No alcanzaba con que El origen del mundo fuera un escándalo, todavía hoy, más de 150 años después de que Gustave Courbet hubiera pintado la entrepierna más famosa de la historia del arte. Ahora también apareció un centenar de cartas que el artista francés se envió durante años con una mujer parisina para abonar su reputación sulfurosa con el voltaje erótico de esos textos.
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Las misivas, que salieron a la luz hace pocos días, estaban sepultadas entre archivos en el desván de una biblioteca municipal y serán objeto de una exposición en Besanzón, al este de Francia, cerca de Suiza, según informó la agencia AFP. La correspondencia abarca un período entre noviembre de 1872 y abril de 1873: de un lado del tintero, el viejo y conocido Courbet; del otro, Mathilde Carly de Svazzema, una mujer de alta sociedad que había sido abandonada por su marido.
El pintor le mandó veinticinco cartas que Mathilde contestó con 91 envíos, hasta que la relación se agotó. Por el tenor de la correspondencia, no les faltó imaginación. “Querida P…, sabes que daría no sé qué en este momento por chupar tu c…, morder tus pelos dorados, tu c… y devorar tus grandes pezones puntiagudos”, escribe Courbet, antes de explayarse en un fragmento aún más atrevido. Mathilde no se queda atrás. “Tendré mi c… listo para recibir las sensaciones que te plazca hacerle experimentar”, le responde. Según se precisó, sin embargo, la relación nunca llegó a consumarse físicamente.
Courbet era un pintor realista, partidario de la Comuna revolucionaria que incendió París entre 1870 y 1871. Cuando inició esta relación epistolar con esta parisina se encontraba deprimido y enfermo, ya que el fracaso de la Comuna lo arrastró en la desgracia y estaba mal visto por las autoridades.
“Son las únicas cartas conocidas de Courbet con contenido erótico”, destaca Henry Ferreira-Lopez, director de las bibliotecas municipales de Besazón. A su juicio, las cartas revelan “mucha sensibilidad y (una) concepción muy moderna de las relaciones entre hombres y mujeres”.
Las cartas fueron legadas a una biblioteca pública hace aproximadamente medio siglo. Quedaron ocultas entre los archivos, hasta que hace un año una bibliotecaria, Agnès Barthelet, las descubrió.