El maestro no vidente Juan Lorenzo y González llegaba en 1887 desde España y fue el primero en intentar sistematizar la enseñanza a personas ciegas en el país. Lo reemplazó el italiano Francisco Gatti, quien fundó la escuela que dio origen al Instituto Nacional de Ciegos en una vieja casona en Monserrat. Cuesta imaginar cuán difícil era por aquel entonces que las personas no videntes tuvieran acceso a la más mínima información básica para formarse tanto como para afianzar su autonomía cotidiana.

En 1913, el médico Luis Agote creó la Institución Argentina de Ciegos, a la que se sumó el oftalmólogo Pedro Lagleyze –fundador de la Sociedad de Oftalmología de Buenos Aires–, y que dio lugar en 1939 al Patronato Nacional de Ciegos. Las clases de braille para internados en establecimientos de asistencia pública arrancaron en 1925 y dos años después se compró la primera imprenta braille a Alemania. La primera revista de interés general en braille se llamó Hacia la Luz.

La casa del oftalmólogo Agustín Rebuffo fue la primera sede de la Biblioteca Argentina para Ciegos (BAC). Julián Baquero, poeta y violinista ciego; Alberto Larrán de Vere, periodista, y la profesora de braille María C. Marchi fundaron junto al dueño de casa aquella institución que este año cumple una centuria. Su misión era promover el acceso a la información para personas con discapacidad visual a través de actividades culturales, educativas y recreativas. Tuvo distintas locaciones. La propiedad que ocupa desde 2014 en Almagro, sobre un lote de la quinta de Peluffo, fue declarada patrimonio urbano por la Legislatura porteña. El acervo bibliográfico en braille es no solo el más antiguo de Latinoamérica, sino también uno de los más importantes de la Argentina: unas 3000 obras a disposición de los socios en la sede o por envíos postales y 1400 grabadas en audio. La BAC recibe un subsidio de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares y brinda servicios variados, entre ellos, la plataforma de préstamo de audiolibros desde su página web y la tienda que concentra desde pizarras y bastones a juegos adaptados, y mucho más.

Con el lema “Ayuda a todo ciego en toda forma”, la BAC agrupa hoy a 250 socios con una activa comisión directiva ad honorem de 12 miembros. Convoca permanentemente a voluntarios para que puedan colaborar como guías en paseos, orientando en los encuentros o realizando trámites administrativos o en la web para quienes tienen dificultades.

La BAC es un lugar de pertenencia para muchas personas ciegas. Cumple con creces su cometido de acercar la cultura y la educación a quienes están privados de la vista. Los cien años transcurridos dan cuenta de un largo camino de esfuerzo y dedicación dirigido a promover el acceso a la cultura y a la igualdad de oportunidades; un desafío que hoy celebran y que los impulsa a seguir trabajando sin descanso en la promoción de la inclusión de las personas con discapacidad visual.