ubicados en la región que corresponde actualmente a Irak, emplearon las matemáticas duodecimales para sus cálculos y mediciones. Consideraron al número 12 como más práctico que el 10, ya que permite divisiones exactas por 2, 3, 4 y 6. Este sistema facilitó la administración y organización de la vida cotidiana, así como el desarrollo del comercio y los registros astronómicos.
De acuerdo con el historiador Greg Jenner, el calendario lunisolar de la época utilizó 12 fases lunares al año, con un mes adicional para corregir el ciclo. Egipto adoptó ese principio, dividiendo tanto el periodo diurno como el nocturno en 12 partes cada uno, lo que finalmente creó el modelo de 24 horas por día.

La duodecimal y su versatilidad aritmética
Según History Extra, el sistema sexagesimal y duodecimal de los babilonios permitió que el tiempo se organizara en múltiplos de 12 y de 60, facilitando fracciones y operaciones. La teoría sostiene que la facilidad de realizar divisiones por diversas cifras consolidó la preferencia por estas bases matemáticas en vez del sistema decimal.
El recorrido histórico muestra que la idea de dividir el día en partes iguales no fue exclusiva de una sola cultura. Varios pueblos compartieron la noción de que los ciclos naturales, como el año solar o las fases lunares, requerían una medición precisa.
La influencia egipcia resultó clave en la armonización de estos sistemas, al establecer la costumbre de fraccionar el día y la noche en doce horas cada uno.

Historiadores sostienen que esta estructura permitió organizar las actividades civiles y religiosas de forma predecible y ordenada. Egipto, con su desarrollo monumental y su dominio sobre la observación de los astros, transmitió su conocimiento a las culturas vecinas y a sucesores como los griegos y los romanos.
Según el análisis publicado por History Extra, los ciudadanos egipcios, ya en la Antigüedad, establecieron el ciclo diario sobre la observación del sol y la luna. El objetivo era regular el calendario agrícola, coordinar los rituales y definir el inicio y el cierre de las jornadas laborales.
La tradición de dividir el tiempo en veinticuatro segmentos sobrevivió al paso de los siglos y al cambio de eras. Grecorromanos perpetuaron la práctica y la consolidaron en la vida civil y militar. El influjo egipcio y mesopotámico trascendió fronteras y siglos, adaptándose a nuevas tecnologías y aparatos de medición del tiempo.

Especialistas como Greg Jenner subrayan que la división de las horas no resultó de una imposición arbitraria, sino de una elección eficiente que respondía a la necesidad de manejar los asuntos cotidianos y trascendentes. La aritmética de base 12 se mantuvo útil y operativa en astronomía, relojería y navegación hasta la actualidad.
Las explicaciones científicas y su importancia cultural determinan que la elección original de dividir el día en 24 horas responde tanto a necesidades prácticas como simbólicas. Los pueblos antiguos buscaron sistemas numéricos que les permitieran regular la vida cotidiana y registrar con precisión los cambios en el entorno natural.
La organización del tiempo se formalizó gracias a la interacción entre astronomía y matemática, dos disciplinas centrales en el desarrollo de la civilización. La herencia babilónica y egipcia sigue presente en los relojes modernos y en la manera en que cada persona distribuye sus actividades.
La división de la jornada en 24 horas evidencia la vigencia de un conocimiento antiguo, transformado pero esencial. Cada vez que alguien mira un reloj, revive un sistema elaborado hace milenios para responder a las mismas preguntas sobre el paso del tiempo. La historia de las horas revela cómo la humanidad eligió la precisión y la utilidad como guía en la medición del día.