La voz del sacerdote de más de 90 años suena apagada. Vive en el segundo piso de la Basílica Santísimo Sacramento, en San Martín 1039, en el barrio de Retiro, y cada mañana, al despertar, lo primero que hace es mirar por la ventana. Pero ayer, cuando lo hizo, la oscuridad seguía allí. “Casi no pude dormir”, dice, agobiado. La falta de luz, el calor y el encierro lo tienen extenuado.
Desde su ventana se ve el imponente Edificio Kavanagh, una de las construcciones más emblemáticas de Buenos Aires. Su silueta se recorta contra el cielo grisáceo de una ciudad paralizada por los cortes de luz. Las ventanas están abiertas, en un intento desesperado por captar una brisa que no llega. Algunos vecinos se asoman con abanicos en mano, mientras otros miran hacia la calle en busca de novedades. El apagón llevaba, hasta el cierre de esta nota, casi 40 horas y la incertidumbre pesaba tanto como el calor sofocante.
Sin ascensores ni ventilación, sus residentes lidian con el calor y la falta de respuestas de Edesur, mientras la oscuridad sigue envolviendo a este histórico edificio. LA NACIÓN intentó comunicarse con la concesionaria del servicio eléctrico, pero hasta el cierre de esta nota no hubo respuesta.
El apagón que afecta al Kavanagh y a las cuadras aledañas tiene su origen en una serie de fallas que golpearon al área metropolitana de Buenos Aires (AMBA). Ayer, en menos de 24 horas, se registraron dos cortes masivos que dejaron sin suministro eléctrico a dos millones de personas. El primero ocurrió a las 5.25 por una falla en una línea de alta tensión de Edesur, interrumpiendo el servicio en 550.000 hogares. Aunque la luz comenzó a restablecerse parcialmente después de las 7.30, la normalidad nunca llegó. Cerca del mediodía, un segundo corte dejó sin energía a varios barrios porteños y localidades del conurbano como Avellaneda, Lanús y Florencio Varela.
En la recepción del Kavanagh hay luz, pero solo porque el grupo electrógeno abastece ciertas áreas comunes. En los departamentos, en cambio, reina la penumbra. “Hace un tiempo pasó algo similar, pero no puede ser que Edesur nos tenga así, jugando con el horario de regreso”, dice un vecino que baja con su hijo de la mano, transpirado, para ir a buscar a su otro hijo a la escuela.
Carlos Maslatón, abogado liberal y uno de los residentes del edificio, cuenta a LA NACIÓN: “La interrupción de la luz no es solo en el edificio, sino en todo el barrio. Desde acá hasta el Bajo está todo sin energía. Aparentemente, se rompió algo afuera, pero no sé qué. El horario exacto es desde las 5.30 del miércoles, o sea, llevamos justo un día y medio sin luz. No hay información. Si llamás, solo responde un automático. Prometieron varias veces que se iba a reparar, pero por ahora nada”.
El edificio cuenta con un grupo electrógeno, pero su capacidad es limitada. “Solo funciona para los ascensores y las áreas comunes. Agua sí tenemos porque el sistema de calderas lo permite, pero en los departamentos estamos sin luz”, agrega. Otro vecino, confirma a este medio que la energía en la recepción y en los ascensores proviene de una conexión independiente: “En los departamentos no hay electricidad hace más de 30 horas. Agua tuvimos todo el tiempo, pero la luz nunca volvió”.
“Este es el país donde vivimos”, lanza con enojo una residente del edificio, mientras sube a su auto con varios bolsos, lista para irse a otro lugar en busca de un poco de alivio. Su madre, una mujer mayor que vive en uno de los pisos más altos del edificio, no puede bajar y subir las escaleras por sus propios medios . “Estoy haciendo toda la mudanza yo sola porque ella no puede con este calor y sin luz es imposible quedarse”, dice, con la transpiración marcándole la frente. “Ya pasamos más de 30 horas así, y nadie nos dice nada. No podíamos esperar más”.
En la Basílica Santísimo Sacramento, un cartel pegado en la puerta de uno de los ingresos paralelos advierte: “Estamos sin luz. Golpee, por favor”. Desde adentro, un trabajador responde a LA NACIÓN: “Estamos sin luz desde ayer a las 5. Cuando llegué a trabajar a las 9.30, ya no había. Llamamos a Edesur, nos dieron un número de reclamo y dijeron que entre las 19 y la medianoche de ayer iba a venir alguien. Nunca apareció nadie”, comenta a este medio.
La falta de electricidad en la parroquia generó una preocupación extra: el sacerdote de 90 años que vive en el segundo piso no puede bajar sin ascensor. “Por suerte, no necesitó salir, pero si tuviera alguna emergencia, ¿cómo haríamos?”, se pregunta el trabajador.
Ayer fue Miércoles de Ceniza, una de las fechas más importantes del calendario católico. La misa estuvo a punto de suspenderse, pero finalmente se realizó a la luz de las velas. “El calor era insoportable, pero la gente vino igual”, recuerda. El tiempo pasa y la angustia crece. Los alimentos en las heladeras empiezan a echarse a perder, la rutina se vuelve un desafío sin luz ni ventilación. “El calor hace imposible descansar”, lamenta.
Las quejas de los vecinos se multiplican. Llaman, insisten, pero solo obtienen respuestas automáticas. Algunos dicen que les prometieron la restitución del servicio para las 14.30, pero la hora llega y la luz sigue sin aparecer. “Edesur nos patea el horario todo el tiempo. Otras veces lo han hecho, pero esta vez ni siquiera se molestan en informar”, dice un residente del Kavanagh.
Un edificio con historia
Inaugurado en 1936, el Edificio Kavanagh no solo fue el rascacielos más alto de América del Sur durante años, con sus 120 metros de altura y 33 pisos, sino que también se convirtió en un ícono del lujo y de la arquitectura moderna en Buenos Aires. Su diseño racionalista, enmarcado por la Plaza San Martín y con vista al Río de la Plata, lo convirtió en un símbolo porteño.
Para su construcción, se demolió un grupo de casas bajas anexas al Hotel Plaza, inaugurado en 1909. Las obras comenzaron en abril de 1934 bajo la supervisión del ingeniero contratista Rodolfo Cervini y los arquitectos Sánchez, Lagos y de la Torre. Su forma escalonada permitió la instalación de terrazas jardín, y como adelanto tecnológico para la época, se incorporaron detalles de lujo: fue el primer rascacielos de la Argentina en contar con aire acondicionado central, además de incluir una pileta, talleres de lavado y planchado, cámara frigorífica y un sistema telefónico centralizado. En total, posee 105 departamentos.
A lo largo de las décadas, su exclusividad atrajo a residentes ilustres como el escritor Adolfo Bioy Casares, el músico Charly García y el artista plástico Guillermo Roux. También fue hogar de diplomáticos, empresarios y figuras de la política. En 1999, el Kavanagh fue declarado Monumento Histórico Nacional y, en ese mismo año, la Unesco lo incorporó al Patrimonio Mundial de la Arquitectura de la Modernidad.
Hoy, en una de las locaciones más privilegiadas de la ciudad, el espíritu de la época sigue presente en la planta baja del edificio, donde acaba de inaugurarse Cora Café, un homenaje a la mujer que, al ritmo del art déco, convirtió su venganza en una obra maestra de la arquitectura.
Afuera del edificio, el sol pega fuerte. Las calles se llenan de personas transpiradas, con los ojos cansados, buscando refugio en la poca sombra disponible. Adentro, en la penumbra de sus departamentos, los residentes del Kavanagh y la parroquia esperan.
Esperan una brisa de aire fresco. Esperan que vuelva la luz. Esperan, simplemente, una respuesta.