Sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín. Llegan Los Pipis Teatro. O sea, en el orden que se prefiera, Federico Lehmann y Matías Milanese. El primero, cordobés. El segundo, de Beccar. En la información de prensa se los presenta como “novios”. Se conocieron hace tiempo estudiando en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Se ficharon, dicen. Fue amor. Viven juntos. Tienen una gata que ronronea llamada Alaska y actúan, dirigen, escriben y dan clases. Y no paran. En estos tiempos fueron parte del ciclo de óperas primas del Rojas, de la Bienal de Arte Joven, participaron del FIBA y presentaron sus obras en Timbre 4, Dumont 4040, Recoleta, Cultural San Martín, las fundaciones Proa y Cazadores y en salas españolas.
Desde 2017, Federico y Matías, a secas -así se los conoce en todas partes-; no se detienen. En ese andar (siempre a puro vértigo) fueron construyendo un vínculo muy fuerte con el público joven que los sigue en donde se presenten. La música pop, unas coreografías tullidas, la extrema entrega física, el humor, la atmósfera de previa y las historias que cuentan han convertido a Los Pipis en una fija de muchos jóvenes (y no tanto, por se tenga mucha o poca edad ellos hacen bailar a cualquiera). Como actores, vienen de trabajar en obras del Teatro Alvear y del Teatro Argentino de La Plata. El año pasado fue el Complejo Teatral de Buenos Aires el que los convocó. Los novios estrenan el viernes 14 de febrero, Día de los Enamorados, Pasión, una tragedia argentina, en la Cunill Cabanellas. “Llegaron las dos marikitas del independiente al Teatro San Martín”, postearon hace unos días en su cuenta de Instagram apelando a la ironía y la frontalidad que los caracteriza.
En medio de ese mapa de lo lúdico, de ese desenfreno por bailar hasta quedar exhaustos y de las referencias pop, estos dos creadores tienen su lado b. Las 92 páginas del texto de Pasión… comienzan con una larga reflexión sobre la misma trama. En esa introducción dicen cosas como estas: “En esta historia convive el pasado, el recuerdo de las visitas de los circos itinerantes al pueblo y el cine de posguerra de Fellini; las infancias campestres, los gestos pequeños sobre el cuidado, las costumbres heredadas, la magia, el aprendizaje de un oficio familiar y las noches de reposera en la vereda con la desmesura barroca que parece implicar el futuro”. El parlamento final uno de los personajes dice: “Soy un compendio de cosas partidas”. Del pop a lo universo trágico, a la manera de Los Pipis.
En el aquí y el ahora, a la hora señalada, llegan para la nota Matías Milanese y Federico Lehmann. Ni bien llegan se preparan para las fotos. Buscan unas remeras que tiene bien guardadas, se ponen los cortos, musicalizan el rito y no paran de divertirse posando en el escenario o en las impactantes escaleras del San Martín. Hoy tienen jornada extendida, que terminará 12 horas después de este momento en el que la fotógrafa actúe para inmortalizarlos, a sus anchas. Como en escena, son un torbellino. Es como el título de una vieja película de los 70: juntos son dinamita.
Cuando se enciende el grabador, Matías recuerda en esta sala una de las últimas obras que vio en la Cunill fue Lo que el río hace, de las hermanas Marull. “Me sorprendió que algo tan distinto a los que hacemos me gustara tanto. Me conmovió muchísimo. Va al hueso”. En la memoria de Federico surge una obra que vio hace años: Querido Ibsen, soy Nora, que dirigió Silvio Lang. “La sala estaba totalmente vacía y esa obra me impactó”. En la Martín Coronado, más cerca en el tiempo, vieron juntos Eduardo II, el montaje de Alejandro Tantanian que acaba de reponerse. A partir de la semana próxima, cuando se estrene Pasión…, serán las dos únicas obras en cartel en el San Martín. Dos propuestas queer. “Son dos obras con puntos de vistas sobre lo queer muy diferentes entre sí, pero está muy bien que coincidan”, señala Matías.
-Esta coincidencia sucede en un momento político ríspido para lo diverso.
Matías: -Por eso me gusta en que la foto del afiche de la obra estemos los dos y que la obra se llame Pasión. Para mí el teatro y la militancia sí o sí van de la mano. No podría hacer algo en lo cual no no crea, que no me interpele, que no dialogue con lo que está pasando en el momento. No me interesa hacer una obra que puede estar buenísima, pero que no cuestione lo que estamos viviendo. Pasión…, por ejemplo, está atravesada por una fuerza potenciada por el miedo.
Federico: -Si bien lo que se cuenta no es tan optimista como fue El mecanismo de Alaska, es teatro. Y el teatro, de por sí, es un hecho optimista que implica una fuerza y unas ganas únicas.
Matías: -Y poner el cuerpo. Como sucedió con otras obras nuestras. Cuando entrás a la sala, siempre habrá alguien invitándote a ser parte. En lo que hacemos no viene un apagón y salimos nosotros a escena, no es lo nuestro. Durante la obra nuestros cuerpos llegan a un nivel de agotamiento extremo, que es como un regalo al público. Es terminar agotados como si hubiéramos estado marchando juntos el sábado pasado [se refiere a la Marcha del Orgullo Antifascista] o como si estuviéramos haciendo una obra de teatro.
-Cuando el público entra a ver una obra de Los Pipis la misma sala respira, transpira el clima de una previa antes de un boliche.
Matías: -Me gusta pensar que ese clima de fiesta es necesario porque lo que va a venir necesita de ese ablande. En El mecanismo de Alaska, la primera parte de este tríptico, contábamos la historia de nuestras vidas de una manera desacartonada. Acá mismo vamos a apelar a grandes canciones románticas latinas. Estará un temón de Valeria Lynch, pero también la canción del Mundial de Italia como una forma de despertar la pasión colectiva. La idea es que cantemos junto al espectador porque me parece lindo que en un teatro público la obra sea de todos y todas.
-¿Un karaoke teatral?
Matías: -Un karaoke que hace de previa a una tragedia.
Federico: -En todo esto también hubo algo de tomar las formas más primarias de hacer teatro. Como cantar con un desodorante en la mano como si fuera un micrófono. O colgar una sábana y hacer de cuenta que es el campo. Hubo mucho trabajo en rescatar aquellos momentos en los que hacíamos teatro sin saberlo.
Matías: – Damos clases de actuación, las llamamos “ring raje”, y siempre les proponemos a los alumnos exacerbar la potencia de lo cercano. Durante mi paso por las artes escénicas siempre tuve una mesa, una tela…; y lo fundamental es saber qué tenés ganas de hacer con esa mesa y esa tela. En Pasión… nos damos muchos gustos y eso llevó un montón de trabajo porque hubo que ensamblar todas esas capas. En ese tránsito se da algo muy lindo con Matilde Campilongo y Luis Longhi [dos de los otros perfomers junto con Camila Marino Alfonsín] que son más grandes que nosotros. Sin embargo, están a la par de nuestro despliegue físico y muchas veces nos redoblaban la apuesta.
-¿De dónde viene esa apuesta por el teatro físico?
Federico: -En lo que hacemos tanto el texto como el cuerpo son elementos muy potentes. Hace un tiempo fuimos a ver Todo piola, de Gustavo Tarrío. Recuerdo que salimos con una sensación en el cuerpo única. Estábamos esperando el tren y teníamos ganas de seguir saltando y cantando como hacían los dos intérpretes.
-Sumado a eso hay todo un trabajo dramatúrgico. De hecho, el texto de la obra empieza con una larga y minuciosa introducción, antes de que se produzca el primer diálogo.
Federico: -Necesitamos que fuera de esa forma. Siempre partimos desde un lugar cero de sinceridad total para saber qué podemos representar.
-Hay otra comunión, la que construyeron con el público desde hace ya unos años. ¿Cómo se sostiene eso y, en paralelo, cómo se hace para que la impronta de Los Pipi no se agote en sí misma?
Matías: -Siempre estamos en contacto con el público. A mí me hubiera gustado encontrar a mis 18 años a una compañía de teatro que no fuera tan hermética. Pensamos mucho en que, lo que viene, no se parezca a lo anterior. En El mecanismo de Alaska nos metimos a contar nuestra propia historia. En La conquista de Alaska, que se presentó en Proa, estábamos muy aterrados con lo que se venía. En Adiós mundo cruel se hablaba de los vínculos que se rompían y lo oscuro. Las formas fueron adoptando una materialidad que tiene que ver con nuestro humor y nuestro contacto con el espectador. Una vez vino a ver Perritos de porcelana, una obra sobre un crimen de odio, una chica. Al domingo siguiente, volvió con 10 personas de muy distintas edades. Cuando terminó, se me acercó y me dijo: “Toda esta es mi familia. Los traje para que entiendan en qué ando”. Eso me pareció fundamental dentro de Los Pipis.
-¿Ustedes se toparon frente a una película, un programa de televisión o una obra de teatro que los haya ayudado a explicarse?
Federico: -A mí de chico me pasó con algunas películas de Pedro Almodóvar aunque, tal vez, ni las entendiera.
Matías: -Y a mí me pasó con Lady Gaga. Me ayudó a entender y comunicar mi sexualidad.
-¿Cuánto llevan de pareja?
Federico: -Nueve años. Obvio que también nos peleamos. Ensayando, nos matamos.
Matías: -Es que vemos al teatro de forma muy diferente.
Las mismas diferencias entre ellos parecen ser otras de las claves de Los Pipis, esa maquinaria lúdica que se anima a la tragedia que será el primer estreno de la temporada 2025 del Complejo Teatral de Buenos Aires.
Para agendar
Pasión, una tragedia argentina, con Matilde Campilongo, Luis Longhi, Matías Milanese, Federico Lehmann y Camila Marino Alfonsín. Funciones: de miércoles a domingos, a las 20.30. Sala: Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530) . Precio: desde 6000 pesos.