La pantalla ilumina rostros en la madrugada, las notificaciones irrumpen a cada momento, y el murmullo incesante de la hiperconexión llena cada resquicio del día. Un contexto cotidiano en el que hacer una pausa es completamente disruptivo, como ir a contramano en una autopista que avanza a toda velocidad. Sin embargo, en el convento Santa Isabel de Hungría, una antigua construcción en las sierras cordobesas, un grupo de jóvenes elige lo improbable: pasar varios días en absoluto silencio. Lo que buscan no es desconexión, sino algo más profundo: una forma de trascender el ruido y hallar sentido en medio del caos.
“El Camino Ignaciano siempre despertó interés entre los jóvenes”, señala Nahuel Gauna, coordinador del centro, “pero tras la pandemia, vimos un incremento notable. Hay una necesidad de sentido y una búsqueda que cada vez se hace más evidente en los tiempos que vivimos”.
Los Ejercicios Espirituales Ignacianos fueron concebidos en el siglo XVI por San Ignacio de Loyola, y proponen días de silencio, oración y reflexión personal. A pesar de sus raíces antiguas, por algún motivo sigue resonando en una generación que intenta desafiar las leyes de un mundo híper conectado.
Nahuel explica que “para muchos jóvenes, el silencio puede ser abrumador al principio. Pero también es una oportunidad única para encontrarse con ellos mismos, con sus preguntas más profundas y con Dios”.
El Centro Manresa recibe a decenas de jóvenes cada año, durante enero, todos con motivaciones diversas. Algunos buscan consuelo espiritual, otros, un espacio de introspección. Pero la constante es clara: llegan con el deseo de mirar su vida desde otra perspectiva. “Buscan reconectarse con su interior, acallar las voces externas y reencontrarse”, indica Carolina Orias, guía en el Centro. Para ella, el Camino Ignaciano es una experiencia transformadora que se prolonga más allá del retiro: “Lo importante no es solo el silencio en el retiro, sino cómo aprendemos a aplicarlo en nuestra vida cotidiana, encontrando a Dios en lo cotidiano”.
Para Carolina, el silencio es una herramienta transformadora. “Nos gusta hablar de desconectarnos para conectarnos. Salirnos de la cotidianidad y conectarnos con nuestros deseos, pensamientos y afectividad. Es una premisa que a veces llama la atención, pero al hacer la experiencia, entienden lo necesario que es esto”.
La tendencia es compartida por el cura Eduardo Mangiarotti, autor de un reconocido podcast (La Brújula), donde suele abordar reflexiones acerca de la pérdida del sentido en la vida moderna y la necesidad de reconectar desde el plano espiritual mediante un proceso de introspección que excede lo religioso. “Creo que estamos en un tiempo de mucha búsqueda de algún tipo de espiritualidad y también de espacios comunitarios”, explica. “No sólo en los ámbitos cristianos, en distintos espacios aparece la misma inquietud por ambas cosas que se anuda en experiencias como los retiros”, agrega. Para Eduardo, “particularmente los jóvenes, que han sufrido la pandemia como pocos, encuentran en estos lugares un silencio y una sanación (hay mucho de búsqueda de salud mental y espiritual) junto con vínculos cercanos, vulnerables, más ricos que los que se pueden generar en otros sitios”.
Para describir esta experiencia trascendental, Nahuel cita al teólogo Karl Rahner: “El cristiano del futuro o será un místico, o no será cristiano”. Y aclara: “Hoy la espiritualidad no tiene que ver con dogmas, sino con experiencias de encuentro: con uno mismo, con Dios, con el otro”.
La búsqueda de Nahuel comenzó con preguntas que lo acompañaron desde niño. “De chico, siempre sentía que había algo más allá de lo que veía. Recuerdo repasar mi día al final de cada jornada, emocionado por los momentos simples, como si estuviera agradeciendo sin saberlo”, relata.
Una pérdida familiar marcó su vida profundamente. “La muerte de mi abuela fue un punto de inflexión. Sentí una paz que no podía explicar, como si su vida no terminara ahí, sino que continuara en algún lugar que no comprendía del todo”, reflexiona.
Su camino espiritual lo llevó a descubrir los ejercicios ignacianos, una práctica que lo transformó por completo. “Recuerdo mi primer retiro. El ejercicio de silencio fue revelador: abrí una puerta a mi interior que no sabía que existía”, comenta. Esa experiencia lo llevó a comprometerse con esta práctica, incluso realizando los ejercicios completos: 30 días de silencio, oración y contemplación. “Durante ese mes vi mi vida como una historia sagrada, llena de sentido”, dice emocionado. Desde entonces, dedica al menos una hora diaria al silencio, un hábito que describe como un ancla en medio de la vorágine cotidiana.
Carolina tuvo una experiencia similar, cuando por fin pudo dar el salto espiritual entre el “pensar” y el “sentir”. Luego de su primer retiro, quedó “con mucha sed de más”. “El segundo fueron ocho días para rezar tu vida de la mano de la vida de Dios, recorrer tu historia, tu vida, tus sombras y batallas; fue algo invaluable que marcó mi vida en un antes y un después”.
El silencio como contracultura
En tiempos donde las notificaciones y los estímulos son constantes, el silencio propuesto por el Camino Ignaciano suena contracultural. “Es absolutamente contrario al modo de vida actual detenerse en un mundo que nos exige inmediatez”, concede Nahuel. “San Ignacio hablaba de ‘sentir y gustar internamente las cosas’. Ese es el desafío: salir del ruido para entrar en contacto con lo esencial”.
Este silencio calma, pero también confronta. Muchos jóvenes, al desconectarse del bullicio digital, enfrentan emociones y pensamientos que habían silenciado con las distracciones diarias. Pero lejos de ser una experiencia angustiante, el retiro parece ofrecerles herramientas para transformar esas inquietudes en claridad y propósito.
Antonella Truisi, de 32 años, fue una de esas personas que sintieron la necesidad de participar de este retiro. Si bien había incursionado en otras experiencias similares, siempre sentía que algo faltaba. “Me quedaba con ganas de más”, confiesa, como si el recuerdo todavía la atravesara. Cuando escuchó del Camino Ignaciano, no lo dudó. “La propuesta me resonó fuerte, y decidí hacerlo”.
Joaquín Castagna, de 23 años, llegó por un camino diferente. Una amiga cercana le habló de los Ejercicios Espirituales, describiéndolos como una oportunidad para encontrarse con Dios. “Fue una invitación al autoconocimiento, la reflexión y la contemplación”, cuenta. Aunque creció en un hogar donde la misa y la fe eran parte de la rutina, nunca había vivido una experiencia tan profunda. Pero fue un momento difícil en su vida lo que lo llevó a buscar algo más: “Fue ahí donde empecé a tener un diálogo más cercano con Jesús, a intentar vivir como Él lo propone”.
El desafío del silencio
Para ambos, el silencio fue un gran maestro. Antonella recuerda que los primeros días fueron una prueba de fuego: “Llegué a armar el bolso y querer irme. Pero esa noche, sin celular ni Netflix, me di cuenta de que si volvía a mi rutina, todo iba a seguir igual. ¿En qué momento había perdido la capacidad de conectar conmigo?”. Decidió quedarse, y esa decisión marcó un antes y un después. “Lo más difícil no fue el silencio exterior, sino el silencio interior: callar la cabeza, apagar el ruido que llevamos adentro. Pero cuando lo lográs, es liberador. Literal, te sentís libre”.
Para Joaquín, ese silencio tuvo un componente casi sagrado. “Hay momentos en el retiro que te invitan a estar una hora completa en puro encuentro con Jesús. A veces, me despertaba a las cinco de la mañana para ir a la capilla y contemplar esa conexión”, relata con emoción. Ese espacio de calma no era ausencia de sonido, sino un “silencio fecundo, de conexión con Dios”, que define como uno de los aprendizajes más profundos que se llevó.
Ambos coinciden en que desconectarse del mundo digital fue un acto liberador. Joaquín lo describe como “un regalazo”, aunque no exento de desafíos: “En mi vida cotidiana me cuesta desconectarme de las redes sociales, de las distracciones. Pero el Camino Ignaciano me dio la oportunidad de vivir al 100% ese silencio, y ahora intento llevarlo a mi día a día”. Antonella, por su parte, reflexiona sobre lo colapsados que estamos de estímulos. “Aislarse del ruido externo fue clave para la introspección. Te das cuenta de lo necesarios que son estos espacios en un mundo donde todo va tan rápido”.
La lucha contra la vorágine digital
Joaquín forma parte de una generación nativa digital, y pone en palabras lo que muchos jóvenes sienten pero no siempre saben expresar. “Estamos atrapados en las redes sociales, los videojuegos, la pornografía, las apuestas online. Es un mundo de inmediatez, de gratificación instantánea, que nos genera ansiedad, estrés, dependencia, adicción. Pero si nos situamos ahí con consciencia y responsabilidad, podemos usar esas herramientas a favor de nuestra salud mental”.
Esa búsqueda de equilibrio se refleja en el creciente interés por propuestas como los Ejercicios Espirituales. “Hay algo en nuestra generación que nos recuerda que las cosas fueron diferentes”, reflexiona Antonella. “Tuvimos una infancia y adolescencia sin tanta tecnología, y eso nos dejó una memoria de lo que significa la pausa”. Joaquín complementa esa idea, apuntando al impacto negativo de la vorágine digital: “Nos está dejando híper sensibles, con baja tolerancia a la frustración, con dificultades para enfrentar desafíos reales. Algunos intentamos, y cada vez somos más, romper ese círculo”.
Cuando el retiro terminó, Antonella y Joaquín regresaron con herramientas prácticas, pero también con algo más profundo: una paz difícil de describir. “Es una sensación de tener el corazón abierto y lleno de amor”, dice Joaquín. Para Antonella, la experiencia fue un redescubrimiento del valor de lo cotidiano, de lo simple.
Espiritualidad y salud mental
La crisis de salud mental entre los jóvenes es alarmante. Según la OMS, las tasas de ansiedad y depresión están en aumento, vinculadas al uso excesivo de redes sociales y la falta de conexiones profundas. Un estudio reciente -el primero de su tipo- realizado en España, reveló que el 20,22% de los adolescentes de entre 12 y 18 años pasan más de dos horas al día en TikTok, y la mayoría manifiesta que, al desconectarse, experimenta una disminución en su autoestima, un aumento en la sensación de estrés y dificultades para establecer límites personales.
La espiritualidad puede ser un complemento clave en este contexto. “Una persona que se conoce, que se pregunta qué quiere en la vida, para que vino al mundo, quizás es una persona que tenga una madurez espiritual que le ayude a poder entenderse mejor y tener más herramientas para encontrar su camino en este mundo”, aporta Carolina.
Para los jóvenes que llegan al Centro Manresa, el retiro es más que un respiro: es una transformación. Nahuel describe esta experiencia a través de la figura del peregrino: “La vida es un camino hacia un horizonte desconocido, como decía San Ignacio, ‘una sana ignorancia’. Este proceso resuena en una generación que, aunque huérfana de relatos tradicionales, sigue buscando sentido”.
Esta no es una promesa de respuestas fáciles, pero sí una invitación poderosa: detenerse, escuchar y caminar hacia lo esencial. Para Nahuel, la clave es sencilla: “Es un regalo invaluable en un mundo donde todo parece fragmentado. Aquí, los jóvenes descubren que incluso en medio del ruido, hay un eco de plenitud esperando ser escuchado”.
Y ese eco, envuelto en el silencio, sigue resonando.