WASHINGTON.- El 21 de julio iba a ser un domingo más en la vida de Kamala Harris. Su plan para ese día era completar un rompecabezas con sus sobrinas. Pero recibió una llamada que cambiaría su vida: el presidente, Joe Biden, le avisó que había decidido poner punto final a su candidatura, y le daría su apoyo para que lo reemplace. Harris pasó el resto del día pegada al teléfono. En dos días, ya había conseguido suficiente respaldo entre los demócratas para ser su nueva candidata presidencial.
A sus 60 años, Harris ha escrito una de las historias políticas más sorprendentes de Estados Unidos, un ascenso impensado y una campaña presidencial vertiginosa diferente a cualquiera que se haya visto antes, que cargó desde sus génesis con una doble misión histórica: cerrarle las puertas de la Casa Blanca para siempre a Donald Trump, y ser la primera mujer –y de ascendencia afroamericana y asiática– en llegar a la presidencia de Estados Unidos.
Al día siguiente de su conversación con Biden, Harris viajó a Wilmington, Delaware, la ciudad de Biden, a visitar el cuartel general de la campaña demócrata. El staff de la campaña había pasado esa mañana imprimiendo carteles con el nombre “Kamala” y tirando los que llevaban la leyenda “Biden-Harris”. Fue el primer cambio, y el más sencillo: luego vendría un mensaje y una estrategia totalmente nuevos.
“Tenemos 106 días hasta el día de las elecciones, y en ese tiempo, tenemos mucho trabajo duro por hacer”, le dijo Harris al equipo de campaña. “Por eso, en los próximos días y semanas, yo, junto con ustedes, haré todo lo que esté a mi alcance para unir a nuestro Partido Demócrata, para unir a nuestra nación y para ganar estas elecciones”, arengó.
Lo que vino después de esa presentación fue un sprint inédito y frenético en busca de la Casa Blanca, y un cambio de fortuna nunca visto en la alta política norteamericana.
Barack Obama construyó durante un año y medio la mística de su campaña presidencial de 2008, y sus cantos de guerra –”Fired up, ready to go!”; “Yes we can!”– se gestaron durante una larga y durísima temporada de primarias, que arrancó en el frío gélido de Iowa y terminó en el verano. Hillary Clinton tuvo que atravesar dos internas brutales antes de ser candidata, incluida la que perdió contra Obama. Trump derrotó a 16 rivales en 2016, y a 12 este año, aun después de ser presidente. Biden llegó a la Casa Blanca recién en su tercer intento, al igual que Ronald Reagan.
Por el contrario, Harris se convirtió en abanderada de los demócratas y candidata presidencial sin haber ganado una sola interna –tuvo que suspender su campaña en 2019 antes del caucus de Iowa– y sin pasar por el tamiz de los votantes. Normalmente, un candidato pasa tiempo haciendo campaña, puliendo su mensaje, su plataforma, encontrando su voz en incontables reuniones con votantes, actos, debates y entrevistas. Las primarias son una oportunidad para forjar el vínculo con el electorado. Harris aterrizó derecho en la convención demócrata en Chicago como candidata. Esa anomalía, forzada por las históricas circunstancias y la ofensiva sin cuartel de los demócratas para desplazar a Biden del medio, la dejó ante un desafío tan singular como complejo: estar a la altura del momento, y cumplir con la misión de derrotar, por última vez, a Trump.
Harris comenzó a forjar su carrera política en San Francisco, pero el salto final lo dio en Washington. Harris nació el 20 de octubre de 1964 en Oakland, California, en una familia dedicada a la academia. Su madre, una inmigrante de la India, y la persona que más la marcó en su vida, era una bióloga que llegó a Estados Unidos para estudiar en Berkeley. Su padre, un inmigrante de Jamaica, con quien mantiene una relación distante, se instaló en el país para estudiar economía, también en Berkeley. La pareja se divorció cuando Harris tenía 7 años.
Los primeros pasos de Harris en la política quedaron atados a su novio de entonces, Willie Brown, que llegó a ser alcalde de San Francisco. La nombró en dos comisiones locales y la ayudó con su primera campaña, en 2003, para fiscal de distrito. En 2010, Harris fue electa Fiscal General de California. Toda su carrera en la Justicia estuvo impulsada, según ella misma ha dicho varias veces, por un deseo de proteger a los demás.
Su paso por la Fiscalía General le dio un vínculo decisivo en su carrera: su amistad con Beau Biden, el hijo de Biden que falleció en 2015 debido a un cáncer cerebral. Beau Biden tenía el mismo cargo en Delaware y ambos trabajaron estrechamente. En su autobiografía, Harris lo calificó como un “amigo y colega increíble”. “Hubo períodos, cuando yo estaba recibiendo críticas, en los que Beau y yo hablábamos todos los días, a veces varias veces al día”, escribió. “Nos apoyábamos mutuamente”, apuntó. Varios demócratas llegaron a imaginar una formula presidencial Biden-Harris en el futuro. Esa fórmula presidencial se concretó finalmente en 2020, pero con Joe Biden.
La primera campaña presidencial de Harris había sido un fracaso absoluto: no logró siquiera llegar al caucus de Iowa, la primera cita de las elecciones primarias. Pero el estrellato que logró en sus años en el Senado, donde ganó de fama de dura interrogadora en las audiencias con funcionarios de Donald Trump, y su amistad con Beau Biden la llevaron al ticket demócrata. Biden ya había dicho que quería una mujer de compañera, y las protestas por el asesinato de George Floyd durante la pandemia y el peso de los afroamericanos en la coalición electoral demócrata convirtieron a Harris en la candidata natural para equilibrar la fórmula presidencial.
Su ascenso a la vicepresidencia la convirtió en la heredera natural de Biden, que había prometido ser “un puente a una nueva generación” de líderes. Durante los primeros años de su presidencia, Biden estuvo siempre acompañado de la especulación acerca si daría o no un paso al costado. Pero ese escenario comenzó a diluirse con el paso del tiempo, y las señales de Biden y su entorno a favor de ir en busca de su reelección. La invasión de Rusia a Ucrania y luego el conflicto en Medio Oriente entre Israel y Hamas arraigaron la idea de seguir. Y la buena elección legislativa de los demócratas en 2022 instaló la sensación de que, pese a su edad y las preocupaciones por su vejez, Biden todavía podía ganar, más aún si del otro lado estaba Trump.
Harris tampoco había tenido una labor particularmente lúcida como vicepresidenta. Al principio, Biden le tiró una misión imposible: atacar las “causas fundamentales” de la migración y evitar que la crisis en la frontera con México, combustible de la fortaleza política Trump y los republicanos, fuera un dolor de cabeza para su gestión. Al final, lo fue, y Trump otra vez puso a los indocumentados y la inmigración como tema central de su última campaña presidencial. Harris también fue foco de una cadena de historias negativas en la prensa norteamericana, todas enfocadas en un mismo tema: el caos de su oficina, y problemas en su vínculo son su staff, donde hubo una inusualmente elevada rotación. “El éxodo de personal de Harris reaviva las preguntas sobre su estilo de liderazgo y sus ambiciones futuras”, fue el título de un artículo de The Washington Post, de fines de 2021. Su popularidad se desinfló junto con la de Biden, y los rumores sobre una eventual candidatura enmudecieron.
Un giro político en Estados Unidos le dio una bocanada de oxígeno. El fallo de la Corte Suprema de Justicia que revocó la sentencia Roe vs. Wade reavivó la batalla cultural por el acceso al aborto en el país, y Harris se posicionó como abanderada de los derechos de las mujeres en la administración de Biden. El tema fue uno de los pilares de la buena elección legislativa de los demócratas hace dos años. Y en 2023, Harris se embarcó en una gira nacional a favor de la lucha por “las libertades reproductivas”. Volvió a recorrer el país, y a conectar con la gente y los votantes, un anticipo de su campaña.
Su futuro político comenzó a cobrar forma el día del paupérrimo debate de Biden con Trump, a fines de junio. Sin tiempo para nada más, el Partido Demócrata se encolumnó sin dudarlo detrás de su candidatura. Harris heredó la campaña de Biden –incluidos los millones de dólares que ya había recaudado– y logró inectar una nueva dosis de esperanza y energía en los demócratas, presos del desánimo ante lo que veían como una derrota segura ante Trump. Su popularidad dio un salto. Su elegido para acompañarla en la fórmula, Tim Walz, dijo que había recuperado “la alegría de la política”. Harris construyó su campaña alrededor de la defensa de la libertad, y del deseo de medio país de dar vuelta la página al trumpismo.
Al cierre de su histórica campaña, en Filadelfia, la misma ciudad donde Hillary Clinton cerró su campaña en 2016, escuchó a la multitud gritar: “¡Ganaremos!¡Ganaremos!”.
“Terminamos como empezamos, con fe, con optimismo, con alegría”, les dijo Harris, confiada en escribir un nuevo capítulo en la historia.