Despertar con el perfume del romerillo, el canto de los zorzales y una pava que se calienta con el fuego de unos palitos. El sueño de una vida agreste que trajo Lola Maison y Jo Antivero de su Ph en Haedo al valle de Calamuchita está cumplido.

Hace diez años vivíamos en el Gran Buenos Aires, trabajábamos de forma independiente y soñábamos con alejarnos de la ciudad. Cuando supimos que no nos renovaban el alquiler, lo tomamos como una invitación para transformar ese sueño en realidad.

Lola Maison, dueña de casa, fotógrafa y artesana

Esa fue la oportunidad que necesitaron para salir de la ciudad, con sus mascotas y oficios a cuestas, y subir su vida a un camión. La brújula los condujo hasta el Valle de Calamuchita, un entorno serrano en el que la promesa de una vida más lenta y en contacto con la naturaleza era una realidad. “Realmente nos enamoramos del paisaje cordobés, pero además encontramos una zona culturalmente muy rica con mucha conciencia en todo lo relativo a la agroecología y el medio ambiente”, aseguran los artesanos.

A su medida

Tras un primer hospedaje que les permitió afincarse y conocer la región, encontraron una propiedad desocupada y recóndita: el lugar perfecto para encarar un proyecto de vida más audaz.

“En Buenos Aires teníamos un sillón Bertoia Diamond que adoramos, pero al mudarnos lo remplazamos por una mecedora Windsor. Fue un cambio muy simbólico de esta nueva vida”, reflexiona Lola.

“La casa estaba inmersa en el monte, en un camino rural, abandonada y sin servicios —cuenta Jo—Se nos ocurrió desarrollar un proyecto a mediano plazo en este lugar agreste, aportarle mejoras a cambio de poder habitarla. Hablamos con la dueña, le contamos la idea y aceptó muy entusiasmada”.

Aunque la distancia no era mucha, les costó encontrar flete dispuesto a mudarlos por el maltrecho camino de montaña. Ese fue apenas el primero de los desafíos: en el nuevo domicilio no había electricidad, agua corriente, ni internet… y hasta tuvieron que negociar con habitantes previos.

“El primer día movimos una pilita de ramas, y nos apareció una culebra enorme. ¡Flor de susto!”, recuerda Lola. Esa misma noche, aparecieron dos murciélagos que vivían adentro de la casa: “Los bautizamos Juanito y Juanita. Nos llevó dos años sacarlos amistosamente siguiendo el protocolo y cada tanto vuelven”.

Adobe y sincretismo

La casa en cuestión era una construcción de adobe y quincha sin terminar, que se había empezado veinte años antes pero había quedado deshabitada.

Las paredes rústicas, los tonos apagados y el hollín sobre las piedras y vigas oscuras los llevaron al estilo Tudor, que se convirtió en una referencia estética (poco habitual para las sierras cordobesas).

Como se llovía por todos lados, lo primero que encararon fue la refacción de los techos vivos y una serie de trabajos manuales que podían hacer ellos mismos. “Pusimos cinco columnas porque la cantidad de agua que había filtrado hizo que peligrara la estructura. Después colocamos pisos, reforzamos cabios, revocamos, machimbramos, restauramos las aberturas y fabricamos las escaleras”, enumeran los dueños de casa.

Como las noches son frescas todo el año, suelen encender el horno a leña casi a diario. El agua de la casa se calienta del mismo modo, por lo cual el fuego es parte fundamental de los rituales cotidianos.

A la hora de diseñar los interiores, la clave fueron los materiales nobles: tablas rústicas y géneros naturales entretejen los distintos espacios entre sí, y también con el entorno.

El estampado cuadriculado es un gran hilo conductor a lo largo de los ambientes.

“La madera antigua es nuestro primerísimo y más amado elemento, no solo por ser un material recuperado sino por su versatilidad, calidad y durabilidad”, asegura Lola. Los textiles también son protagonistas: “Cuando vamos a alguna venta de garage buscamos piezas de lino, siempre rescatamos alguno”.

En clave rural

“Allá en Buenos Aires teníamos todo blanco y a la vista, pero en el campo hay mucho que hacer como para estar limpiando todo el día. Así que empezamos a tener lo justo y necesario, tonos más oscuros y muebles con puertas”, confiesan. Si bien su perfil se mantuvo vintage y romántico, la nueva realidad cotidiana hizo que se volviera un poco más rústico y campestre.

Fotos Calamuchita Revista Living

“Creo que nuestra onda sería un cottage de diferentes países: sueco, inglés, francés. Amamos los colores pasteles apagados, los empapelados florales, el estampado cuadrillé y las flores secas, que aportan dulzura a los ambientes.” Lola

Fotos Calamuchita Revista Living

Generar el clima

“Cuando le contábamos a nuestros amigos qué estilo queríamos darle a la casa nos decían: Les va a costar mucho”, se acuerda la pareja. Sin embargo algo en la oscuridad que generaba el hecho de que la planta baja esté metida en la montaña (literalmente) o de la materialidad de esas “piedras testigo” que se veían los llevó a hacerla así.

Los muebles reflejan la estética austera que eligen para sus espacios. Muchos son hallazgos antiguos, y otros los construyen con maderas recuperadas. “Aplicamos todas nuestras habilidades en la casa, ¡incluso las que no tenemos!”, confiesan entre risas.

“Nuestra paleta de color es bastante neutra, predominan la madera oscura, el beige, el marrón. Y algunos pasteles avejentados como verdes, arcillas o celestes, siempre apagados y armónicos. Son tonos que nos generan paz”

El verdadero home office

Fotos Calamuchita Revista Living

Además de los ambientes domésticos, ambos montaron talleres para poder trabajar en su proyecto, La Maison Naturaliste, sin tener que salir de su refugio en las sierras: Jo hace carpintería, y Lola trabaja con textiles y flores secas. Aunque en época de cosecha -confiesa-, semillas, pétalos y frutos desbordan su estudio para copar toda la casa.

Para quien sabe observar la naturaleza es una fuente enorme de inspiración. En el escritorio de Lola cada hallazgo tiene su lugar.

“Tengo una colección de tesoros de la naturaleza que fui recolectando todos estos años: plumas, rocas, hojas, frutos. Los uso tanto en la deco, como en el estilismo de las fotos que sacamos para nuestro proyecto”, cuenta Lola.

Los ramos de Lola disecándose en el taller.

El balance perfecto

Parte del trabajo que la pareja hizo al llegar al terreno fue reemplazar los árboles exóticos por especies nativas. Hoy, las amapolas se mezclan con frutales y aromáticas.

El trabajo puertas afuera fue casi tanto como el que hicieron (y hacen) en los interiores

Si bien al principio les gustaba dejar sectores de hierbas y yuyitos en estado silvestre, pronto comprendieron que mantener el jardín podado era fundamental para evitar la presencia de plagas y yararás. Pero, aún con miles de pormenores y aprendizajes, el balance cotidiano en este nuevo paisaje los hace suspirar.

“La música de fondo son los grillos. Después de las lluvias, las ranas; con el sol serrano, las abejas. En invierno el silencio absoluto, poder despejarse dando una vuelta por el jardín, ir del taller a la casa esquivando flores, mariposas y ramas de árboles”, cuentan. Amantes de la vida en la naturaleza, para Lola y Jo todas las estaciones tienen su encanto especial y marcan el ritmo de sus días.

Las amapolas son protagonistas en este jardín silvestre y encantador.

“Respecto a esta casa, el proyecto es dejarla lo más hermosa y sana posible para quienes la habiten después que nosotros, que siga generando hermosos momentos como todos los que nosotros vivimos y viviremos acá”.