Durante el siglo XIX y principios del XX, los ingleses desempeñaron un papel clave en el desarrollo de los ferrocarriles en la Argentina. Sin embargo, no solo trajeron rieles y locomotoras: también desembarcaron con sus tradiciones y pasiones, forjadas al otro lado del océano. Ese juego que comenzó como un pasatiempo exclusivo para extranjeros, se convirtió en un emblema de Mar del Plata y en el corazón de una institución que marcaría para siempre la historia de la ciudad balnearia: el Mar del Plata Golf Club. Así nació, hace 125 años, “La catedral del golf”.
Un mar de curiosos
“No es casualidad, que la mayoría de las canchas de golf originales se ubicaran cerca de las estaciones de tren: San Martín, San Andrés, Lomas… En 1894, el golf llegó a Mar del Plata. Los primeros partidos se jugaron en la playa La Perla, extendiéndose luego hacia la zona del Casino y, más tarde, a la playa frente a El Torreón, conocida como la Playa de Los Ingleses. Luego, detrás de la actual Catedral. Pero duraban poco en esos lugares…”, dice María Marta Elizalde de Mendiondo, socia y autora del libro que se editó para los 100 años de la institución. Allí reconstruyó el primer siglo del club a través de documentos históricos y testimonio de socios como Aurelio Castañón, El Moro, leyenda del golf y socio honorario.
-¿Qué sucedió?
-Una anécdota de la época cuenta que un día, los ingleses dijeron que era imposible jugar en paz por la cantidad de curiosos. Y no era para menos: el golf era desconocido para la mayoría de los marplatenses, se les presentaba como un espectáculo extraño. Los locales se acercaban para ver a esos caballeros golpeando una pequeña pelota con un palo. ¿Qué hacían? Nadie entendía, pero todos querían mirar. Fue entonces cuando Thomas Ferguson -que se hospedaba en la casa de los hermanos Agar- decidió recorrer la zona en busca de un lugar adecuado para jugar al golf. Y lo encontró.
-¿Y cómo lo hizo?
-Ferguson salió con su palito y unas pelotas. Caminó por la playa hacia el sur. En su recorrido, llegó a un sitio detrás del cementerio, que en aquel entonces marcaba el límite de Mar del Plata, porque se encontraba fuera del ejido urbano. Allí, en la zona que hoy ocupa el Hotel Sheraton, Ferguson comenzó a tirar pelotas hacia el mar y dijo ‘Encontré el terreno’.
-¿Cómo era el terreno?
-Era un terreno vacío, puro médano. Un suelo aluvional, ganado al mar, puro viento y arena.
-¿Qué hizo Ferguson después de encontrar el terreno?
-Se dirigió al cementerio y allí se encontró con los hermanos D’Angelo, los dos únicos seres vivientes en ese lugar, que eran los cuidadores. Ellos le ofrecieron guardar sus palos y pelotas hasta su regreso. Así que podemos decir que la primera casilla de palos del Mar del Plata Golf Club fue una bóveda del cementerio (risas).
-Y, como prometió, Ferguson regresó.
-Sí, volvió al día siguiente acompañado de un amigo, el doctor Walker. Trajeron nueve macetas y nueve banderitas. Así, en ese terreno agreste, que muchas veces servía de basural, armaron una cancha. Y jugaron su primer partido, claro. Sin embargo, como los ingleses solo venían a Mar del Plata en temporadas cortas (para la Pascua, durante una semana en primavera y en Navidad), cada vez que regresaban encontraban la cancha desarmada. Entonces tenían que volver a colocar las banderitas y armarla desde cero. Así, en esa cancha improvisada, transcurrieron los partidos entre 1896 y 1899, hasta que finalmente decidieron fundar un club. El 17 de enero de 1900 nació el Mar Golf Club.
La catedral del golf
-¿Quiénes fueron los primeros socios?
-Eran ingleses, escoceses e irlandeses. Ellos, fieles a sus raíces, solicitaron al Lomas Athletic Club, uno de los primeros clubes de golf de Buenos Aires, que los asesorara sobre quién podría diseñar la cancha. Les recomendaron a Juan Dentone, un profesional con experiencia. Cuentan que a Dentone le enviaron el pasaje de tren y le dieron las indicaciones de cómo llegar al lugar: ‘Desde la estación de Mar del Plata camine hasta el cementerio y ahí va a encontrar una cancha de golf’. Cuando Dentone hizo el recorrido se encontró que no había nada, que eso que ellos llamaban “cancha” eran piedras, cardos, arena y yuyos.
-¿Y allí Dentone construyó el campo de golf?
-Sí, con una azada, un pico y una pala, las herramientas básicas que tenían a mano. Se puso a trabajar sin descanso. Comenzó a principios de diciembre y el 25 de ese mismo mes ya estaban jugando en una cancha de 6 hoyos. Es decir que en apenas 20 días logró lo que parecía imposible.
Con el tiempo, el club que había comenzado con seis modestos hoyos empezó a desarrollarse. “Al año siguiente, alguien donó un galpón, luego otro aportó un molino… y así, poco a poco, le fueron dando forma al club”, cuenta. Mientras tanto Dentone, con la ayuda de un inglés llamado T. T. Watson, que se había comprometido a ayudarlo durante el invierno y era el encargado de enviar las cartas al Comité explicando todo lo que iban haciendo (por ejemplo, en qué lugar habían puesto un bunker o trampa de arena) siguieron trabajando.
-¿Qué maquinaria o herramientas utilizaron?
-No tenían máquinas ni para cortar el pasto, todo lo hacían ellos con dedicación y esmero. Incluso a los caballos que llevaban el agua les colocaron unos zapatos especiales para no dañar el césped. ¡Hasta en esos detalles pensaban! Todo era completamente artesanal.
Mendiondo recuerda que en aquella época había un marroquí, oriundo de las Islas Canarias, que había traído camellos para sacar fotos a los niños montados en esos animales exóticos. Al principio la iniciativa fue un éxito, pero cuando todos ya tenían su foto, el negocio dejó de ser rentable. ¿Y qué pasó con los camellos? Terminaron en el club. “Les colocaron grandes alforjas de cuero a los costados y los llevaban a la playa para cargar arena, que luego utilizaban para rellenar los bunkers”, dice.
Sobre el campo de golf, Mendiondo cuenta que en el hoyo 18 hay un bunker muy grande conocido como Port Arthur. “El nombre surgió porque en 1904, durante la Guerra ruso-japonesa, la Armada Imperial japonesa atacó a la flota rusa que estaba anclada en Port Arthur. Ese ataque, en un lugar que parecía inexpugnable, sorprendió al mundo y marcó el inicio de la guerra. Cuando Watson hizo ese pozo le puso ese nombre porque nadie querría caer ahí, en el medio del fairway del 18″, explica.
-¿Un terreno con tantos desniveles y ondulaciones es bueno para jugar al golf?
-Es maravilloso, en parte porque desde cualquier punto de la cancha se puede ver el mar. Vista desde un barco, la cancha parece suspendida en el aire, como si unos ganchos la sostuvieran desde arriba por el declive hacia el mar. Se juega perfectamente, pero claro, todos los green y todos los fairways caen hacia el mar por la pendiente. Además, está el viento. Lo divertido es que los que no la conocen, como es una cancha corta, piensan que es fácil y dicen “papita para el loro”. Pero quedan abatidos. Si no conocen las caídas de los greens y los fairways, y no logran pegar recto (que acá es más importante que pegar largo) se van al rough que tiene pastizales enormes. Y para salir de ahí, como decimos en broma, ¡hay que pagar peaje! A todos los golfistas les parece una cancha espectacular.
Además de ser uno de los campos más antiguos de América, por su terreno irregular y los desafíos que ofrece a los jugadores, se ganó el apodo de “La Catedral del Golf”. Fue bautizada así por el inolvidable Roberto de Vicenzo.
El reclamo de Peralta Ramos y un mediador astuto
Mendiondo explica que, en los primeros tiempos, no estaba claro a quién pertenecía el terreno sobre el que los ingleses habían levantado el club. Ante esta incertidumbre, recurrieron a Ernesto Tornquist, dueño del banco homónimo, para que intercediera y actuara como mediador ante los Peralta Ramos, dado que mantenía una buena relación con la familia fundadora de Mar del Plata.
En un viaje a París, Tornquist se reunió con Jacinto Peralta Ramos, representante de la familia, y logró obtener la concesión para el uso gratuito del terreno durante cinco años. Tornquist, astuto en su gestión, llevó a cabo la reunión en presencia de Carlos Pellegrini, que era un fanático de Mar del Plata, lo que hizo que Peralta Ramos no pudiera negarse. “Ante la propuesta, Peralta Ramos expresó algo similar a: ‘¿Cómo es posible que alguien quiera usufructuar cuando se trata de un deporte que enaltece el espíritu?’ No le quedó otra”, dice Mendiondo y explica que finalmente las tierras, que eran aluvionales, quedaron en manos de la provincia por decisión judicial.
-El edificio del Club House es uno de los orgullos arquitectónicos de la ciudad. ¿Cuándo se construyó?
-Primero en el lugar hubo una casa de madera prefabricada que se trajo desde Londres, pero empezó a quedar chica porque se habían sumado nuevos socios, los argentinos que empezaron a practicar el deporte. Esto sucedió en el contexto de la Primera Guerra Mundial, cuando los viajes a Europa se volvieron inviables y Mar del Plata comenzó a consolidarse como un destino balneario. En ese tiempo, comenzaron las construcciones de las grandes residencias. En 1914, Ricardo E. Cranwell asumió la presidencia del club fue el gran impulsor de una nueva sede. Cranwell sostenía que Mar del Plata estaba destinada a ser “la Biarritz argentina” (en referencia al prestigioso balneario francés) y creía que el club debía acompañar ese desarrollo. Un visionario.
-¿Cómo se decidió el modelo?
-Para construir la casa se presentaron varios proyectos, cada uno identificado con un seudónimo. El elegido fue “Plus Two”, una alegoría directa al golf y su esencia. La obra se llevó a cabo sobre una antigua cantera, de la cual se extrajo toda la piedra utilizada en la construcción. El estilo Tudor fue seleccionado porque, según dicen, los orígenes del golf se remontan a esa época. Trajeron absolutamente todo desde Europa, desde las cacerolas de cobre y la cristalería hasta el mármol de Europa. ¡Incluso la papelería para hacer los menús y que los socios escribieran sus cartas fue importada! Hubo atención a la historia y al detalle increíble. La casa se empezó a construir en 1922 y se inauguró el 21 de marzo de 1926.
La imponente sede cuenta con una distribución que combina funcionalidad y encanto histórico. “En la planta baja se encuentra el living, el vestuario de damas, toilettes y la secretaría, un espacio que antiguamente era la sala de té para damas, decorada con un elegante estilo francés. También están la cocina, el comedor y una galería de piedra que, en sus inicios, era abierta y luego fue cerrada. Además, una sala de juegos y televisión, así como un antiguo bar exclusivo para hombres, que más tarde se transformó en un acogedor sector para niños. En el entrepiso se ubicaban el cuarto de la telefonista, la peluquería, los vestuarios de hombres y de cadetes, una sala de juegos y cuatro dormitorios. Finalmente, en el segundo piso, había 16 habitaciones”, explica.
-Imagino que allí comenzó la época dorada del club.
-Sí, comenzó a mediados de la década del 20 y tuve el privilegio de vivir eso un tiempo. La vida tenía otro ritmo, los socios venían al club por la mañana para jugar al golf, después se cambiaban, se ponían el traje de baño e iban a la playa. Luego volvían al club, se vestían para almorzar y después de la comida, otra vez a la arena. Recuerdo haber conocido a antiguos socios que me contaron anécdotas sorprendentes: algunos llegaban a cambiarse de ropa hasta seis veces en un solo día porque tenían que jugar con knickers.
Sobre las épocas doradas del club, la entrevistada cuenta que Cranwell, “con su visión extraordinaria”, ordenó que el club contara con un fotógrafo oficial, con un laboratorio en el mismo edificio. El fotógrafo inmortalizaba a los socios en plena acción o disfrutando del entorno y luego, en una mesa del elegante living, se exhibían las fotografías para que cada quien pudiera elegir su retrato. “Pero aquí lo increíble: las fotos no reclamadas no se tiraban, sino que quedaban en el club, y se transformaban en álbumes que narraban la historia del lugar. Así, las futuras generaciones podrían conocer cómo se vivía aquella época en el club. Una idea tan simple como extraordinaria, un legado en imágenes. Pensaron en todo, porque todo se hacía con la intención de perdurar en el tiempo”.
El príncipe, Bush y Sean Connery
A lo largo de más de un siglo de historia, el emblemático club fue testigo del paso de muchos visitantes ilustres, a nivel nacional como internacional. Entre ellos, el célebre general estadounidense John Joseph Pershing, conocido por su destacada conducción durante la Primera Guerra Mundial. En 1931, el príncipe de Gales llegó en avión a Camet (20 kilómetros al sureste de Mar del Plata) desde Buenos Aires. En esa ocasión, descendió de la aeronave vistiendo su traje de aviador. Al subirse al automóvil, regresó en todo su esplendor, elegante y con sombrero, para luego declarar que aquel era el golf más hermoso que había visto en el mundo.
En 1990, Mar del Plata recibió al actor Sean Connery que vino al país para la filmación de “Highlander 2″. El escocés aprovechó su visita para deleitarse con una de sus grandes pasiones: el golf. Durante su estadía, Connery disfrutó de varias jornadas en el Mar del Plata Golf Club, donde incluso tuvo la oportunidad de enfrentarse al legendario golfista argentino Roberto De Vicenzo.
Además de las personalidades internacionales, el Mar del Plata Golf Club ha sido un punto de encuentro para políticos, empresarios y figuras prominentes de la Argentina.
Marcelo T. de Alvear, presidente de la Argentina entre 1922 y 1928, durante sus estadías en Mar del Plata visitaba el club a diario, era una de sus rutinas en la ciudad. Junto a su esposa, la soprano portuguesa Regina Pacini, construyeron una elegante residencia de veraneo llamada “Villa Regina” ubicada justo frente al Club. “Él era socio y, a pesar de su investidura como presidente, insistía en no llevar guardias al campo de golf. Quería jugar en paz, sin interrupciones. Además, era común que pidiera que le prepararan la comida en el club y se la llevaran a su casa”, recuerda Mendiondo.
El 1 de septiembre de 1994, Mar del Plata vivió una jornada que quedaría en el recuerdo. A pesar del frío, la lluvia y el viento, el expresidente de los Estados Unidos, George Bush, y el entonces presidente argentino, Carlos Menem, decidieron desafiar al clima en el Mar del Plata Golf Club. Los caddies, incrédulos, les preguntaron varias veces si realmente pensaban jugar bajo semejante temporal. Armados con toallas para secar los grips y paraguas inútiles frente al aguacero, ambos líderes se adentraron en el campo, como si el mal tiempo fuese apenas una anécdota. En medio de ese clima hostil, Bush propuso un incentivo curioso: jugar por una botella de champagne Menem. Sin titubear, el presidente argentino con su acostumbrada picardía, respondió: “¡Nooo, es intomable!”. Después del juego, los periodistas aguardaban en el club House captar la entrada triunfal de la dupla por las puertas principales. Pero, como si la historia necesitara un paso de comedia, aparecieron por una puerta trasera. “Nos perdimos”, soltó Menem con una risa. El encuentro, marcado por la complicidad, duró apenas cinco hoyos. El resultado: Menem se alzó con la victoria. Con una amplia sonrisa y mientras se acomodaba para la conferencia de prensa, dijo: “Espero que el mundo se entere de que yo gané”.
-¿Es cierto que allí se inventó la salsa golf?
-Así es. Luis Leloir, el premio Nobel de Química, que era socio del club, solía almorzar con un grupo de amigos en el club. Un día, cansado de los langostinos con mayonesa, decidió experimentar con condimentos. Mezcló mayonesa con ketchup y, sin querer, dio origen a lo que hoy conocemos como salsa golf. Aunque nunca patentó su invento, solía decir que, si lo hubiera hecho, habría ganado el dinero que no ganó como premio Nobel.
-¿El golf es un deporte de élite?
-No, para nada. Carlitos Melara, una figura emblemática del golf argentino, empezó como caddie, lo que muestra que es un deporte que siempre ha buscado abrir sus puertas. Además, el Club es una institución clave en la promoción de Mar del Plata y en su desarrollo. Por ejemplo, cuando la Municipalidad pidió cerrar con un paredón el cementerio que quedaba al costado de la cancha, fue el Club quien asumió el compromiso y construyó toda la obra. El Club, trasciende lo deportivo y es parte del crecimiento de la ciudad.
El Mar del Plata Golf Club hoy tiene dos campos de juego. La legendaria Cancha Vieja, “La Catedral del Golf” que construyeron los ingleses, combina desniveles, fairways angostos y una vista única al mar. Es un escenario irrepetible. A pocos kilómetros, en 1956 se inauguró la Cancha Nueva, que tiene un diseño tipo parque, con frondosos árboles que invitan a un juego más sereno pero igual de cautivante. Ambas son reflejo del alma del club: tradición y excelencia. Un legado que, 125 años después, sigue escribiendo su historia con cada swing.