BAHÍA BLANCA.— Marcela Gelardi todavía no se explica cómo su Peugeot Partner, que tenía dentro del garaje y con un pesado portón cerrado, terminó sobre la vereda, a casi 70 metros de su casa. Es más: se pregunta a dónde fueron a parar la heladera comercial que estaba en ese mismo espacio y el escritorio que tenía en una oficina, que debe haber dibujado una finta sinuosa para salir por una puerta angosta y terminar quién sabe dónde. “Me arruinó, esto me arruinó”, dice a LA NACION.

Dos autos destrozados en una esquina

Vive arriba de su distribuidora de productos para repostería. Desde ahí veía un río de agua por esa calle 12 de Octubre, que se llevaba autos como si fueran barcos de papel. “Perdí 70 baldes de dulce de leche, una partida de chocolate de 13 millones de pesos y 200 bolsas de harinas que están empapadas”, describe y se toma la cabeza. “Unos pícaros se llevaron varios tarros”, apunta sobre los oportunistas que abundaron en la oscura noche bahiense.

El gesto se vuelve repetido en las calles en este amanecer del día del después del temporal inédito, histórico. Ya no hay agua y lo que queda a la vista es el desastre que dejó en lo material, un escalón por debajo de las diez vidas que se perdieron tras esos más de 300 milímetros de lluvia en menos de 12 horas.

En algunos comercios hubo saqueos durante la noche

En un radio de 40 o 50 cuadras se concentra lo peor. Los autos aparecen amontonados, hasta cinco unos sobre otros, como se ve en Napostá e Yrigoyen, donde hubo hasta un metro y medio de agua.

En esa misma esquina, donde por debajo del pavimento se extiende la cañería de un arroyo entubado, la fuerza de la correntada arrancó columnas y derrumbó parte de una propiedad que además se quedó sin ventanas.

Las calles y veredas quedaron convertidas en un lodazal

Sobre calles o veredas aparece hasta lo inesperado. Vehículos, por cientos, abollados en su mayoría, volcados algunos, también trabados entre columnas de iluminación, paredes y postes. O colgados de un buzón, como el Gol Trend que se ve en Dorrego y Las Heras.

Justo al lado está Ricardo Cayssials, entra y sale de su garaje para sacar basura que no es propia sino que dejó tanta agua que vio correr durante tantas horas de este viernes trágico. “Me paré en una silla y aguanté la puerta desde adentro, la empujaba para que no termine de entrar tanta agua”, explica.

Muchos vecinos trataban de limpiar sus casas luego del desastre

Y, vaya paradoja, pregunta a LA NACION: “¿Sabés cuando vuelve el agua?”. La ciudad está sin suministro eléctrico ni internet. En esa zona parece que, por si fuera poco, tampoco sale una gota de las canillas.

Los alrededores del teatro municipal parecen un desprolijo showroom de autos a cielo abierto. Quedaron vehículos desparramados por la plaza que lo rodea. El escaparate que vende recuerdos está patas para arriba, noqueado por un poste que cayó al piso.

Una ciudad detonada

Los que menos sufrieron consecuencias salen de caminata. Se toman la cabeza, sacan fotos. La ciudad, en gran medida, está detonada. Las baldosas de las veredas están desparramadas que se mezclan con escombros y pedazos enteros de cordones de las calles.

Muebles en la vereda, para tratar de que se sequen

La sorpresa es mayor porque al paso se puede encontrar lo más inesperado. Un sillón de tres cuerpos trabado contra el poste que señaliza un cruce de calles. Un lavarropas que quien sabe desde dónde vino. Un monitor de computadora, en pie sobre la vereda. Un sommier estampado contra la reja de una casa. Paragolpes de autos, de la marca que uno busque.

María Adriana Telic es de Carmen de Patagones y se radicó aquí en abril pasado para estar más cerca de sus hijas. Se mudó con su comercio de libros religiosos, santería y regalería. “Me destrozó, no se salvó casi nada”, dice a LA NACION y menciona bibliografía de alto valor. “Irrecuperable”, aclara.

Un portón completamente destrozado por la fuerza del agua

Le desaparecieron tres estanterías, un sillón y otro mueble de escritorio, que se llevó el agua. Está sentada frente a la vidriera que ya también desapareció, donde se cambia medias porque se empapó en el intento de ordenar el desastre que es ese local que anoche cuidó con celo.

“Veía cómo de enfrente se llevaban los tarros de pintura”, cuenta de los rateros que aparecieron y se movieron a gusto en una ciudad que volvió a vivir en las sombras más profundas, como en aquella madrugada del 17 de diciembre de 2023, el inicio del día después del temporal de viento que provocó 13 muertes.

En todas las cuadras se ven autos sobre la vereda

Una joven vecina contó que la pinturería de esa esquina de Belgrano y Lamadrid los vivos se hicieron un picnic. Aprovecharon que no había cortinas ni vidrios y se llevaron decenas de latas. “Uno paró con un auto, les dije que no se lleve lo que era de él”, detalló la piba, de fuerte carácter. “Acá perdimos todos, no hay lugar para pillos”, explica.

En esa oscuridad solo se veían faros de autos y las luces azules de patrulleros que no alcanzaban a cubrir semejante territorio. También algunas linternas o pantallas de celulares, opción única para ver por dónde se caminaba. El silencio asustaba.

Más autos apilados en una esquina

El día después también dejó un lodazal. Calles pavimentadas y con veredas brillosas tenían hasta 30 centímetros de barro, con tierra arrastrada y acumulada. Una familia tenía ese drama concentrado entre el frente, el jardín e incluso el living de la casa de Rodríguez al 800.

Padre e hijos, todos con pala en mano, abrían una zanja en busca de generar un canal de desagüe. “Tuvimos un metro y medio de agua adentro, el auto terminó golpeado contra la pared”, apunta el hombre, mascullando bronca.