Marina Colasanti (1937-2025) nació en Asmara, capital de Eritrea, entonces colonia africana. Periodista, poeta, narradora y artista visual, creció en Italia y desde 1948 vivió en Brasil hasta el día de su muerte, el 28 de enero pasado.
Autora de una obra clave de la literatura latinoamericana, publicó decenas de libros para niños y adultos que han sido traducidos a diversas lenguas y premiados a lo largo de los años por críticos, libreros y especialistas. Infatigable promotora de la lectura, su trabajo con los cuentos de hadas le otorgó nuevos bríos al género clásico de tantas infancias. Entre sus libros en español se encuentran: Veintitrés historias de un viajero, Lejos como mi querer, Mi guerra ajena, La joven tejedora, La niña y el cordero, La amistad bate la cola, Fragatas para tierras lejanas, Cuentos de amor rasgados y Como una carta de amor.
A modo de homenaje, Infobae seleccionó cuatro de sus poemas. Se trata de textos incluidos en su libro Ruta de colisión, de 1993, que fueron traducidos años atrás por la escritora argentina María Teresa Andruetto, quien fue además gran amiga de Marina.
Muerte bajo el sol
Cuando se tira abajo una casa
no se clava el hacha de un solo golpe
bien de raíz.
Ni es de pie que ella cae
con sus ramajes.
Una casa
se mata despacio.
Se arrancan primero los pasamanos de la
escalera]
abriendo a la ruina los peldaños inútiles.
Se retiran los herrajes
y las vigas.
Después se arrancan puertas y ventanas
se vacían en la fachada los alfeizares
ciegos)
Y quien pasa ya sabe.
Aquí no se vive más.
Entonces es la hora de las tejas
despellejadas sin sangre una por una.
Mostrando los huesos
yace
más que muerto
el descarnado esqueleto
en el jardín.
Cruel laparoscopia de mis fantasmas
la casa en que viví fue tirada abajo.
Se van los espectros, todos sin abrigo
deshaciendo las imágenes superpuestas.
Vamos nosotros sin marcas en el polvo.
Y las palabras
tantas palabras que hilamos juntos
y que las paredes guardan en sus
entrañas]
son deshechas a mazazos.
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Frutos y flores
Mi amado me dice
que soy como una manzana
partida en dos.
Yo tengo las semillas
es verdad.
Y la simetría de las curvas.
Tuve un cierto rubor
en la piel lisa
que no sé
si todavía tengo.
Pero si en abril florece
el manzano
yo hecha manzana
y por demás madura
todavía me despliego
en flores blancas
cada vez que su daga
me traspasa.
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En veinte años
Tengo mucho en común
con este hombre:
una docena vigorosa de cipreses
algunas generaciones de benteveos
la neblina de un río
en Austin, Texas,
y las gaviotas en las aguas de Estambul.
Y tenemos más
dos hijas
dos casas
dos pares de lentes
y tantas camas tantas.
El puede amar a otra
en cualquier momento
– las gaviotas no bastan
para retener a un hombre-
pero lo que juntos quisimos
junto queda
porque se separan los cuerpos
pero no se amputan los recuerdos.
Ruta de colisión
¿De quién es esta piel
que recubre mi mano
como un guante?
¿Qué viento es éste
que sopla sin soplar
encrespando la sensible superficie?
Por fuera la corteza ajena
adentro la pulpa
y entre las dos la distancia
que me atropella.
Pensé que entraría en la vejez
por entero
como un barco
o un caballo.
Pero me sorprendo
joven vieja y madura
al mismo tiempo.
Y todavía aprendo a vivir
mientras avanzo
por un camino en cuyo final
la vida
colinda con la muerte.