BAHÍA BLANCA.- “Esto te parte al medio”, dice a LA NACIÓN y se quiebra en llanto Sergio Rosemblat, que con su esposa y hasta la medianoche trabajaron para sacar medio metro de barro que quedó dentro de su casa y, horas después, se encontró con su fábrica de muebles de pino con medio metro de agua y toda la mercadería mojada. “Que nos declaren zona de desastre”, reclama después de los destrozos que dejó el trágico temporal de viento de diciembre de 2023, otro de granizo a comienzos de este año y este último, que dejó inundada la ciudad, casi de punta a punta.

   

Nadie por aquí se anima a calcular en números los daños millonarios que ha costado semejante nuevo fenómeno meteorológico que, como repiten varios vecinos, fue mucho más devastador que aquel de ráfagas de más de 100 kilómetros por hora en 2023. El agua castigó a todos, de una u otra manera: inundó, filtró o, como mínimo dejó sin electricidad, internet y, en varias zonas, agua potable. Están todos mucho más ocupados en limpiar viviendas y acomodar comercios.

Punto Living, un comercio de venta de muebles que perdió todo

A estos costos habrá que sumar los que le corresponderá afrontar al municipio, ya sea de arcas propias o por la ayuda o la responsabilidad jurisdiccional de la provincia y eventualmente del gobierno nacional. Pavimentos vencidos en el casco urbano, entubamientos de arroyo fisurados, cañerías de agua rotas y rutas que se fracturaron son solo parte del plan de obras de infraestructura básica por evaluar y afrontar en lo inmediato.Otro tanto le tocará a los privados con concesiones de servicios: instalaciones eléctricas y de gas también sufrieron este tremendo impacto.

Cálculos

Se estima que casi un millar de autos sufrieron destrozos, arrastrados por las correntadas de las calles que abarcan gran parte del microcentro y la periferia más cercana. Varios tienen un destino de destrucción total. Por eso los dueños ya andan buscando la letra chica en las pólizas de sus contratos.

Los alimentos balanceados para mascotas que quedaron bajo el agua

El resto del presupuesto de varios ceros que requerirá recuperar a vecinos y comerciantes es el costo de tanto desperdicio: desde documentación hasta costosos electrodomésticos, pasando por muebles y alimentos. Todo a la calle y de ahí, a la basura.

“Hay que traer mucha ruda a Bahía Blanca, porque así no podemos seguir”, advierte Ariel Miguel, que intenta tomar con humor la imagen de un centenar de rollos de tela empapados, todos sobre la vereda, sin chance de volver al circuito comercial. “Esto es candidato al seguro”, plantea sobre la suerte de gran parte de la mercadería de Mercerías Miguel, distribuidora mayorista de telas y blanco. Todo lo que estaba en el piso y hasta en estantes de un metro de altura será vendido como oferta, donado o descartado.

Las telas, arruinadas por el agua

Martín, su hermano, lo acompaña en el negocio como tercera generación de la familia. “Si nos ponemos a seleccionar estamos dos semanas parados”, dice a LA NACIÓN con más frialdad y recuerda que tras la última granizada entró agua y estuvieron dos días limpiando, sin atender al público como corresponde. “Veremos que se haga cargo el seguro”, advierte.

Ahí nomás, también en la zona céntrica, Rosemblat saca agua con un secador, su especialidad durante las últimas 24 horas. Primero en su casa, ahora entre muebles de pino que sabe que se torcerán por la humedad. “Ya hice el duelo, ya lloré, ahora hay que laburar y limpiar”, dice a LA NACIÓN aunque pedirá disculpas por un llanto más, cuando lamenta tanto cachetazo a repetición para la comunidad bahiense con esta sucesión de temporales tan violentos. “Le pegó por igual al pobre y al que estaba bien”, remarca porque, si algo tuvo este sacudón, es que fue bastante democrático a la hora de repartir daños.

Su vereda y casi todas son, desde las primeras horas de este sábado, una suerte de mercado o feria de saldos a cielo abierto, de esquina a esquina. Muebles, mercadería, cajas con documentación, libros…. Todo se amontona junto al cordón para sacar barro acumulado. Un comercio de venta de alimentos para perros llena la esquina con más de 100 bolsas de 15 a 20 kilos cada uno, todo descarte. “Al que le sirve, que se las lleve, porque no se pueden vender”, avisan y pronto hay cola para cargar y arrasar con esos paquetes.

En otra esquina un técnico que repara lavarropas reparte sobre la vereda más de 40 equipos que clientes le habían dejado para reparación. Que escurran es el primer paso. Que se puedan recuperar será otra historia.

Con cuatro años y medio en Bahía Blanca, donde montó una sucursal de su fábrica de muebles que tiene en Mar del Plata, Patricia Colalongo ve cómo chorrea agua de los sillones que tenía a la venta en Punto Living. “La pérdida es total”, afirma a LA NACIÓN y anticipa que nada de lo que tenía puertas adentro puede salir a la venta. “Se dona o se tira”, indica.

Sobre esa misma vereda, compartiendo medianera, sacan y secan mercadería los responsables de Ovillitos, una casa de venta de hilados y lanas, y Vigo Hogar, también con muebles e instalaciones para viviendas. Salvar lo que se pueda es el objetivo.

Y, como la mayoría, Colalongo tiene claro que volver a la actividad no será rápido ni fácil. Hay que despejar locales, limpiar, reponer mercadería y, por sobre todo, chequear instalaciones porque la mayoría de las conexiones eléctricas quedaron bajo el agua.

“El servicio se está comenzando a reponer primero en la periferia porque en el centro volaron cámaras de conexión y distribución, arrancadas por los autos que flotaban y chocaban entre sí”, explicaron desde EDES, la empresa prestadora de energía eléctrica.

Todos los comerciantes consultados, en mayor o menor medida, tienen cobertura de seguro sobre sus mercaderías e instalaciones. Todos quieren avisar pero, frente a la falta de conectividad y de líneas telefónicas, avanzar con las denuncias de los siniestros por ahora una misión imposible. “Encima es fin de semana, no te atiende nadie”, comenta un comerciante, indignado porque sabe que lo que pueda recuperar por esa vía estará lejos de la pérdida sufrida.