Desde muy pequeña, Domi Faena experimentó síntomas que no lograba identificar, hasta que a los 15 años una señal de alarma la obligó a prestar atención. Dos episodios de ansiedad extrema le hicieron comprender la gravedad de la situación y la necesidad de pedir ayuda. Sus padres, preocupados, acudieron a especialistas para saber cómo actuar.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental como un estado de bienestar que permite a las personas afrontar el estrés de la vida. Un ataque de ansiedad se manifiesta como una intensa sensación de pánico, peligro o una inminente fatalidad. Se estima que una de cada ocho personas en el mundo -aproximadamente 970 millones de individuos- padece algún tipo de trastorno mental. Los más frecuentes son la ansiedad y la depresión, cuyo impacto se incrementó considerablemente en 2020 debido a la pandemia de COVID-19. Aunque existen tratamientos y estrategias de prevención, el estigma y la discriminación siguen afectando a quienes los padecen, en gran parte por la falta de información en la sociedad.
“Cuando me dijeron que debía medicarme, tardé dos años. Tenía muchos prejuicios. Pensaba: ‘Van a decir que estoy loca’, ‘¿Qué me va a pasar?’, ‘¿Y los efectos secundarios?’”, recordó Domi. Al hacer público su diagnóstico en las redes sociales, recibió apoyo pero también enfrentó críticas. “Algunas personas se alejaron porque no comprendieron, pero hubo amigos que sí me supieron entender y hoy están a mi lado y me salvaron junto a mi familia”, explicó.
Luis: — Leí que tus padres contaban que chiquita decías que te querías arrancar el cerebro.
Domi: — ¡Ay! Sí, horrible. Es horrible para un padre escuchar a un hijo decir eso. Era muy chica, no me acuerdo. Me lo cuenta mi papá que yo decía siempre que me quería arrancar el cerebro para no pensar más.
Luis: — ¿Cuándo escuchaste por primera vez las palabras ataque de pánico?
Domi: — Lo escuché de adolescente, pero quizás no tenía noción de lo que era. Lo tomaba como una angustia grave, como un ataque de pánico, pero tal vez eran crisis de angustia, de estrés, ansiedad, pero no era pánico. Eso es otra cosa.
Luis: — Teniendo toda la información, ¿cuándo lo registraste por primera vez?
Domi: — A los 15 tuve un pico de ansiedad heavy, mal. Sentía que estaba todo el día en un sueño. Mi cabeza estaba todo el día en una nebulosa, como que estaba soñando. Yo en el colegio me ponía a llorar y decía: “No entiendo qué me pasa porque estoy soñando”. Mis papás me preguntaban: “¿Te dieron algo? ¿consumiste algo?” porque era rarísimo. En el año 2015 me pasó dos veces eso, la segunda vez lo consultaron con un psiquiatra y dijo que era un efecto de una ansiedad muy fuerte que no se estaba exteriorizando y que se manifestaba de esa manera.
Luis: — Era como estar volando por afuera de lo que estabas haciendo, de la realidad.
Domi: — Sí. Era como estar sentada ahora y decir: “Esto para mí es un sueño”. Para mí todo lo que está pasando lo está manejando alguien con una consola y estaba segura que era un sueño. La pasé horrible. Era decir: “Despiértenme por favor”. Espantoso. Fue de las sensaciones más feas que tuve.
Luis: — Querías como desenchufaran algo.
Domi: — Sí, era así. El único momento donde mi cabeza frenaba era cuando me dormía. Entonces, llegó un punto en el que lo único que quería era dormir, dormir y dormir.
Luis: — ¿Te medicaron?
Domi: — Sí, me medicaron. En 2021 me dijeron que tenían que medicarme y en 2023, dos años después, decidí medicarme. Tenía mucho prejuicio, mucho “qué dirán”, “van a decir que estoy loca”, “¿qué me pasará?”. Pensaba en los efectos secundarios, en que no iba a poder tomar, los problemas de una adolescente o de una chica de 20 años. Arranqué primero con ansiolítico y después con antidepresivos. Me cambiaron la vida.
Luis: — ¿Cómo se sentía la ansiedad?
Domi: — Yo tengo una ansiedad generalizada que es muy constante, no es que tengo un ataque de ansiedad y ahí muere. Número uno es no parar de pensar un segundo en escenarios catastróficos que efectivamente no van a pasar, es pensar: “Bueno, ahora voy a la calle. Primero me van a robar, segundo me pueden atropellar, tercero puedo llamar a mi papá y posiblemente no me atienda porque capaz le dio un paro”. Es todo el día pensar cosas feas.
Luis: — Escenarios trágicos.
Domi: — Re. Lo hablo mucho en terapia porque siento que tengo que tener el control de todo sino me desespero y mi cabeza se tiene que preparar para ciertos escenarios porque si llegan a pasar, siento que voy a estar preparada y, claramente, por más que pasen, no voy a estar preparada porque son cosas que te pasan así de la nada. Tenía diariamente una ansiedad más física que era como una angustia en el pecho, náuseas, llanto repentino que no sabía por qué era, mucha taquicardia y a veces era dolor de cabeza. La pasé muy mal con eso.
Luis: — ¿Cuándo te animaste a contar esto que muchos prefieren esconder? ¿Cuándo te descubriste así de valiente?
Domi: — El año pasado. Estando muy mal, hablaba como si ya estuviera bien, como queriendo dar un mensaje alentador a todos los que la estaban pasando mal, sin darme cuenta que yo necesitaba escuchar eso. Creo que recién en septiembre del año pasado pude decir: “¡Qué bien que estoy!” y hablar de esa etapa triste en pasado. Me costó mucho y mi familia me hizo darme cuenta de la valentía.
Luis: — Muchos de los que han pasado por situaciones como la tuya, se encuentran con amigos que de buena intención les dicen: “Ponele garra, salí de ahí”. ¿Te pasó?
Domi: — Sí, incontables veces. “Tenés que salir de la cama, pero con voluntad”, te dicen. La frase siempre es voluntad. “Ponele onda, hay que vivir la vida que es una”, suelen decir. Yo creo que también hablé mucho en mis redes por eso porque ¿cómo puede ser que hoy en día tengas que tener un problema muy heavy para poder decir: “Estoy deprimida”?. Es un problema de salud mental, como quien tiene un problema de salud físico, corporal.
Luis: — ¿Cuánto te sirvió o te perjudicó en el ámbito laboral contar tu situación en las redes?
Domi: — Siempre tenés el que quiere lucrar con esto. Pero sí me ayudó mucho para conocerme a mí, conocer otra versión de que no soy solo la Domi extrovertida, que soy un tiro al aire y que vivo jugando, haciendo bromas, que hago el papel de tóxica y grito, sino que también me puedo sentar, hablar y contar mi experiencia. La gente te encasilla mucho y a mí me ayudó mucho que la gente vea otro lado mío más personal.
Luis: — Es interesante porque te expones mucho, lo cual es bueno para conocerte, pero a la vez tenés el riesgo de esa exposición.
Domi: — Siempre te va a jugar en contra en una parte exponerte porque está abierto a que la gente piense que por eso tiene el derecho a opinar sobre vos, sobre tu cuerpo, tu vida y tu salud mental. Lo contás y ellos pueden opinar lo que quieran. Eso yo lo aprendí mucho con el tiempo. Pero es concentrarme en la gente que me quiere y a la que le interesa y a la que no le interesa que no me escuche, que no me vea.
Luis: — ¿Se alejó gente de tu lado cuando les contaste lo que estabas pasando?
Domi: — No por esto sino por no saber entender, quizás. Mis padres sí me apoyaron y estuvieron. No conozco personas que me apoyen y me amen más que ellos. No existe en la vida tanto apoyo como el que me dan. Están ahí, son como mis fanáticos número uno y haga lo que haga están ahí primeros felicitando. No me alcanzan las palabras jamás para devolverles todo eso. Cuando era chica les hacía cartitas y les escribía: “Gracias por todo, perdón por tan poco”. Es como que siento que nunca me va a alcanzar un gracias o un acto para demostrarles todo lo que agradezco y amo tenerlos. Hubo amigos que sí me supieron entender y hoy están a mi lado y me salvaron también. Y mi última pareja sí estuvo incondicionalmente conmigo cuando yo estuve mal. Tuve la desgracia de conocerlo a él, que es una persona increíble, estando yo muy mal, entonces el vínculo no funcionó y él me trató de salvar como pudo. Se terminó hundiendo un poco él, también. Es gente a la que le estoy agradecida siempre porque me hicieron bien.
Luis: — ¿Cuánto miedo tenés de caer en una crisis fuerte?
Domi: — Mil. Yo tengo miedo permanente de que me saquen la medicación y me vuelva a pasar o de que mañana una amiga deje de ser una amiga y vuelva a estar mal. Siempre fui muy extremista, por ende, en mis sentimientos tengo altibajos. En diciembre se me murió mi abuelo y cuando estaba internado dije: “Tengo miedo de que se muera y volver a entrar en una depresión”. Lo que aprendí es que toda la vida voy a tener momentos de felicidad y de tristeza. Es entender que son momentos y que no todo siempre es bueno o todo es malo. Saber que estoy en un buen momento, pero estoy triste porque se murió mi abuelo y no quiere decir que esté deprimida.
Luis: — Hablale a una Domi que está ahora en la cama y no quiere salir, que no le encuentra sentido a nada, que ve todo con sentido trágico, a una niña o a un pibe que está pasando esta situación.
Domi: — Primero decirle que aunque parezca imposible, las cosas siempre mejoran. Todos te lo dicen y vos no ves la hora de que llegue esa mejoría y lo sentís imposible, pero siempre que una persona quiera mejorar y busque ayuda para mejorar siempre va a ser posible. Segundo, que se apoye en la gente que sabe que está para ellos, que no le de bola a la gente que no lo entiende y a quienes le dicen que ponga voluntad. Es muy difícil comprenderlo cuando no te pasa. Que se apoye en la gente que siente que sí entiende. Tal vez es una persona o no tenés a nadie y te va a tocar contenerte a vos. En el momento lo ves imposible, pero vas a poder.
Luis: — Buscar ayuda también.
Domi: — Yo sin ayuda profesional no sé si hubiera salido sola adelante. Buscar ayuda es fundamental.