Fue uno de los tantos pedidos de ayuda que reciben a diario para asistir a gatos lastimados, abandonados, maltratados o en situación de calle. Pero algo en la mirada de ese animal le hizo saber a Carina Prandini que, una vez más, tenía que involucrarse.
“Supimos a través de la familia que nos contactó, que un gato joven que vivía en un campo había tenido un accidente grave con compromiso de una de sus patas delanteras. En ese momento, cuando comenzó nuestro intercambio, el animal estaba internado en una clínica veterinaria. Lamentablemente le habían tenido que amputar la pata pero se estaba recuperando bien”, detalla la escribana al frente de Cafelino, un centro de adopción en Montevideo, Uruguay.
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El gato en cuestión había aparecido dos años atrás en una chacra que la familia comprometida en ayudarlo visitaba los fines de semana. Allí no vivía nadie más que el casero, un señor mayor que no se hacía cargo del gato. Simplemente se limitaba a darle de comer lo que la familia proveía. Como el animal vivía en el techo del hogar del casero, lo habían apodado Techito.
Pero en febrero de este año, cuando en una de las visitas, la familia dejó de ver al gato, fue evidente que algo no estaba bien. “El casero explicó que el gato estaba herido, que hacía varios días estaba lastimado y escondido y que tenía prácticamente una de sus patas delanteras colgando. No sabía si lo había atacado un perro, otro animal o si había sido presa de una trampa para ciervos, algo común en el lugar”, detalla Prandini.
Luego de media hora, cuando pudieron localizar al gato, sin perder tiempo, la familia lo llevó a la veterinaria abierta más cercana. Techito quedó internado. Ya era demasiado tarde: no había forma de recuperar la movilidad o función de la pata y era urgente operarlo para realizar la amputación de ese miembro. Se le hicieron estudios de sangre y corazón y, en la misma cirugía, Techito fue esterilizado. Luego de 20 días de cuidados intensivos, finalmente tuvo el alta.
Fue en ese momento que Carina Prandini y el equipo de Cafelino -que el año pasado junto al escritor Esteban Leonís presentó el libro “Juana, una gata en casa”, como parte del proyecto educativo social que lleva adelante para concientizar sobre bienestar animal- aparecieron en su vida. “Techito no podía volver al campo. En eso estábamos todos de acuerdo. La familia que lo había ayudado tampoco podía adoptarlo. Por eso nos pidieron ayuda y nosotros aceptamos. Acondicionamos un espacio especialmente para él y lo recibimos. Aunque jamás había estado dentro de una transportadora ni mucho menos viajado en auto, Techito se portó muy bien durante todo el trayecto”.
En cuanto llegó a las instalaciones de Cafelino, todos confirmaron que era especial: Techito es un gato muy tranquilo, con una energía muy linda. Es curioso, cariñoso e inteligente. “De inmediato se sintió cómodo. Pidió mimos, ronroneó, exploró el lugar y, a pesar de que no conocía lo que era una bandeja sanitaria o una cama, usó todo sin ningún problema. Lo más asombroso fue que jamás se dio cuenta de que le faltaba una pata y lleva una vida como la de cualquier gato”.
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Semanas después de la adaptación, Techito estuvo listo para ser finalmente adoptado. Fue sorprendente la cantidad de personas que se mostró dispuesta a abrirle las puertas de su casa y de su corazón. “A Techito lo quisimos desde el primer día. Lo conocimos por una publicación de Instagram en la que la gente de Cafelino contaba su historia”, relata emocionada Patricia, la mujer que adoptó al gato que alguna vez vivió en el campo. “En casa ya habíamos conversado con mi madre sobre la posibilidad de adoptar a otro gato. Milonga, nuestra gata de 13 años, llevaba muchos meses sola luego de la muerte de su hermano felino”.
Un día común y corriente en la nueva vida de Techito es intenso. Acompaña a Patricia mientras prepara el desayuno, cuando pone la ropa a lavar, riega las plantas en el balcón o cuando es el momento de comer. “Preparar la mesa implica también poner la bandeja de Techito con comida fresca porque él comparte con nosotras almuerzos y cenas”. Como corresponde a un gato hecho y derecho, luego de comer, viene el momento de la siesta.
El pico de actividad sucede por la tarde, a la hora del informativo, que coincide con la hora de juego de Techito. “El living se convierte en un área de juegos: una varita, varios pompones de lana, gomitas de pelo, pelotas de papel y juguetes de todo tipo son parte de lo que sirve para que se entretenga”.
Techito es un gato joven con mucha energía. Busca a su hermana Milonga por todos los rincones de la casa y conoce al detalle sus mejores escondites. «Cuando no la ve en la cama, la busca en el ropero, en el baño y hasta por el balcón -donde tiene más de 8 metros por donde correrla-. Por la noche, a veces Techito se anima y sube a la cama. Pero con ese territorio Milonga no negocia: la cama es su feudo y Techito, por el momento, no está invitado».
Patricia asegura que ella y su mamá son las únicas en la casa que ven que a Techito le falta una pata. No hay nada de lo que hace que lo limite. Sube y baja de las camas sin problema, trepa, corre, anda por las macetas, las ventanas, afila sus uñas en el sillón y el rascador y usa la litera sin problema y tapa el pis y la caca también con la pata que le falta.
Aunque por la vida de Patricia han pasado muchos gatos de diferentes edades y condiciones de salud, es la primera vez que convive con uno al que le falta una pata. “Creo que eso hace la diferencia. Techito es pura resiliencia. Como les digo a mis alumnos: aunque no compartamos la especie, somos animales a los que el amor compartido nos hace mejores como individuos”.
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