La República Popular China apoya a uno de los candidatos a secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA). La mayor potencia autocrática pretende influir un poco más en una América Latina donde ha penetrado muy profundamente.
¿Tiene sentido mantener una OEA tan deteriorada y elegir en marzo un nuevo secretario general? ¿O es hora de crear un nuevo instrumento que tenga dentro de sí una cláusula democrática que implique acciones para impedir el avance de las dictaduras y hasta intervenir para modificar esa anomalía?
Bailan al ritmo de Beijing. Y no solo las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela. La Guerra Fría del siglo XXI encuentra a Brasil del lado de las autocracias.
El viejo aliado de Estados Unidos defiende los intereses de China, Rusia e Irán. Y aunque Lula disimula (no demasiado), el Partido de los Trabajadores (PT) está tan alineado con estos intereses que no ha dudado en felicitar el “triunfo” de Nicolás Maduro en las “elecciones”. Tampoco ha objetado en ningún momento las violaciones a los derechos humanos por parte de los esbirros de la primera narcodictadura del continente.
Lula ya había adelantado en la ONU, hace casi 16 años, su pensamiento. “Como la economía mundial es interdependiente, estamos obligados a intervenir a través de las fronteras nacionales y refundar el orden económico mundial”, dijo en aquel entonces el líder de la izquierda latinoamericana.
Y agregó: “Me refiero a la absurda doctrina de que los mercados se pueden regular a sí mismos, sin la necesidad de una intervención estatal intrusiva” (septiembre 2009, Asamblea General).
De allí partió la idea, hoy desarrollada en los BRICS, de una suplantación de la moneda transaccional sobre la que acaba de advertir Donald Trump.
Con las administraciones de Obama y Biden, el retroceso de la política exterior de los Estados Unidos ha sido acompañado del crecimiento de las autocracias, desde Europa a África, desde Asia al Ártico. Y, por supuesto, nuestra América Latina ha sido más penetrada que en la era soviética. Comercio, inversiones e investigación del espacio, en lugar de discusiones ideológicas.
Lo hemos visto en la Argentina de los Kirchner, la base de “vigilancia espacial”. Lo vemos en el mega puerto en Perú, que se conectará vía terrestre con San Pablo. El intento de otro puerto en el sur argentino, el control de las operaciones del Canal de Panamá. En la minería extractiva, capitales chinos se “asocian” detrás de empresas de países democráticos. Así ocurrió, por ejemplo, en la hoy notoria Groenlandia, donde “acompañan” a una australiana.
Donald Trump ha puesto a Marco Rubio al frente de la Secretaria de Estado. Ojalá este hombre, que conoce muy bien el drama del pueblo cubano, observe a tiempo que la OEA debe ser modificada o suplantada, pero nunca entregada a un poder extracontinental.
Los candidatos a conducir la OEA son el canciller de Surinam, Albert Ramlin, quien es apoyado por los países del CARICOM (que reciben apoyo financiero chino y petróleo barato de Maduro); y Rubén Ramírez, ministro de Relaciones Exteriores de Paraguay, apoyado por Trump y Milei.
Detrás del candidato de Beijing está también Brasil (aunque disimule).