El término criollo describe ciertos fenómenos culturales que surgieron en las colonias de América tras las conquistas y migraciones: razas, lenguas y costumbres mutaron con el aire de estas tierras, dando lugar a nuevas tendencias. Por eso no extraña que “lo criollo” sea el concepto principal detrás de esta reforma que trajo al siglo XXI una estancia colonial en las sierras cordobesas.

La idea base de este proyecto fue hacer una remodelación respetuosa de la historia de la casa y conectada con su entorno en la que los materiales que se usaran no desentonaran: un mix de estilos con cierta esencia telúrica.

Paula Fourcade, diseñadora y socia del Estudio Bosio Fourcade

Socios y amigos

Construida a fines del 1700, la hacienda jesuita “El Silencio” se encontraba deshabitada cuando un grupo de amigos decidió invertir en recuperarla. Ubicada en pleno Camino del Cuadrado, entre las Sierras Chicas y lejos de todo, la casona no tenía electricidad ni comodidades… pero sí muchísimo potencial.

La hacienda jesuítica data de 1790.

Paula y Gabriela del estudio Bosio Fourcade fueron las encargadas del diseño interior, trabajando codo a codo con el arquitecto Gonzalo de la Rúa que dirigió la obra.

“Nunca nos había pasado que cuatro personas sean dueñas de una propiedad; el concepto era lindo porque su intención era disfrutarla en familia, compartirla con amigos. Ha sido un desafío enorme, pero nos impactaron la historia y la geografía. Un proyecto realmente especial”, aseguran Bosio y Fourcade.

Estilo andaluz

Igual de especial es la distribución de esta finca de estilo colonial español: al cruzar el portón principal se accede a un patio seco con aire andaluz, que tiene una fuente central y conecta con las seis habitaciones de la casa y la sala de estar.

Una vista del patio central desde la torre.

“En el living se restauraron viejos pisos de pinotea, y se puso en valor un techo artesonado. Los casetones enmarcados por las vigas se empapelaron, logrando un efecto sutil pero encantador”, cuenta la diseñadora Gabriela Bosio. Dos sillones Chesterfield tapizados en cuero junto al hogar de piedra, y un sector con biblioteca y mesa de juegos completan este ambiente que abre tanto al patio como a las galerías internas.

“En general, no se tiraron paredes ni se alteró la estructura, pero cambiamos los revestimientos de remodelaciones previas que desentonaban con la casa. Quisimos regresar a una estética más auténtica”, explican. Así fue que se eligieron pisos de ladrillo cuadrado curado para la galería, graníticos para otros espacios y madera pulida e hidrolaqueda para devolverle su esplendor.

Casa en La Falda Córdoba

Repensar los clásicos

Como tantas otras estancias tradicionales, ésta seguía la fórmula paredes blancas – pisos rojo oscuro y carpinterías verde inglés. Para actualizarla sin descuidar su impronta, eligieron tonos de la misma familia pero más contemporáneos.

Después de varias pruebas se llegó a este color en las paredes que integra la casa con el entorno de pastizales secos.

“Las aberturas fueron restauradas y pintadas de un verde eucaliptus, dándole una vuelta de tuerca al típico color de las casas coloniales. Para los muros elegimos un color terroso que ayuda a integrar la construcción -con su base de piedra- con las sierras que la rodean”

En suite

Todas las habitaciones se comunican con el patio interno.

Las seis habitaciones tienen baño privado, y se equiparon para que fueran versátiles. “El diseño se inspira en las casas vividas, esas que fueron de los abuelos y pasan de generación en generación: cada uno les aporta algo, van teniendo a través del tiempo capas de muebles y detalles que se incorporan”, cuentan las diseñadoras.

Las camas individuales pueden unirse si hace falta.

Los clásicos placards se reemplazaron por vestidores multifunción en los que pueden colgarse un par de prendas y apoyar los bolsos durante el fin de semana. “En las casas de campo que están mayormente desocupadas, los armarios o roperos no se usan. No son prácticos, juntan olor humedad e insectos”, comparte Paula.

Todo el mobiliario se hizo a medida en maderas macizas (Pedro Solfanelli) buscando que tuvieran la apariencia de haber estado siempre ahí.

La clave fue evitar los lustres y barnices: texturas gastadas, cómodas rústicas, superficies con una pátina o aire antiguo. “Si bien nuestro proyecto duró un año, pareciera que habitan muchas épocas en cada espacio”.

Atención al detalle

Las diseñadoras encargaron alfombras tejidas de lana de llama u oveja (Munay), y otras piezas artesanales como mesas y sillones de cuero trenzado (Diego Ortega).

Un elemento crucial en la decoración fueron los empapelados de Mercedes Costal, en diferentes motivos naturalistas. Los diseños varían de ambiente en ambiente, y su criterio de colocación también: a veces ocupan una o dos paredes, media altura o el cielorraso, pero siempre aportan un toque silvestre que incluso inspiró las paletas de color.

El mural de Mercedes Costal acompaña el respaldo de lino. Las lámparas de génerp son las mismas en todos los dormitorios.

“Desde un principio pensamos en los papeles, sabíamos que nos iban a ayudar muchíismo. Dispararon tonalidades, frescura, eclecticismo, toques de historia. Son un punto focal indiscutido. Cada ambiente es un universo distinto, una sorpresa”.

Belleza austera

En los baños, la envolvente es muy simple: paredes de microcemento, pisos calcáreos, aberturas antiguas, y muebles de lavatorio hechos a medida en maderas rústicas.

“Las arañas de hierro vintage las consiguió Gaby en Tucumán. Uno las ve colgadas en los anticuarios y no les da ni cinco de bolilla, pero restauradas y con cadenas nuevas, combinadas con apliques modernos alrededor de los espejos, aportan un toque único”.

Aprovechar el terreno

Gracias al desnivel de las sierras, en la planta inferior se pudo armar un sector enteramente social que abre al patio con galería y asador.

La cocina fue diseñada de cero, el cielorraso se desvistió y para dejar a la vista la bovedilla. La mesada es de granito con terminación leather y la alzada de mosaicos calcáreos.

En lo que originalmente era una caballeriza con portones de madera, decidieron ubicar un gran comedor cerrado con mamparas de hierro y vidrio repartido.

 Dos grandes mesas de madera (que se pueden unir o separar) se coronaron con una lámpara de ramas secas (Cecy Flynn).

“Queríamos algo escultural y largo, pero que no sea pesado visualmente y que tuviese que ver con el entorno. Cecy hizo el montaje ahí mismo, se paró arriba de la mesa y la fue armando hasta lograr la forma deseada”

Todos estos espacios comunican con puertas ventanas a la galería frente a la parrilla. Un piso de piedras antiguas y un árbol resguardan la mesa y bancos en madera drift que resiste la intemperie.

“De entrada nos dimos cuenta de que iba a ser el lugar ideal para encuentros, charlas y largas sobremesas”

Poner en valor

Los libros nos cuentan que este lugar fue construido por don Gonzalo de Aragón en 1790, como puesto fronterizo de un país que recién comenzaba a nacer.

Desde el patio la vista del aljibe, clásico del siglo XVIII.

Más de dos siglos después, el diseño y la arquitectura han sido los responsables de poner en valor esa página de nuestra historia; para que se siga disfrutando mucho tiempo más sin perder su valor patrimonial.