A los 19 años, hizo las valijas y dejó Villa María, Córdoba, para probar suerte como modelo en Buenos Aires: una scouter de la agencia Hype se había quedado impactada con su look exótico –y su altura de 1,83 metros– en Cosquín Rock, donde era promotora. Desde entonces, y salvo por el paréntesis de la pandemia por el coronavirus, Dafne Cejas (32) no ha parado. Porque a los pocos días de haber llegado a Buenos Aires, se subió a un avión con rumbo a Nueva York, luego a París y, de ahí, a todos los grandes destinos de la moda internacional. “Llevo años yendo de acá para allá. Mi mamá [Anita Galiano; fue a quien se le ocurrió llamarla “Dafne” porque era fanática del personaje de Scooby Doo, la mítica serie de Hanna-Barbera] dice que soy como la hormiguita viajera. Y si bien mi marido [Andrés Cigorraga Castex, 39, fotógrafo] me conoció llevando este ritmo y es supercompañero, muchas veces se agota”, cuenta Dafne, y al segundo se ríe con esa risa magnética que tiene.
–Armar las valijas, dicen, es un arte. ¿Cómo sos vos?
–¡Cada día peor! Debería ir cada vez más ligera, pero cada vez necesito más cosas. Como al principio no estaba asentada en ningún lado, en mi valijita llevaba pocas cosas; lo que compraba lo dejaba antes de tomar el siguiente vuelo. Ahora, con una vida más armada, vivo pagando exceso de equipaje: llevo libros, catálogos de museos, velas para mi casa, varios outfits, zapatos, accesorios… y, ahora, las cosas de mi perro T-Bone [un boyero de 7 meses y 47 kilos], que es my new baby. Mis amigas me dicen que con él le estoy ganando dos años a la maternidad. Pero mientras tanto, soy mamá de un perro que exige muchos juguetes.
–Entonces, no te cansaste de viajar…
–Antes de Navidad, fui por el día a Córdoba: le di un beso a mi mamá y volví. Después, viajamos con mi marido hasta José Ignacio un poco en plan familiar, pero también para trabajar: con artistas de Barrakesh [el centro cultural que Dafne y otros socios abrieron en 2024 en el barrio de Barracas], participamos del festival de arte de Garzón. La muestra la curé yo. Elijo y disfruto todo lo que hago. Siempre he sido inquieta, curiosa y bastante mandada. En el modelaje, me pasó eso. ¡Nunca había desfilado antes! En mi primer desfile, estaba aterrada, pero fue espectacular. A pesar de que hay cosas que me dan un poco de miedo, las hago igual. Cuando la industria del fashion empezó a cambiar y muchas de mis colegas dijeron “Bye, no tengo nada que ver con esto”, me animé a explorar otros mercados, como Japón, Australia y China. Mi último viaje fue en 2019, cuando decidí anotarme en la facultad [estudió Historia del Arte en la Universidad de Palermo]. Dejar de viajar tanto me ayudó a avanzar con mi carrera.
–¿Te dieron ganas de echar raíces?
–[Se ríe]. Un poco. En algún momento, pensé que, quizás, estaba preparándome para el día después: todos somos humanos y hay que ir aceptando que las cosas no son como antes… yo no soy la misma que a los 20. Sin embargo, el año pasado, mientras hacía un taller de curaduría con Victoria Noorthoorn [la directora del Museo de Arte Moderno], preparaba mi tesis y armábamos Barrakesh con mis socios [a fines de febrero, el centro se mudará a Retiro], mi trabajo como modelo se reactivó, con las mismas demandas que cuando había empezado. Volví a Look1, mi primera agencia, y tengo ya contratos cerrados para trabajar acá y en el exterior.
–El año pasado, ganaste el Martín Fierro de la Moda.
–Fue una gran alegría. Está buenísimo que haya un reconocimiento para que nuestra industria sea cada vez mejor.
–Con el título de historiadora, ¿vas a dejar de modelar?
–Durante mucho tiempo, tuve una dicotomía. Pero me di cuenta de que la moda y el arte tienen muchos puntos en común y que hay gente que pertenece a los dos mundos. Ser manager de una agencia de modelos y ser representante de artistas es lo mismo: se trata de mostrar y generar valor con una obra. Soy modelo, curadora y, próximamente, historiadora. Y así como hay una parte de mí que quiere vivir más tranquila, también quiero seguir viajando.