Marina Colasanti murió a los 87 años y deja una obra literaria enorme y con gran variedad de géneros. (Foto: archivo familiar)

Marina Colasanti (1937-2025) nació en Asmara, capital de Eritrea, entonces colonia africana. Periodista, poeta, narradora y artista visual, creció en Italia y desde 1948 vivió en Brasil hasta el día de su muerte, el 28 de enero pasado.

Autora de una obra clave de la literatura latinoamericana, publicó decenas de libros para niños y adultos que han sido traducidos a diversas lenguas y premiados a lo largo de los años por críticos, libreros y especialistas. Infatigable promotora de la lectura, su trabajo con los cuentos de hadas le otorgó nuevos bríos al género clásico de tantas infancias. Entre sus libros en español se encuentran: Veintitrés historias de un viajero, Lejos como mi querer, Mi guerra ajena, La joven tejedora, La niña y el cordero, La amistad bate la cola, Fragatas para tierras lejanas, Cuentos de amor rasgados y Como una carta de amor.

A modo de homenaje, Infobae seleccionó cuatro de sus poemas. Se trata de textos incluidos en su libro Ruta de colisión, de 1993, que fueron traducidos años atrás por la escritora argentina María Teresa Andruetto, quien fue además gran amiga de Marina.

Marina Colasanti y María Teresa Andruetto, durante el I Festival Internacional de Poesía de Córdoba, marzo de 2012. (Crédito: Lula Boix)

Muerte bajo el sol

Cuando se tira abajo una casa

no se clava el hacha de un solo golpe

bien de raíz.

Ni es de pie que ella cae

con sus ramajes.

Una casa

se mata despacio.

Se arrancan primero los pasamanos de la

escalera]

abriendo a la ruina los peldaños inútiles.

Se retiran los herrajes

y las vigas.

Después se arrancan puertas y ventanas

se vacían en la fachada los alfeizares

ciegos)

Y quien pasa ya sabe.

Aquí no se vive más.

Entonces es la hora de las tejas

despellejadas sin sangre una por una.

Mostrando los huesos

yace

más que muerto

el descarnado esqueleto

en el jardín.

Cruel laparoscopia de mis fantasmas

la casa en que viví fue tirada abajo.

Se van los espectros, todos sin abrigo

deshaciendo las imágenes superpuestas.

Vamos nosotros sin marcas en el polvo.

Y las palabras

tantas palabras que hilamos juntos

y que las paredes guardan en sus

entrañas]

son deshechas a mazazos.

****

Frutos y flores

Mi amado me dice

que soy como una manzana

partida en dos.

Yo tengo las semillas

es verdad.

Y la simetría de las curvas.

Tuve un cierto rubor

en la piel lisa

que no sé

si todavía tengo.

Pero si en abril florece

el manzano

yo hecha manzana

y por demás madura

todavía me despliego

en flores blancas

cada vez que su daga

me traspasa.

****

En veinte años

Tengo mucho en común

con este hombre:

una docena vigorosa de cipreses

algunas generaciones de benteveos

la neblina de un río

en Austin, Texas,

y las gaviotas en las aguas de Estambul.

Y tenemos más

dos hijas

dos casas

dos pares de lentes

y tantas camas tantas.

El puede amar a otra

en cualquier momento

– las gaviotas no bastan

para retener a un hombre-

pero lo que juntos quisimos

junto queda

porque se separan los cuerpos

pero no se amputan los recuerdos.

Marina Colasanti junto al poeta, ensayista y académico Alfonso Romano de Sant'Anna, su esposo y padre de sus hijas. (Foto: archivo familiar)

Ruta de colisión

¿De quién es esta piel

que recubre mi mano

como un guante?

¿Qué viento es éste

que sopla sin soplar

encrespando la sensible superficie?

Por fuera la corteza ajena

adentro la pulpa

y entre las dos la distancia

que me atropella.

Pensé que entraría en la vejez

por entero

como un barco

o un caballo.

Pero me sorprendo

joven vieja y madura

al mismo tiempo.

Y todavía aprendo a vivir

mientras avanzo

por un camino en cuyo final

la vida

colinda con la muerte.