Bruno Ferrari llevaba ocho meses recorriendo el sudeste asiático, cuando sintió que quería cambiar de atmósfera. Era tiempo de dejar las playas idílicas para sumergirse en una aventura que lo desafiara a nivel físico, mental, pero, sobre todo, espiritual. Antes de recorrer el sudeste, había vivido un año en Australia, donde había trabajado en construcción, en un club y como guía de buceo en la barrera coral, y si bien estaba fascinado con el estilo de vida que había llevado hasta el momento, anhelaba experimentar algo diferente, y para ello, decidió que India tenía la respuesta.

Para alcanzar su sueño existía un obstáculo: su visa se vencía y tenía un vuelo de regreso a la Argentina en dos días. Intentó tramitar una visa Mandalay (que da el consulado), pero en la embajada de la India de la ciudad donde se encontraba (Myanmar, Birmania) no había ni una sola persona, salvo el embajador, quien decidió atenderlo personalmente en su despacho: “El proceso llevaba normalmente ocho días hábiles, pero con la ayuda de él y del personal de embajadas en Argentina, en 48hs tuve mi visa, compré el vuelo más barato que encontré, que era el de Bangkok a Calcuta, y así arrancó mi viaje”, cuenta Bruno.

Ajan, un cumpleaños y un aprendizaje para el baño: “Uno se limpia en el baño con la izquierda”

En Bangkok, antes de emprender el camino hacia su nuevo destino, Bruno leyó “Libertad a medianoche”, un libro sobre la independencia de India en 1947 y el rol de Gandhi. Durante cinco días durmió en lo de Ajan, un abogado divorciado que le ofrendó su casa mediante el sistema de Couchsurfing. Junto a su pareja, Ajan lo llevó a tomar chai y sentenció “Si querés ver Calcuta en serio, debés ir el sábado a la mañana al Kalighat (templo) de la diosa Kali”.

Hombre en bici llevando un monje en el Puente Howrah en Calcuta.

Quedarse en lo de Ajan tuvo otros beneficios, como asistir al cumpleaños de su hijo, un niño que le pareció un tanto caprichoso, pero que le permitió aprender sobre ciertos hábitos cotidianos. A Bruno le resultó un poco gracioso descubrir que habían intentado imitar un cumpleaños occidental, aunque todo transcurrió normal hasta la hora de la torta de chocolate con el cartel de Happy Birthday.

“Los chicos cantaron el cumpleaños en hindi y, luego de soplar las velitas y con la mayor naturalidad del mundo, enterraron las manos derechas en la torta y tomaron pedazos para comer. En la India se come con la mano derecha, y uno se limpia en el baño con la izquierda. Un proceso de aprendizaje importante que hay que tener en cuenta”, revela Bruno entre risas.

Kali y una experiencia impactante: “Primero que se sacrifique una vida al pedir y segundo sacrificar otra vida una vez cumplido el pedido”

Apenas llegó a Calcuta, Bruno siguió la sugerencia de Ajan de visitar Kalighat, sin imaginar que viviría una de las experiencias más particulares hasta entonces. Tras ser obligado a guardar las cámaras, tuvo que batallar muy fuerte y empujar para poder ver a Kali. La muchedumbre, que parecía infinita, creó una marea que lo arrimó durante unos diez segundos a la diosa: “Hay que pelear para hacerse un lugar y mirar hacia abajo para poder ver el tercer ojo de Kali y su lengua roja, que representa la faceta destructora y salvaje de la energía de Shiva”, explica Bruno. “Kali cumple los pedidos de los fieles bajo dos condiciones: primero que se sacrifique una vida al pedir y segundo sacrificar otra vida una vez cumplido el pedido”.

Kalighat

Impactado, Bruno se acercó luego a una zona con dos pilares en forma de V, destinada para el sacrificio de animales. Allí vio a una familia que enganchaba la cabeza de una cabra, mientras uno de ellos sostenía al animal de las patas traseras. De pronto, un familiar le dio sahumerios y lo paró junto a la cabra para que esta y la familia reciban el humo. Ante el joven argentino, el animal fue decapitado de un solo golpe con una espada: “El padre de la familia se untó los dedos en sangre, y procedió a pintarle un bindi (tercer ojo) a cada uno, yo incluido”.

“En mi caso, a pesar de no haber sacrificado otra vida, mi deseo se terminó cumpliendo”.

Postales impactantes: ¿Qué estaba ocurriendo?

Las playas paradisíacas y esas postales idílicas que había dejado atrás parecían otra vida. Apenas bastaron unos pocos días para que Bruno sintiera esa energía peculiar de la que había escuchado de la boca de un amigo, “India es diferente”, le había dicho y así lo sintió, mientras transitaba sus calles caóticas cargadas de aromas intensos.

En su camino, se conmovió al visitar la tumba de la Madre Teresa de Calcuta, así como cuando recorrió los antiguos leprosarios y el barrio de los leprosos: “Si bien la leprosis fue eliminada, la pobreza y el hacinamiento continúan intactos. El choque es bastante fuerte en todos los sentidos, desde quedar asombrado por la espiritualidad máxima que moldea todas las actividades diarias del país, hasta la situación de que una familia me pida una foto sosteniendo a su bebé”, continúa Bruno.

Sorprendido, Bruno aceptó cargar al niño sin imaginar lo que acontecería luego. Ante él, una fila larga se formó, hombres, mujeres y niños que también anhelaban tomarse una fotografía. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Sería él parte de alguna superstición o funcionaba tal vez como un amuleto? El argentino resistió a unas cuarenta personas hasta que no pudo más y pidió por favor que paren. Entonces cayó en la cuenta de que en Calcuta casi no había turistas ni ciudadanos de tez blanca.

Foto tomada mientras espera su turno para que le corten la barba.

Los niños desnudos: “Entregué todo lo que tenía y pedí disculpas”

En su larga travesía, luego de Calcuta le siguieron Darjeeling, donde se cultiva el té; Varanasi; Agra, donde se erige el Taj Mahal; Delhi, con su gran bazar y la fortaleza roja; Manali, sitio donde Bruno divisó los pinos más grandes que vio jamás, poblados con monos Rhesus Macaques, enormes y muy agresivos; Dharamsala, el hogar del Dalai Lama; Leh, un lugar inhóspito; Amritsar, donde visitó el Templo Dorado y halló un pueblo con una directriz moral envidiable; Jaipur y sus astrónomos históricos; Ajmer, con su lago sagrado, un lugar llamativo ya que observó cómo las mujeres se bañaban desnudas junto con los hombres, algo normalmente prohibido. También estuvo en Jodhpur, la ciudad azul a orillas del desierto de Rajastan; Jaisalmer, la magnífica ciudad en medio del desierto construida en arena; Udaipur, diseñada entre lagos y canales, muy diferente al resto de India. Y, por supuesto, Bombay.

Una postal típica de las calles de Varanasi.

En cada uno de los destinos, Bruno intentó absorber las costumbres y calidad de vida que lo rodeaban, sin embargo, fue en el reino de Sikkim, entre Bhutan y Nepal, donde tuvo una experiencia más llamativa de lo habitual. Para llegar, viajó en trenes y luego en una camioneta 4×4 que lo llevó por la montaña hasta Darjeeling.

Llegó con mucha hambre al amanecer, se dirigió a un puesto callejero que vendía té chai y, junto a la bebida, compró un paquete de galletitas que a primera vista le recordaron a las Maná: “A los segundos vino una nena de unos cuatro años, desnuda (hacía frío ya que estábamos en la montaña) y completamente sucia, a pedirme comida. Lo que me salió fue darle el paquete porque, honestamente, la imagen me impactó”, cuenta Bruno.

“Luego de esto vuelvo al puesto a unos metros a comprar un segundo paquete de las mismas galletitas. Lo siguiente fue un golpe duro. Unos 20/25 chicos entre 3 y 10 años, todos desnudos, empezaron a pedirme a gritos mientras me agarraban de todos lados. Entregué todo lo que tenía y pedí disculpas hasta que se empezaron a ir. Más allá de la situación que solo duró treinta segundos, me dejó pensando mucho tiempo en el nivel de precariedad que existe en muchos lugares y, sobre todo, que independientemente de si uno lo ve o no, eso sucede igual. En este instante hay 20/25 chicos, desnudos en el frío, pidiendo en la calle. Eso fue retrospectivamente algo que no se me borró nunca. Entender que el hecho de que uno no vea los problemas, no anula su existencia”.

Bruno en el Tíbet de lado de la India en excursión en moto. Hizo el paso más alto del mundo en moto (5.750mts, Kardung La Pass)

Un precipicio y funeral para el recuerdo: “Había muerto en un choque en camioneta el mismo día en que había viajado yo”

En Darjeeling, Bruno abordó otra camioneta que lo llevó durante gran parte de las siete horas por el borde del precipicio. La experiencia fue terrible y fue un alivio llegar al hostal de tres habitaciones en una casa de familia. Su plan era hacer trekking hasta la cueva donde decían que un monje había meditado solo durante cinco años. Para Bruno, aquello no pudo ser, le informaron que había habido una muerte y, en cambio, lo invitaron a un funeral.

Envuelto por la curiosidad, el joven llegó en medio de una garúa suave al sitio donde, poco a poco, varias personas se congregaron para la cremación de un monje budista: “Ese monje había muerto en un choque en camioneta el mismo día en que había viajado yo. Habían fallecido siete personas”, revela Bruno.

Un Brahma (deciden vivir en la calle durante determinado tiempo como desapego de lo material)

“Vi una cama grande hecha de madera para encender, trajeron al monje dentro de una caja en forma de cubo (no un ataúd) y empezaron a trabajar para poder prender la leña. Por la lluvia, una hora les llevó prender lentamente todo. Durante esa hora se fueron juntando unas cincuenta personas con comida, bebida, música, que te conversaban, se reían, lloraban y pasaban el día. La forma de despedir a alguien es muy diferente en otros lugares”.

“Fue muy extraño ver al monje vestido, observar cómo se quemaba desde el inicio al fin. Los olores, la forma en que se retorcía el cuerpo al quemarse. Todo eso a cinco metros de una mesa improvisada llena de comida, bebida. Risas, llanto, tristeza, alegría, danza y quietud todo mezclado alrededor de una fogata. Es una cultura que puede mezclar las cosas más lindas y duras de la vida en un mismo lugar”, reflexiona.

Panorámica de la región de Sikkim.

Al día siguiente, Bruno llegó hasta la cueva y al volver, se dio cuenta de que sus pies se habían llenado de sanguijuelas, que pronto aprendió a quitarse: “En este país no hay tiempo para aburrirse…”

Los claroscuros de la India y su romantización: “Lo que nos llega a occidente es una versión preparada para nosotros”

Tras tres meses, Bruno ya sabía que debía ir a las letrinas con un tarrito con agua y no olvidarse de usar la mano izquierda. Aprendió que no debía tocar a los nenes, ni a nadie, en la cabeza, es una zona sagrada. Atravesó con angustia descubrir que en la parte del Tíbet (budista) las personas se divierten pegándole a los perros callejeros. Se acostumbró a ver niños en la calle robando algo de comida de los puestos y le dolió lo salvajes que pueden ser los puesteros con ellos: “He visto mucha violencia en ese sentido, aceptada por ambos lados y por la sociedad”.

Eligió vivir en un paraíso de la Polinesia y cuenta por qué a los 15 días pensó en irse: “Jamás imaginé que sería tan difícil”

Entre especias e inciensos, aromas increíbles y a veces podridos, el joven vio mucha risa, mucho llanto, mucho todo. Y rodeado de claroscuros, para Bruno siempre hubo algo innegable: la hospitalidad. En aquella sociedad compuesta por 80% hindúes, 15% musulmanes y 5% budistas, todos siempre lo trataron muy bien, le abrieron las puertas de sus casas y le acercaron su comida y su tiempo.

Aun así, las formas sectarias de la sociedad lo afectaron desde el comienzo, donde el 80% son de castas bajas y la segregación es evidente. El trato hacia las mujeres, por otro lado, provocaron en Bruno un gran impacto.

“En zonas rurales todavía es aceptado matarlas para evitar la deshonra y más de la mitad de los matrimonios son acordados entre los padres (no elige ninguno de los dos, la mujer pasa a ser propiedad del marido, y el marido debe ocuparse durante el resto de su vida de su familia y de la familia de su mujer). Esto era algo imaginario para mi, solo algo que encontraba en los libros. Sin embargo en cada tren, cuando hablaba con la gente, lo primero que querían contarme algunas parejas era que ellos eran un matrimonio de amor, y no acordado. Esos fueron los únicos cque me hablaron y con los que pude hablar con la mujer también. En el resto, solo los hombres hablan. Así de duro es”.

Se acostumbró a ver niños en la calle robando algo de comida de los puestos y le dolió los salvajes que pueden ser los puesteros con ellos: “He visto mucha violencia en ese sentido, aceptada por ambos lados y por la sociedad”.

“Creo que hay una romantización del yoga y de todo lo relacionado con la India porque lo que nos llega a occidente es una versión preparada para nosotros. La realidad es que en India solo los hombres practican yoga. Quizás en Rishikesh (ciudad preparada para turistas para hacer retiros de yoga) y en lugares de clase alta eso está flexibilizado, pero la cultura y la historia chocan fuertemente con nuestros ideales. Las mujeres son acosadas regularmente y no les es fácil estar solas, ni para las turistas ni para las locales. Mi experiencia con los musulmanes ha sido siempre muy cordial y positiva, pero siempre está visible eñl lugar de la mujer, subyugada. La falta de derechos y posibilidades está muy presente en este sentido y es algo que choca de frente con mi capacidad de tolerancia”.

Hacia otra vida y los aprendizajes: “Definitivamente ha moldeado estas palabras y mi forma de ver el mundo”

Después de tres meses en la India, Bruno regresó a Puerto Madryn, su lugar de origen, donde permaneció hasta el 2022, para luego mudarse a Berlín, donde continuó con su profesión de ingeniero, especializado en energía eólica.

Hoy vive allí con su novia, con quien acaban de comprar un departamento y desean comenzar una familia. India quedó en una dimensión diametralmente opuesta a su estilo de vida actual, sin embargo, aquellos meses en el sudeste asiático fueron uno de sus mayores sueños cumplidos, una experiencia que marcó su mente, cuerpo y espíritu para siempre, tal como lo había anhelado.

“Siempre digo que la India es el mejor y el peor país que he conocido, y no tiene comparación con ningún otro lugar. La experiencia es intensa, en lo positivo y en lo negativo, a veces hasta con una sensación surreal y me ha ayudado enormemente a juzgar menos. La vida es difícil para todos”.

“La espiritualidad diaria y social en la India es de un nivel que no vi nunca en otro lugar. Su conexión con el universo, la energía y los dioses que la representan es constante, al punto que los niños dibujan dioses en las calles como nosotros grafitis. Creo que para un occidental que elige vivir en occidente como yo, ser consciente y pensar sobre mi vida como parte de un todo ha sido muy, muy positivo. Estamos de paso y soy afortunado de poder experimentar la vida. Es la aventura máxima, con todas sus dificultades y desafíos”.

Bruno tomó esta foto mientras almorzaba en el templo dorado de Amritzar (el comedor mas grande del mundo, alimentan a más de 50mil personas por día)

“Aprendí a disfrutar de las cosas materiales sin apegarme emocionalmente”, continúa Bruno. “Me ha dado perspectiva. Ya viniendo desde Argentina, uno tiene una perspectiva particular porque es un país caótico. Bueno, al lado de la India, Argentina es Suiza. El nivel educativo es inexistente. India es muy grande y tiene un porcentaje de clase alta que es altamente educado y próspero. Pero apenas se sale de las grandes ciudades, se ve que no hay infraestructura ni educación. Muy muy atrasados. Solo con educación la gente prospera”.

“Ver, oler y escuchar las partes más duras de la vida, incluida la muerte, me ha hecho pensar activamente acerca de la finitud. Los problemas no son problemas cuando los comparas con lo que podría ser. Creo que me ha ayudado mucho a estar tranquilo. Le recomiendo a cualquiera hacer el esfuerzo de dejar de esquivar los pensamientos sobre la muerte. Es inevitable y es una liberación enorme aceptar que el tren termina siempre en la misma estación”.

Bruno en el desierto de Rajastan, donde pasó la noche durmiendo a la intemperie.

“Acepté que no todos somos compatibles. Hay muchas cosas que suceden allá y normas sociales con las que no estoy de acuerdo, las cuales no puedo cambiar. Así es el mundo, y uno tiene que trabajar en hacer mejor su espacio de influencia. Mi rol es hacer un poquito mejor todo lo que me rodea”.

“Ese viaje lo culminé extasiado de felicidad y pensaba que era por el lugar en el que estaba. Hoy, que tengo la dicha de sentirme igual, me doy cuenta de que la sensación viene de estar activamente trabajando para cumplir los sueños. Sea viajar, trabajar, ser padre, etc. La felicidad aparece cuando uno siente que está donde tiene que estar. En mi caso, el lugar donde tengo que estar cambió con los años”.

“La India no ocupa un lugar activo en mi cabeza en el día a día, pero definitivamente ha moldeado estas palabras y mi forma de ver el mundo positivamente”, concluye.

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