Fue un día largo en Roma, probablemente como lo son todos cuando con cada paso uno recorre siglos y de tanto en tanto se toma la responsabilidad de informarse sobre sitios y hechos puntuales, como para que tanta historia no pase desapercibida. Aunque hay ocasiones en las que Roma no necesita de lecturas y simplemente habla con sus calles y sus recovecos, sus Caravaggios escondidos en iglesias y sus fuentes con caballos gigantes que corcovean en el agua, sus tritones y sus platos de pasta a la amatriciana, cacio e pepe, carbonara o gricia. Mi marido hace los cálculos asegurándose de que las comidas de los cuatro días le vayan a dar la oportunidad de probar la mejor versión romana de cada una sabiendo que no existe tal cosa y que cada local y visitante tendrá su recomendación de la mejor amatriciana romana.

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Llegamos al horario bisagra en el que ya no tiene sentido parar por un café (mucho menos cometer el sacrilegio de tomarlo con leche) y a la vez es demasiado temprano para sentarse a comer. Hay un dicho en inglés que se traduce algo así como “cuando estés en Roma, haz como los romanos”. Aperitivo. Eso harían, eso hacemos.

Emprendimos una caminata al atardecer, una de esas sin rumbo, o más bien buscando que mi amiga (ya casi una romana) se inspirara con el bar al que nos llevaría. En el camino nos detuvimos en Largo di Torre Argentina, una enorme plaza levemente hundida que revela uno de los tantos tesoros arqueológicos de la ciudad. Por supuesto que siempre me llamó la atención el nombre, pero hay que dejar el narcisismo de lado y asumir que no es algo que hayan hecho para honrarnos: el nombre Largo di Torre Argentina viene de la antigua denominación de Estrasburgo, Argentoratum.

@alyssayon5

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Vamos rodeando el perímetro y asomándonos a las barandas que permiten ver lo que hay sumergido en el interior del predio. Me asomo también, lo confieso, para ver si logro localizar a alguno de los famosos gatti di Roma, ya que el lugar también es un santuario de gatos. Veo uno, atigrado, vagando entre las ruinas y saltando con agilidad de piedra en piedra.

Se ubican allí los restos del Teatro de Pompeyo, un edificio público del año 55 antes de Cristo que se mantuvo en pie hasta el año 5 de la era común y donde fue asesinado el mismísimo Julio César el 15 de marzo del 44 a. C.

Tras el asesinato de Julio César, el emperador romano Augusto condenó la escena del crimen como un locus sceleratus, un lugar maldito, y los historiadores perderían la pista de su ubicación durante siglos, hasta que la demolición de un barrio medieval en tiempos de Mussolini dio con los restos de una cabeza y los brazos de una colosal estatua de mármol.

La investigación arqueológica posterior sacó a la luz los restos de cuatro templos romanos, además del Teatro de Pompeyo, en el que se reunía el senado en tiempos de Julio César, allí donde recibió las 23 puñaladas (el número que decide Shakespeare para su obra) de parte de los conspiradores que lo asesinaron.

Aquel primer día de clases se nos sentó con los escritorios en ronda y se nos informó la lista de lecturas que tendríamos para el año, tal vez en un último intento por amedrentarnos. Incluía Dublineses, de Joyce, El sonido y la furia, de Faulkner, un recorrido por la poesía de T.S. Eliot, más Thomas Hardy, Dylan Thomas y Emily Dickinson, entre otros. Y por supuesto, Shakespeare. O debería decir SHAKESPEARE, así en mayúsculas. Hamlet, Enrique IV, parte I, Ricardo III, Romeo y Julieta, Macbeth y Julio César. Escuché con estoicismo mientras la profesora iba leyendo la lista y nada podía parecerme menos interesante que esto último: viejos políticos podridos de ambición dando largos discursos en togas. Qué poco podía intuir de la fascinación que llegaría unos meses después, cuando ya conocería a cada uno de los conspiradores por su nombre, memorizando el discurso de Marco Antonio y usando el “Et tu, Brute?” ante cualquier pequeña traición. Una tonta adolescente citando al propio Julio César cuando vio entre aquellos que lo apuñalaban a su amigo. ¿Tú también, Brutus?

Hace unos años, gracias a una abultada donación de Bulgari se inició un proyecto para la construcción de una pasarela que permitiera a los visitantes descender unas escaleras para recorrer las ruinas y acercarse al lugar del asesinato que cambiaría la historia.

Qué pasa si comés fruta a la noche

Dejamos el sitio y caminamos unos diez minutos hasta el número 4 de Vicolo del Gallo. El diccionario define vicolo como vía urbana de dimensiones modestas. En esta callejuela llegamos a lo que alguna vez fue una vieja lechería, y es que en Roma uno se la pasa diciendo “en lo que alguna vez fue…”. Inserte aquí: un templo pagano, una iglesia bizantina, el lugar de reunión del senado, el templo de Minerva y así…

Llegamos a la Anticca Latteria (ahora un bar de cócteles) a la hora perfecta para el aperitivo. Dos negroni sbagliato (casi la fórmula original pero con un atinado reemplazo del gin por Prosecco), un French 75 (un vino espumante de nombre Franciacorta, gin, limón y azúcar) y dos Americanos. El menú los listaba bajo un título sencillo y al punto: I classici. Cuando en Roma, haz como los romanos. Vaya a saber uno qué antiguos conjuros pueden dispararse si no lo hacemos.

En Roma uno se la pasa diciendo “en lo que alguna vez fue...un templo pagano, una iglesia bizantina, el lugar de reunión del senado, el templo de Minerva